Ni Messi, ni Suárez. Tampoco Piqué. Ni tan siquiera Valverde o Bartomeu. El foco mediático en el Barça alumbra a Ousmane Dembelé, un indómito francés de 21 años que desespera a sus compañeros con tantos retrasos y seduce a la hinchada con su desparpajo. Dembelé va a su bola y juega como vive, saltándose todas las normas y encarando a sus rivales con un atrevimiento impropio de un futbolista al que se le examinan todos sus movimientos. Dembouz, un aprendiz de George Best, es auténtico y transparente. Una estrella como las de antes.
Dembelé costó un pastón: 105 millones de euros fijos más 40 en variables. Más caro resultó el fichaje de Coutinho (120 fijos más 40 en variables). El brasileño es la antítesis de su compañero. Comedido, discreto y religioso, no hay reproches a su comportamiento. Parece un futbolista asceta y asume su papel de actor secundario de Messi con la máxima naturalidad. Sin inmutarse ni rechistar.
Coutinho tiene mucha clase y un punto de picardía, pero le falta carácter. Mejor como extremo que como interior, sus diagonales desde la banda izquierda son un buen recurso para resquebrajar a las defensas rivales. El problema es que es un futbolista discontinuo, demasiado intermitente, de apariciones y desapariciones desesperantes.
Ousmane Dembelé y Philippe Coutinho celebran un gol del Barça / INSTAGRAM
Dembelé es un alma libre, pero se asocia mucho mejor con Messi que Coutinho, un brasileño de gustos y hábitos poco brasileños. Coutinho parece bloqueado. Necesita nuevos estímulos y, sobre todo, soltarse. Su rendimiento no es satisfactorio y tal vez ha llegado la hora de tocarle un poco la cara. Vive en una zona de confort que penaliza a un Barça con más talento que sacrificio, temible en ataque pero demasiado vulnerable en defensa.
Con sus plantones y sus caprichos, Dembelé aporta mucho más que Coutinho. Tiene más gol y es más trascendente en el campo. A Dembouz hay que reconducirlo, pero el Barça cometería un error histórico si cayera en la tentación de vender al delantero francés. Pocos, muy pocos futbolistas, son más desequilibrantes que él en el uno contra uno. Y pocos, muy pocos jugadores, son tan temibles en rápidas transiciones y solventes contra defensas cerradas. En los malos momentos (Valladolid, Vallecas, etcétera), Dembélé siempre aparece. A Coutinho, en cambio, todavía se le espera.
Disfrutemos todos del rebelde Dembelé y exijamos un poco más a Coutinho, uno de los tipos más aburridos que ha jugado en el Barça en las últimas décadas. Un poco de fiesta no le vendría mal.