Marc Sarrats (Barcelona, 1990) lleva el humor por bandera. Se trata de uno de los cómicos catalanes de referencia con experiencia en todos los sectores audiovisuales y escénicos. Actualmente forma parte del equipo del Soterrani y es colaborador en el programa Matina Codina (Rac105) y en Està Passant (TV3).
Sarrats presentará el próximo 17 de marzo en la Sala Barts su espectáculo Alta flipamenta en la primera edición de In Risus, el festival de Humor de Barcelona. Un encuentro que pretende acabar con el síndrome del impostor y levantar el ego de todos los espectadores. El humorista presenta su show y reflexiona sobre el mundo de la comedia en Cataluña en una entrevista con Crónica Directo.
--Pregunta: ¿Qué es la ‘alta flipamenta’?
--Respuesta: Es un concepto que me he inventado que intenta hablar de la actitud que creo que le hace falta a Cataluña y, sobre todo, al sector cultural catalán. Creo que tenemos una tendencia a ir de costumbristas, ir como pidiendo perdón por la vida. Alta flipamenta intenta llevar show, hacer las cosas grandes e ir un poco más de cara dura. En el espectáculo establezco como una especie de confrontación entre el síndrome del impostor, que es algo que ahora parece que todo el mundo tiene y se fija mucho en la validación de los demás, y la alta flipamenta, que es pasar de estas mierdas, hacer lo que quieras.
--¿Es de 'alta flipamenta' o de síndrome del impostor?
--A mí me gusta más pensar que soy de alta flipamenta. Evidentemente no soy impermeable a las actitudes de mi generación, pero a mí me gusta fliparme, creer en las cosas e ir por los sitios como un kamikaze. Que el éxito y las cosas buenas duren hasta donde tengan que durar y, cuando se tengan que acabar, que se acaben. No ir siempre de puntillas para intentar perdurar el máximo de tiempo posible en una silla o una situación de poder.
--¿El síndrome del impostor es algo de su generación?
--Sí, en el sentido de que somos una generación muy formada, pero también nos hemos encontrado con un tapón. Hay unas generaciones previas que llevan muchos años ocupando los mismos cargos dentro de cualquier tipo de empresa, no solo en el mundo del espectáculo. Tenemos una generación tapón que no nos deja avanzar. Los pocos que empezamos a asomar un poco la cabeza y tenemos algo de relevancia, nos sentimos unos farsantes y creemos que en cualquier momento se puede acabar porque sentimos que no hemos hecho suficientes méritos. También nos parapetamos un poquito detrás de un cinismo de ser incrédulos en nuestro propio trabajo, porque así nadie después nos podrá tildar de hipócritas y cuando nos la peguemos nadie nos podrá decir que ellos ya lo sabían.
--En la sinopsis de su espectáculo dicen que infla el ego. ¿Considera que la gente tiene que tener ego?
--Siempre es mucho más válido tener un ego muy grande a nivel social, dar imagen de creído, y después a título personal tener este ego bien colocado, que no al revés, e ir de humilde, modesto y media mierda hacia fuera y después a la hora de la verdad tener un ego descomunal y unas inseguridades muy mezquinas. A nivel de actitud me gusta el mundo del hip hop y de las batallas de gallos, donde hay una reivindicación muy fuerte del ego, pero solo a nivel de espectáculo. En el mundo de las artes escénicas, del cine, de esta industria tan mínima e incipiente que tenemos en Cataluña, iría bien esta actitud para que, como mínimo, los demás vieran desde fuera que somos los primeros que nos lo creemos. Los egos bien presentados hacia fuera hacen menos daño que los egos reales de la gente, que son realmente los nocivos.
--También es una protección.
--Sí. Si tú te presentas en sociedad como alguien muy seguro de sí mismo, el resto de la gente tiende a ser menos invasiva o te trata con más respeto. Sobre todo, si eres un hombre, blanco, en posición de privilegio, la gente va con más cuidado.
--Participa en un festival que reivindica el humor en estos tiempos tan complicados.
