Desde agosto del 2011 un sector del Camp Nou no había coreado el nombre del segundo entrenador del Barcelona. En aquella ocasión, el coro fue unánime: “Tito, Tito, Tito”. Se lo había ganado. El público quiso de esta forma manifestar su apoyo a la mano derecha de Pep Guardiola al que Jose Mourinho, entonces entrenador del Madrid, había agredido metiendo un dedo en un ojo en un partido por la Supercopa de España. Lo que hizo o dijo –si hizo o dijo- el bueno de Tito Vilanova para excitar a un hombre como Mou, que todavía hoy no necesita de provocaciones para comprar peleas, nunca fue captado por cámaras de televisión. Tito tenía el respeto del vestuario por su talante y porque entre otras cosas había sido el entrenador de varios jugadores de la cantera que entonces estaban en el primer equipo, entre ellos Piqué y Messi. Nunca se le vio un mal gesto a Tito, ni se le escuchó una mala palabra. Hablaba bajo y tapaba su boca cuando conversaba en el banquillo con Pep.
El segundo de Quique Setién, Éder Sarabia, tendría que haberse mirado en ese espejo antes de aceptar venir al Barça. O en el de Charly Rexach, o Toni Bruins Slot, o Ten Cate, Jordi Roura, o Juan Carlos Unzué, por poner los nombres más conocidos que ha ocupado ese cargo. Sarabia es hijo de un excelente jugador, pero que se sepa no ha empatado con nadie como para que exteriorice con formas de hincha su papel en el banquillo y se dirija a jugadores consagrados de forma exagerada. Sarabia puede tener un carácter caliente, una personalidad apasionada y vehemente, pero se debe a Setién, al que corresponde dar esas broncas. En un Barça no puede existir un poli bueno y uno malo. Y bien hizo Setién, máximo responsable del primer equipo, en pedir disculpas al club –entiéndase vestuario, afición y directiva- por el exagerado comportamiento de su segundo durante el clásico del Bernabéu.
Nueve años después de aquel coro de “Tito, Tito, Tito”, una parte del Camp Nou –la grada de animación, principalmente- coreó el nombre de “Sarabia” como señal de apoyo al ayudante de Setién por el ardor exhibido en el clásico. Incluso Piqué y Alba salieron a justificar la actuación de Sarabia, echando por los suelos la teoría del cabreo del vestuario con el segundo entrenador lanzada por algunos medios de comunicación. Todo eso está bien, pero de ahí a elevar a Sarabia a ídolo, por favor, hay una diferencia abismal.