Nada es eterno, y mucho menos en el Barça. Ni tan siquiera el libro de estilo más atractivo del que tanto presumió en los años que dominó España y conquistó Europa. En ningún club se concede tanta importancia a las formas, al gusto por un fútbol elaborado y nadie mejor que Leo Messi retrata esa permanente búsqueda de la perfección. Pero el modelo más exitoso, introducido por Cruyff y perfeccionado por Guardiola, está en permanente revisión. Los últimos hechos acreditan una mirada mucho más pragmática y menos exquisita en el Camp Nou.
El Barça de Valverde sigue apostando por un fútbol creativo y ofensivo. La sutileza gusta más que el resultadismo, pero la hinchada azulgrana siempre se ha identificado con los futbolistas más raciales como Stoichkov o Puyol. Y como vivimos en un mundo en constante transformación, el Barça actual mezcla el talento de Messi y Arthur con la voracidad de Arturo Vidal y Luis Suárez, dos futbolistas con mucho carácter que no esquivan batalla alguna.
La fusión ha subido de tono en los últimos meses con las incorporaciones de Dembelé y, recientemente, Boateng. El francés es un regalo para periodistas y aficionados. Descarado en el campo y desconcertante fuera del mismo, desborda a los rivales con la misma facilidad que desespera a sus compañeros con sus actos de indisciplina. Con él, la diversión está garantizada. Dembelé, para lo bueno y para lo malo, es transparente y, hasta su lesión, ganaba por goleada su particular batalla con Coutinho.
Dembelé va a cara descubierta. Nunca se esconde, y mucho menos en los momentos delicados. Si Messi tiene un mal día o es suplente, el francés tira del carro y se encomienda a los mismos aliados que Leo: Alba y Suárez. Las galopadas del primero y el carácter depredador del segundo también mezclan muy bien con la osadía de Dembelé, un futbolista al que Valverde ha sabido moldear.
Mucha paciencia y sabiduría necesitará el entrenador con Boateng, el fichaje sorpresa de un Barça muy tacaño en el mercado de invierno. Con un amplio currículum por sus constantes cambios de equipo, el futbolista ghanés/alemán puede ser una bomba de relojería en el vestuario azulgrana. De él sabemos que tuvo su momento de gloria con el Milan y también que le gusta el tabaco y la cerveza. Y que no es un jugador fácil de manejar.
Kevin-Prince Boateng en un control antidopping con un cigarrillo y una cerveza
Boateng es un parche necesario tras la marcha de Munir, por quien el club apostó como recambio de Suárez para hacer caja con Alcácer. Nadie duda de que Boateng es bueno, bonito y barato, pero el Barça corre el riesgo de que su último fichaje dinamite la convivencia en un vestuario repleto de egos y estrellas. Con Messi, Suárez, Coutinho y Dembelé en el equipo, el ghanés lo tendrá muy crudo para jugar. El suyo es un fichaje de alto riesgo, propio de un club al que le va la marcha, otra seña de identidad en un Barça que históricamente era más noticia por sus conflictos internos que por sus éxitos. Y es que no hace tantos años había un tal Joan Gaspart en la presidencia y Rochemback y Geovanni eran los fichajes más ilusionantes.
El Barça más golfo ha vuelto, aunque solo sea en pequeñas dosis. Con Boateng, la diversión está garantizada. Al tiempo.