No es muy habitual ver a Eduard Fernández encima de un escenario, pero cuando lo hace trabaja con los mejores y se rodea de los mejores. Prueba de ello es el último montaje que protagoniza, Todas las canciones de amor, para el que se ha rodeado de Andrés Lima en la dirección y Santiago Loza en la dramaturgia.
Pese a que la obra estaba ya escrita por el argentino, fue la muerte de la madre del actor la que le hizo tener el click. Llamó al director madrileño para ver si podían contactar con Loza y modificar el monólogo para que se adaptara a la figura de su progenitora, a quien no pudo darle el último adiós debido a la pandemia.
Estreno y gira
Así, sobre el escenario de los Teatros del Canal de Madrid se podrá ver al catalán en la piel de su madre en lo que quiere que sea su particular forma de decirle adiós. La implicación del actor es tal que él mismo se ha encargado de hacer el cartel.
Crónica Directo habla con Fernández para conocer más detalles sobre este proyecto que, como bien indica, lamentablemente no pasará más que por El Prat del Llobregat. ¿Por qué?
--Pregunta: Es su primer monólogo, ¿no?
--Respuesta: Sí, sí, sí.
--¿Y cómo lo vive? Porque además es muy personal.
--Bueno, sí, es bastante personal. Yo fui a Argentina, a Buenos Aires, y entré a ver a un amigo, que vive allí. Total, fuimos al teatro, yo quería hacer un monólogo, no sé por qué, porque mira, por edad, profesional y personal, pensando que no lo he hecho nunca, y digo... Entonces vi uno que me encantó, de Santiago. Yo me compré un libro de él, empecé a leer, y vi uno que me gustó. Al poco tiempo murió mi madre. Y a mí me encontró en medio de la pandemia en Madrid. Ella estaba en Barcelona, no pude ir, no pude despedirme. Y mira, ahora estaba leyendo un texto, estudiando el texto, y vas encontrando cosas más sutiles, poco a poco. Y sí, es un poco una despedida de mi madre, en el escenario, que es mi sitio. Es una señora que habla y habla mucho de su hijo. A su hijo le ha cambiado el nombre, se llama Eduardo, al marido le ha cambiado el nombre, se llama Jesús, que es el de mi padre. Y entonces llamé al autor, Santiago Loza, que vino a Madrid, y le dije a Andrés Lima si quería dirigir, y dijo que sí. Llamó a Santiago y escribió algo de más, que era personal, mía, como que tenía pies planos, que el niño se hacía pipí hasta tarde. La relación con la madre ya en el libro original se parecía bastante a la que tenía yo con la mía. Entonces hay un max-mix que creo que es muy bueno, hay muchas cosas muy parecidas que me resuenan mucho, y otras que no. El hijo, por ejemplo, es gay, ha venido con su compañero y tal, y eso no coincide, pero lo esencial sí, por lo que es muy personal, sí.
--Y usted que siempre fue reservado, y para un actor que siempre intenta ponerse detrás de una máscara y esconder sus partes más íntimas, ¿se le hace duro contar estas cosas sobre el escenario?
--No, es bonito, es más bonito. No sé si es más difícil, cada cosa tiene la dificultad que tiene, y a mí me apetecía esto. Claro que ahora que se acerca del momento, como siempre, uno saldría corriendo, pero ahora ya está firmado, y tienes que hacerlo. Y me apetece mucho hacerlo, tengo tantas ganas de hacerlo como de salir corriendo.
--Sobre el papel parece una obra muy dura, que habla incluso del olvido, pero entre que es un monólogo y uno ve el cartel, uno diría que es un espectáculo de humor. ¿Es así?
--Bueno, hay algún momento que tiene algo de humor. No es tan dramático, después es muy tierno. El cartel lo hice yo, porque tenía claro qué quería contar y fui a una copistería con esta foto mía, saqué este cartel, y empecé a pintar el velo de novia, pintado por un niño, que sería yo. Y parece tener el aire de lo que será. A la vez también es un actor en el escenario haciendo un monólogo de su madre, y hay un momento en la obra que el personaje dice: "En este momento Eduardo estará pensando en mí", y claro, soy yo.
