Daniel Freire (Buenos Aires, 1961) está de vuelta en los escenarios. Cualquiera diría que el pasado año sufrió un cáncer del cual ahora dice estar recuperado. En este tiempo, no solo se ha sometido a tratamiento, sino que ha rodado una serie de éxito como ¡García!, ha rodado una película en Argentina y estrena La piedad, de Eduardo Casanova.

Trabajar le ha ido bien. “Siempre ayuda, porque te instala la cabeza en otro lugar”. "También es fundamental mi actitud de cabeza, por inconciencia tal vez, que lo hizo muy fácil”, bromea. Eso y la gente que le rodeaba. Por suerte no tuvo “ningún efecto secundario y tenía muchísima energía y alegría”. Pese a todo hubo trabajos que tuvo que dejar, como dos películas, pero el trabajo siempre viene bien y hace bien. “El trabajo siempre da energía, te proyecta y te construye mejor”, concluye.

'Amaeru'

Tanto es así que, a la espera de que empiece a rodarse la segunda temporada de ¡García! (HBO), está en los Teatros del Canal de Madrid con Amaeru. Una pieza de Carolina Román que bebe de un término japonés con un significado muy particular. “Es la unión de un verbo y un adjetivo, buscar y dulzura, así que sería algo como la búsqueda de la dulzura”, detalla Freire. “Sería ese sentimiento del niño que siempre busca la atención”, ejemplifica.

La obra busca, a través de varios personajes interpretados por el argentino y Omar Calicchio, los vínculos y emociones que nos unen. Esa “búsqueda y el deseo de la necesidad del otro”. “Carolina empieza a ver que esas relaciones se dan en todos lados, está quien se entrega y quien recibe. Que eso no significa que quien recibe no se entrega, pero hay más tendencia hacia una que hacia otra. Se trata de un recordar, traer el pasado al presente para atravesarlo. Y así construye un relato bastante personal a través de varios personajes”, concreta el actor.

--Pregunta: ¿Y cuál sería la trama que une todo?

--Respuesta No se puede descubrir demasiado, porque es la pieza final del puzle.

--Pero ¿cómo se mezclan y cuentas estas historias?

--La obra está atravesada por un montón de aspectos incluso estilísticos, pero está tratado desde el humor. Desde el humor, un juego lúdico y divertido, nos lleva a un lugar de muchísima reflexión, porque nos despierta la necesidad de investigar sobre nuestra realidad.

--¿Y qué supone para usted este regreso a las tablas?

--Un placer. El texto me gustó mucho y me atrapó. El recorrido y la construcción fue muy rico. Y fue el encuentro con una serie de compañeros, desde Omar al resto del equipo técnico. Eso me fue emocionando, porque en la obra ponemos cosas de nuestra propia vida. Nos recuerda esos vínculos personales y familiares y significó un desahogo emocional.

--¿Fue fácil?

--No, pero sí divertido. La obra tiene mucha intervención de la técnica y el tránsito de las emociones debe estar muy controlado. Pero fue muy enriquecedor.

--¿Cómo es la entrega de todos estos sentimientos y emociones al público?

--Hay de todo. Genera muchísimas risas y hacia el final, ves al espectador enganchado para ver hacia dónde lo dirigen, está expectante. La risa lo une a nosotros y al final… es la emoción, la ficha final.

Daniel Freire en 'Amaeru' / PABLO LORENTE

--¿Podemos hablar de misterio?

--El espectador ha de indagar, porque los personajes van ofreciendo datos que pueden pasar desapercibidas y después las conecta.

--¿El mensaje final es el de ofrecer cariño al otro y expresar que lo necesitamos?

--Es fundamental en la era que vivimos. Los medios técnicos están tan desarrollados y va todo a una velocidad tan grande que no podemos lidiar con nuestras emociones. Corremos detrás de cosas frías que no sabemos usar con el objetivo de que nos aporte en el mundo emocional, porque también sirven. Si nos miráramos más en la necesidad que tenemos del otro, nos iría un poco mejor.

--¿Nos hemos centrado en la utilidad de las cosas?

--Exacto, hemos entrado más en la utilidad que en la necesidad, en la conectividad con el otro. No hacemos un día a día si no miramos al otro a los ojos, si no sabemos que el otro es la patria.

--¿Habla también de esas nuevas relaciones a distancia, de esa conectividad a veces más fría?

--Sí, cuando se hace alusión a los inicios de una tecnología como la televisión, que te determinaba cómo tenías que ser o debías ser para ser feliz y mejor y cómo ahora terminamos… como terminamos. No es que quiera ser misterioso, es para no desvelar nada.

Escena de 'Amaeru' / MANOLO PAVÓN

--¿Qué papel ha tenido el cine y la televisión entonces a la hora de confesar o no nuestras necesidades afectivas?

--Fundamentalmente la televisión, que nos mostraba un mundo ideal de cómo deben ser las cosas para ser feliz. Y la vida no es así, tiene aristas, que son necesarias. Pero en la pequeña pantalla nos venden una idea del amor desde un prisma muy inocentón cuando en realidad todo es mucho más complejo. La publicidad también nos vende la felicidad con la adquisición de algo, cuando pasa por otros lados.

--¿Y se ha desplazado ahora a las redes?

--Las redes nos han hecho ser mucho más arbitrarios y violentos. Se pone una pantalla delante de nosotros y a veces no nos identificamos a la hora de manifestarnos. Porque siempre somos el otro para el otro, pero la construcción es de conjunto. Aun así, no es una obra en contra de, sino que aporta una línea de posibilidad de construcción y utilización de estos medios desde otro lugar. Tampoco queremos dar lecciones de nada, es una búsqueda, una reflexión nuestra sobre todos estos hechos. Pero el volver a traer el pasado al hoy nos hace comprender las cosas que nos han afectado desde otro lugar.

--¿Se trata de mirar al pasado con más cariño y menos dolor?

--Siempre hay que mirarlo con cariño, aunque haya producido dolor, porque en realidad el recuerdo es una mentira. Lo que recordamos siempre es mentira, no lo es el dolor que ha provocado. La mirada de otro te va a hacer ver que lo que recuerdas de una situación no es igual a lo que tú tienes.