Desde Johan Cruyff el 14 de febrero de 1974, nadie marcaba un gol y daba dos asistencias en un clásico... Ni siquiera Leo Messi. Ha tenido que llegar un joven centrocampista de Los Palacios, Pablo Gavira, para cambiarlo todo. El sevillano regaló al FC Barcelona la Supercopa de España con un partidazo en la final, se llevó el MVP del partido y volvió a demostrar, por si no había quedado claro con su Trofeo Kopa y el Golden Boy de los últimos meses, que ya es uno de los mejores futbolistas del mundo. Y eso que tan sólo tiene 18 años.
Nacido para romper récords
Quien sintonizase el partido en el televisor este pasado domingo, seguramente tuvo por momentos algún déja vù de la época dorada de Pep Guardiola en el banquillo. El FC Barcelona dominó de cabo a rabo al Real Madrid, en una superioridad que recordó a la de hace poco menos de un año en el Santiago Bernabéu. Y es que el 0-4 del Barça de Xavi en el feudo madridista fue un anticipo del 3-1 de las últimas horas en Arabia Saudí.
Además de ser el primero desde Cruyff que logra dar dos asistencias y marcar en un clásico, Gavi también se convirtió en el segundo jugador en la historia que logra semejante gesta en la Supercopa de España, después de Giovanni en 1994. Podría decirte que se comió al centro del campo y a la defensa del Real Madrid, con la incomensurable ayuda de Pedri y Lewandowski --a quienes asistió con sendos pases de la muerte--, pero también gracias a la aportación de otros compañeros como Frenkie de Jong y Ousmane Dembelé.
Incansable e indetectable
Llama la atención que un jugador tan joven como Gavi se mueva con tanta autoridad y criterio sobre el campo, y no como un pollo sin cabeza. Contra el Real Madrid fue a todas, apareció por todos lados, cortó el balón después de pegarse carreras de 30 metros... y además, fue capaz de marcar y asistir por partida doble. ¿Qué más se le puede pedir?
Xavi Hernández le situó por la banda izquierda cuando todas las quinielas apuntaban a Pedri en dicha posición, la de cuarto centrocampista, y eso le permitió brillar en ataque pero también ayudar en defensa. La libertad de movimientos en banda izquierda le fue como anillo al dedo al sevillano, que fue prácticamente indetectable desde el primer minuto de la final.
Sacó de quicio a Carvajal al obligarle a salir de su hábitat natural, supo encontrar los espacios y dispuso de una precisión milimétrica en sus asistencias a Lewandowski y Pedri. Por momentos, pareció que había varios Gavis correteando por el terreno de juego. Era sólo una sensación compartida por todo el barcelonismo. La de que Gavi ya se ha consolidado --por si no lo había hecho aún-- como una estrella mundial.