--¿Cómo es la construcción de este personaje cuando parte de usted? ¿Uno también debe construirlo?
--Sí, basándome bastante en mi madre. Voy con una peluca y un camisón. Pongo la voz algo más aguda, hago los gestos de mi madre y hay momentos dramáticos. Es una mezcla muy buena para mí entre el hijo, el actor, la escena, la despedida, la madre, el viaje a ningún sitio, o a la muerte. Pero al final, y eso es muy dulce, ella se va de una forma bastante dulce. Y muy lúcida.
--Muchos espectadores han vivido situaciones similares ¿Cree que también ayuda al espectador a meterse en la obra?
--Yo creo que sí, yo creo que a mucha gente le resonará. A todo el mundo le resonará el recuerdo de una madre. Después, si, además, la madre es mayor o tiene Alzheimer, demencia senil o la cabeza se le va un poco también. Es un tema muy humano, con el que la gente se puede sentir identificada y un poquito más cerca.
--Y hablando de otras relaciones. Lo vemos mucho en el cine, sobre todo, o en series, pero ¿qué relación tiene usted con el teatro?
--Al teatro le he tenido mucho, mucho, mucho respeto y mucho amor. Me parece el sitio más sagrado. Es el arte más difícil que hay para un actor, creo, lo más comprometido que hay en el teatro. Yo creo que el teatro tiene una escala humana que el cine no. Por eso hay tanta gente currando, porque uno solo no puede abarcar tantas cosas. El teatro, sí, tiene una escala humana y, por tanto, tiene ese valor de lo humano. Sí elijo más el teatro. También se gana menos, y entonces lo voy combinando porque me gustan mucho las dos cosas. Ahora con el teatro estaremos hasta mayo, después, a saber si volveremos a hacerlo. Hay gira por toda España, menos por Cataluña, por cierto, que no lo han querido…
--Un momento, perdón, ¿no la han querido?
--Bien, han salido bolos en todas partes. Menos en Barcelona, Tarragona, Lleida y Girona. No la han querido. Pero, en fin, es así.
--¿Duele, aunque sea un poco? Porque vive aquí, es de aquí, tiene fama aquí, el público catalán lo quiere…
--Es así. Tengo un bolo en El Prat. Debe ser alguien que se ha despistado...
--Pero es un texto de un dramaturgo internacional, con usted, y con Andrés Lima. Que, por cierto, no sé cómo ha sido el encuentro.
--Nunca había trabajado con él como director, pero siempre habíamos dicho de hacer algo juntos. Hicimos hace unos 30-40 años Retorno al hogar, pero ambos como actores. Me apetecía mucho, nos entendemos muy bien. Es decir, la parte complicada de llevar un proyecto adelante, de impulsarlo yo, que es la primera vez que lo hago, es que de repente eres actor y tienes que dejarte en manos del director. No puedo controlar todo y yo quiero controlarlo todo. Pero has de dejarte llevar, seguir las indicaciones y dejarte acompañar. Por eso necesitaba alguien con esa cosa tan débil y tan sensible, alguien en quien pudiera confiar y que tuviera una relación también de cariño y amor, para dejarme llevar. Y con alguien que sabe tanto como es Andrés y todo su equipo me he sentido muy bien acompañado. Porque yo cuando me enfrento al teatro lo hago de otra manera, no es naturalismo para mí.
--¿Tan diferente es?
--Para mí sí, es otra forma de abordar el cuerpo. Tiene otra expresividad, es mucho más libre, no sé, mucho más expresivo, mucho más comprometido. Yo creo que es el terreno del actor. Allí, por ejemplo, debemos expresar el oficio en su máxima exponencia. Es otra forma de enfocarlo, sí. Y hacerlo solo.
--Es riesgo. ¿Le gusta?
--Qué quieres que te diga, ahora que se acerca el estreno… pero sí me gusta.