Italia llegaba a su duelo contra España con la solera de mejor equipo del campeonato. Una racha interminable de partidos sin perder (32, que ya son 33) y varias actuaciones de altura, especialmente en la primera fase -donde arrolló a sus tres rivales- y en cuartos ante la poderosa Bélgica.
Pero en la previa del partido, lo que más llamaba la atención de los analistas era la forma en que había alcanzado tal estatus: con un juego combinativo y de posesión, protagonismo del medio campo y el gusto por el toque al pie, iniciado casi siempre por su gigante bajo palos, Gianluigi Donnarumma.
El encuentro ante España se presentaba entonces como una gran reválida. Desde la generación de oro del fútbol español, alimentada por el mejor Barça de la historia, La Roja se ha ganado la condición de dueño del balón. Aun con las derrotas, fracasos y decepciones que habían acompañado al combinado nacional en los últimos grandes torneos.
Luis Enrique mueve ficha
En Wembley, por tanto, se dirimiría un duelo de altura. Y para la ocasión Luis Enrique decidió tirar de una argucia táctica que pocos esperaban. Después de un torneo en el que España siempre había contado un nueve de referencia (Álvaro Morata), el técnico asturiano optó por el ligero y habilidoso Dani Olmo para ocupar esa posición.
Dani Olmo pelea un balón con Bonucci, en el partido contra Italia / EFE
Con Mikel Oyarzabal y Ferran Torres abiertos en las bandas, el atacante del Leipzig funcionó como un falso nueve que continuamente bajaba a combinar al medio campo. El objetivo del seleccionador era claro: quitarle la referencia de un delantero fijo a los poderosos centrales italianos, Chiellini y Bonucci, y substituirlo por una pieza mucho más impredecible, capaz de generar superioridades en el medio campo y de llegar por sorpresa al área. Llegar y no estar.
Si antendemos al juego y al dominio del balón (70% España, 30% Italia), pero también a las llegada al área (doce remates españoles, por seis italianos), el plan de Luis Enrique funcionó. Pero el gol de Chiesa en el minuto 60 precipitó la búsqueda de alternativas, ante la necesidad de acumular delanteros con capacidad para embocar las ocasiones.
Salida de Morata
Así ocurrió a falta de diez minutos para el final, cuando una combinación de Olmo -el mejor del partido para España, pese al fallo en la tanda de penaltis final- con Álvaro Morata, que salió fresco de ideas y de piernas desde el banquillo, permitió a La Roja igualar la contienda.
Morata celebrando su gol ante Italia / EFE
La lotería final salió cruz para España, pero por juego y ocasiones, el movimiento táctico de Luis Enrique desarticuló buena parte del partido a una Italia que, esta noche sí, tiró de la vieja escuela para lograr su pase a la final: una defensa rocosa, oficio y acierto en el momento justo.