Ha sido una semana movida en clave Barça. Para el club, pese al descanso intersemanal, por el sorprendente fichaje de Murillo. Para Culemanía, por la sonora polémica que se generó con Dembelé y su entorno.
La repercusión que tuvo la reacción del extremo galo contra la información sobre sus generosas retribuciones a un amigo generó un incendio efímero. La vida del culé sigue y a casi nadie sorprende que Ousmane compense económicamente a sus personas de confianza. Es algo muy normalizado entre las estrellas del fútbol.
Menos normal es la excitación que el futbolista francés genera, cada vez más, en el Camp Nou. El culé ha pasado de sufrir con sus cabalgadas pensando ‘a ver en qué momento pierde el balón’ a vibrar esperando un nuevo regate diabólico. Incluso le regala sus vítores cuando se tropieza solo.
Dembelé se ha ganado el cariño de la hinchada al tiempo que recibía las reprimendas de las vacas sagradas del equipo. Los toques de atención de Busquets, Piqué, Suárez y Rakitic están causando efecto. El galo se va entonando.
Valverde también ha pasado de reprocharle una preocupante falta de actitud tras pérdida, a mostrarle una confianza ciega. Ha dejado a Coutinho en el banquillo durante tres partidos consecutivos de Liga (Espanyol, Levante y Celta).
Los datos alaban al futbolista francés, autor de 10 goles y cinco asistencias a lo largo de 22 partidos. Los registros del brasileño son mucho más discretos: cinco goles y cuatro asistencias en el mismo número de partidos.
Los dos fichajes más caros de la historia luchan por un puesto en el once, el que dejó vacante Neymar, y confirman que con el paso de los meses la jugada no le salió tan mal a Bartomeu. Al menos, ahora hay más donde elegir.
Dembelé ha tomado la delantera. Así lo atestiguan las ovaciones unánimes que le ha regalado el coliseo azulgrana, pulgar en alto. Un nuevo solista que lucha por improvisar en el fútbol control de Valverde.
Bendita locura transitoria la que este enemigo del despertador aporta a tantos y tantos culés hábidos de emociones fuertes en un Barça que sigue jugando de memoria, pero que se oxigena con la necesaria frescura que aporta Dembelé.