Siempre he oído decir que Ernesto Valverde es un gran fotógrafo. Y se entiende por buen fotógrafo aquel que sabe captar las oportunidades y que demuestra tener imaginación. Un buen fotógrafo no repite fotos malas. A Valverde debe haberle fallado la cámara, su ojo clínico y también la inspiración, la inventiva, la reflexión y hasta el pensamiento.
El exitoso entrenador del Barcelona, que ha hecho excelente selfies en la Liga y en la Copa, ha dejado pasar dos ocasiones únicas para aspirar al “pulitzer” del fútbol continental. Pero lo peor es que en esas oportunidades ha repetido los mismos errores. Fallos tácticos calcados, como si quisiera demostrar que su idea era la buena. Se empeñó en inventar algo con un equipo que no sabe defender un resultado.
Desconozco si Valverde visionó el partido de vuelta de los cuartos de final contra el Roma, en el que quedó eliminado tras acudir al Olímpico con un favorable 4-1. También desconozco si estudió el partido de ida de semifinales contra el Liverpool en el que el Barça goleó 3-0 en el Camp Nou. De los dos podía haber sacado muchas conclusiones, pero una de ellas iba a misa: nunca su equipo jugó bien. En casa, el Liverpool dominó, pero Messi emergió para ilusionar al barcelonismo. Y en Anfield, los locales volvieron a dominar y esta vez encontraron los goles negados en el Camp Nou. Superaron al Barça en todo, en iniciativa, y, especialmente, en ilusión. Creyeron y dieron la vuelta a un resultado que parecía definitivo.
Pero tanto en Roma como en Liverpool, el Barça nunca fue el Barça. Prefirió ser un equipo metido en su área, en lugar de ejercer una presión alta. Es verdad que a Valverde en la fotografía de Anfield, Jordi Alba se le movió en tres jugadas puntuales, que velaron la imagen del equipo. En un momento especial, en el que todo el mundo culé pensaba en disputar la final de la Champions, el Barça apareció difuso y gastado.
La verdad es que lo siento, pero no creo que Valverde tenga una tercera oportunidad para hacer esa foto ilusionante de la Champions.