La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, el día de su boda, el 4 de octubre de 1997

La infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, el día de su boda, el 4 de octubre de 1997

Famosos

Urdangarin y la infanta Cristina, el ocaso de un matrimonio feliz

Así fue el ascenso y la caída de una de las parejas más mediáticas de España

17 febrero, 2017 14:26

La sentencia que condena a Iñaki Urdangarin a seis años y tres meses de prisión por el caso Nóos y absuelve a la infanta Cristina provará la separación física del matrimonio después de veinte años juntos.

La hija del Rey Juan Carlos no habrá olvidado aún el día que conoció a su marido. Corría el año 1996 cuando doña Cristina viajó hasta Atlanta para disfrutar de los Juegos Olímpicos. Allí, le presentaron a Iñaki, jugador por aquel entonces de la selección española de balomnano. "Alucino. Estoy colada por ¡un jugador de balonmano!", decía Cristina a una de sus íntimas amigas, según el libro escrito por María Molina y Consuelo León La infanta Cristina, una mujer de su generación.

Aunque Urdangarin tenía novia en aquella época, nada impidió a la pareja comenzar una relación basada en la máxima discreción. La Infanta e Iñaki procuraron llevar su noviazgo en secreto hasta que el 3 de mayo de 1997 anunciaron su compromiso en los jardines de la Zarzuela.

Arropados por toda la Familia Real, la segunda hija de Don Juan Carlos y Doña Sofía mostraba con ilusión la alianza que le había regalado su prometido. Iñaki dejaba de ser jugador de balonmano para convertirse el futuro yerno del Rey.

Barcelona se volcó con la boda

Desde ese día comenzó una cuenta atrás que terminaría el 4 de octubre de 1997. Ante una ciudad volcada completamente con ellos, Doña Cristina e Iñaki se dieron el sí quiero en la Catedral de Barcelona. Vestido de Lorenzo Caprile, 3,25 metros de cola y más de 1.500 invitados fueron algunos de los datos que dejó este enlace.

El matrimonio recibió el título de Duques de Palma y estableció su residencia en la ciudad condal. Fueron años de bonanza, la pareja dio la bienvenida a su primer hijo en 1999, más tarde llegaron Pablo Nicolás en diciembre del año 2000, Miguel el 30 de abril del 2002 y, por último, la pequeña de la casa Irene en junio de 2005.

Una época de vino y rosas que se empezó a torcer cuando se mudaron a Washington para que Iñaki continuase con su trabajo para Teléfonica como presidente de la Comisión de Asuntos Públicos de la empresa en Latinoamérica. Unos años en Estados Unidos que terminaron cuando estalló todo el escándalo por el caso Nóos. El 8 de noviembre de 2011 la policía registra el domicilio de Diego Torres y el juez refleja en su auto que Anticorrupción investiga al yerno del Rey y a Torres por los supuestos delitos de falsedad documental, prevaricación, fraude a la Administración y malversación de fondos públicos. La particular pesadilla de Iñaki y Cristina había comenzado.

25 de febrero de 2012: primera declaración de Urdangarin

Un año después, el 25 de febrero de 2012, Urdangarín acude a los Juzgados de Palma para declarar en el caso Palma Arena por el supuesto uso irregular de los fondos vinculados al Instituto Nóos. El por entonces Duque de Palma asegura ante los medios que "vengo a aclarar la verdad de los hechos y a defender mi honor".

Tras mudarse al barcelonés barrio de Pedralbes, la familia decide en 2013 marcharse con sus hijos a Ginebra donde la Infanta es coordinadora de los programas de la Fundación La Caixa en la ONU. Desde allí, reciben la noticia de la segunda imputación de la Infanta como colaboradora necesaria en los delitos que habría cometido su marido.

Una situación traumática para el matrimonio que vio como sus hijos vivían con preocupación los problemas judiciales de sus padres. "Imagínese cómo se siente cuando a su hija pequeña le dicen: 'Tu papá va a ir a la cárcel'. A eso no hay derecho, los niños no tienen culpa de nada", se lamentaba García Píriz en Vanity Fair.

Ahora, seis años después de comenzar su particular calvario, los que fueron Duques de Palma recuerdan con nostalgia ese 4 de octubre en el que recorrían las calles de Barcelona con vítores y aplausos. De todo eso, ya nada queda.