Solo existen palabras buenas para definir a Sergio Busquets. Son adjetivos que denotan cosas positivas. Busquets es sinónimo de respeto. Busquets es sinónimo de admiración. Busquets es sinónimo de grandeza. El mundo del fútbol es muy amplio, atrevidamente inmenso. Pero de vez en cuando surgen semillas de leyenda en forma de futbolista de élite. Una élite que es difícil llegar. Pero más complicado es mantenerse. Eso lo ha hecho Sergio, de Badía. A sus 32 años puede presumir de tener Eurocopas y Mundiales a sus espaldas. Lo dicho en una simple frase conlleva una trayectoria de más de 15 años. Resulta efímero lo duro que es el paso del tiempo. No en este caso, cuya relevancia alcanza a un país entero, conmovido por unas lágrimas que llegaron a cada rincón de cada comunidad, ciudad, y municipio de España.
Lágrimas sinceras
Era una sensación de haber hecho un buen trabajo, de cuando terminas una de esas semanas duras que estás deseando llegar a casa y estar con los tuyos. Eso fue lo que denotó cada gota derramada del lagrimal de Busquets, que reflejaba el sufrimiento de las semanas previas: “Lo he pasado muy mal. No han sido días fáciles, porque eres asintomático, así que dependes de tener una PCR negativa. Ha habido compañeros que a los 10 días han dado negativo, pero también ha habido compañeros que han tardado veintitantos días.” La selección estaba en octavos. Trabajo satisfactorio.
Busquets saluda junto a Koke a la afición / EFE
Él tenía ganas de ayudar a la selección española. Y eso se nota. Era una sensación muy distinta a la famosa salida del hotel por parte de los jugadores en dirección al autobús. Conceptos contrapuestos. La noche y el día. Se había creado tal nudo por los acontecimientos vividos que era una cosa que había de sacar de dentro. Ese nudo se deshizo en forma de lágrimas. Otra vez: él tenía ganas.
Xavi, Iniesta, Messi y Busquets, en el año que fueron los cuatro capitanes del Barça | FCB
Sus frases lo describían: “Tenía muchas ganas de vivir esta Eurocopa, poder convivir con este grupo, que es espectacular, necesitaba estar con ellos, necesitaba poder representar a mí país en la que es mi última Eurocopa.” Todo era sentimiento, ya que era la última vez de algo. Una Eurocopa. O, mejor dicho, la última Eurocopa. Tenía ganas.
Los buenos con los buenos
Él era de los pocos que miraba al frente al bajarse del autobús. Tiene los pies en el suelo. No era una cuestión física sino en la más estricta literalidad. No era ajeno al mundo de hoy en día en el que los jóvenes futbolistas, llenos de tatuajes y de objetos de alto valor, están más pendientes de los followers en la red social de turno que de lo duro que es el mundo hoy en día.
Imagen de Busquets, Xavi e Iniesta / FC Barcelona
Él era como el otro él: Andrés Iniesta. Y, hablando de grandes, ya lo dijo Pep Guardiola un día. O una tarde. Da igual. Lo dijo: “Andrés come aparte. Andrés no se pinta el pelo. Andrés le da igual todo.” Lo mismo de antes. Dentro del mundo del deporte los recursos literarios o embellecedores se quedan cortos para describir a los buenos jugadores. Busquets e Iniesta tenían en qué parecerse. Al igual que los Xavi, los Puyol, los Messi. Busquets, tímido en todo su ser, lo había conseguido todo. Toda clase de título que pueda futbolista alguno conseguir. Sergio Busquets lo tiene. Los tiene.
Cuando la espera merece la pena
“Tranquilo, que el sitio es tuyo. En cuanto estés disponible, vuelves.” Eso le dijo Luis Enrique, seleccionador en el punto de mira. El asturiano prefería que se perdiese dos partidos a renunciar a él. Era necesario. Un jugador con tal experiencia, que, salvo Jordi Alba, es de los pocos que quedan de aquellos maravillosos años de la selección. Eso sí, si eran buenos años para España era porque implicaba que eran exitosos años en el FC Barcelona. El seleccionador lo sabía. Y lo hizo. Hablando de seleccionadores, Vicente del Bosque, experto en fútbol con títulos en sus vitrinas, siempre lo dijo: “Si yo fuese futbolista, quisiera parecerme a Sergio Busquets.” Los buenos con los buenos. Una simple ecuación.