Josep María Bartomeu hizo gala de ese carácter oculto que muchos se piensan que no tiene pero que, en alguna ocasión, deja entrever el presidente del FC Barcelona. Ante las conspiraciones y los intereses electoralistas, medidas drásticas.
El máximo dirigente de la entidad barcelonista ahogará a su delfín, Emili Rousaud, antes de hora. Una maniobra in extremis que destapa la división interna de una directiva que se empeña en mandar mensajes de unidad de cara a la galería pero que, a espaldas de las actas de junta, se ha convertido en un corrillo de conspiradores.
El escándalo de las redes sociales que destapó la Cadena Ser, más conocido como Barçagate, fue la gota que colmó el vaso en un 2020 en que el Barça no gana para disgustos. La nefasta planificación del mercado de fichajes de invierno, las filtraciones en la ejecución de Valverde, el aviso de Messi a Abidal, el fichaje forzoso de Braithwaite y las dificultades económicas pese a tener un presupuesto de 1.047 millones de euros han puesto el club al rojo vivo. Y a todo ello se suma la crisis económica del coronavirus.
Algunos directivos se quejaron de “la gestión excesivamente presidencialista” de Bartomeu al liderar la toma de decisiones en parcelas como la económica o la deportiva. Recelaban de la guardia pretoriana del presidente –Òscar Grau, Abidal y Albert Soler–, sus ejecutivos de confianza tras suspender en funciones a su mano derecha, Jaume Masferrer.
Masfe fue víctima del Barçagate y Barto se ha revelado contra los que le empujaron al precipicio mediante una auditoría que ahora está en stand by debido al coronavirus.
Emili Rousaud, que era el elegido a todas luces para ser el heredero de Bartomeu en la próxima contienda electoral, quiso mandar demasiado en muy poco tiempo. De ser nombrado vicepresidente institucional el pasado 2 de enero, pasará a ser rebajado a la condición de vocal esta misma semana. Tanto él como su mano derecha, el todavía vicepresidente económico, Quique Tombas.
Ambos pasarán a tener el rol de "castigados" que ostentó Toni Freixa entre 2014 y 2015. Sin embargo, Bartomeu debe tener cuidado, porque tiene más enemigos de los que se cree. Además, no es lo mismo tener a un solo directivo apartado que a dos, que se apoyan mutuamente. Y menos cuando uno de ellos iba a ser el sucesor.
El presidente deberá ser raudo y veloz a la hora de buscar a su nuevo heredero. Sandro Rosell está de los nervios y sus candidatos preferidos, Jordi Roche y Oriol Tomàs, vuelven a ganar ascendencia de cara a la batalla final.