--El In Risus al final lo que ha hecho es coger este escenario de comedia incipiente, pero que ya empieza a tener bastante fuerza, como es Barcelona, y situarla en el mapa como un lugar donde se puede hacer humor. Durante la pandemia notamos que la escena de comedia en catalán se ha consolidado.
--¿Podría decir que la comedia se encuentra en una edad de oro o me estaría excediendo?
--Yo creo que te pasas un poco bastante [ríe]. Todavía no podemos hablar de una edad de oro. De hecho, espero que esta no sea la edad de oro porque entonces lo que vendrá después será una mierda. Me gustaría pensar que todavía queda mucha guerra por dar y que las personas que se tengan que fijar en esto lo hagan. Lejos de pedir dinero, que creo que esto es un estigma del sector cultural que tendríamos que ir superando, la comedia lo que necesita es un poco de infraestructura y que se profesionalice ya del todo. Cuando empiecen a salir figuras de personas que hagan que el stand up en catalán no sea algo tan amateur o solo de TV3, conseguiremos la edad de oro de la comedia. Pero ahora mismo es la fiebre del oro. Mucha gente ve que esto es el Far West, con un gran campo por construir, y hay como una carrera de posicionamientos.
--¿Qué diferencias hay con la escena madrileña?
--Vienen sobre todo por una cuestión de temporalidad. El stand up en Madrid tiene unos 20 años desde los primeros monólogos más alternativos. Esos fueron los inicios de Ignatius, de La hora chanante, de Toni Moog, que es catalán, aunque lo considero comedia española porque lo hace en castellano. La comedia catalana tiene como mucho cuatro años. También existen diferencias importantes en el trato de los profesionales entre ellos. Madrid es mucho más competitivo porque está mucho más implantado que la comedia es la antesala a poder acabar trabajando en la televisión, la radio o en algún teatro.
--¿Y en Cataluña?
--Aquí es como que está todo por hacer, seremos los pioneros y somos una piña. Y más que debemos serlo. Al final, las ventanas en catalán son muy pocas y tenemos que conseguir que se acceda a estas ventanas tanto mediáticas como escénicas a través de un recorrido coherente. Que no seamos al final instrumentalizados por peña que ahora necesita un cómico para hacer algo, te exprimen y te echan a la basura.
--Hace su contenido en catalán. ¿Llegaría a cambiar de idioma para llegar a otros lugares?
--Si yo me hubiera querido ir a Madrid, ya lo habría hecho. Creo que aquí tenemos la oportunidad que en otros sitios no se tiene y es que hay mucha cosa para construir a nivel cultural. Quieras que no, llevamos diez años muy centrados con un movimiento social vinculado a unas finalidades políticas. La cultura ha seguido existiendo porque nos gusta, nos la hacemos nuestra y sentimos que la tenemos que defender, pero ahora mismo yo creo que hay una necesidad imperiosa de construir cosas aquí a nivel cultural.
--¿No daría el salto a Madrid?
--Yo he actuado en castellano, en Madrid, y no tengo ningún problema en asomarme al resto del país. No creo que esto tenga que ser excluyente con lo otro. Pero ahora me encuentro en un punto con una responsabilidad o con unas ganas de querer construir alguna cosa aquí. La gente que tiene la capacidad de crear contenido en catalán y tiene la oportunidad de hacer algo, debería aprovecharla. Evidentemente, cada uno que escoja lo que quiera. Si quieren ir al dinero, que se pasen al castellano y se vayan a otro sitio, de eso no hay duda. Aquí nadie se hará millonario haciendo las cosas en catalán. Rico igual sí, pero millonario seguro que no por un tema de mercado. Los primeros youtubers e influencers que empezaron a picar muy fuerte eran catalanes que hacían contenido en castellano. Se han hecho millonarios, pero también han perdido la oportunidad de que gente con capacidad comunicativa trabajase para una identidad cultural. Pero si no les interesa, tampoco les pondremos una pistola en la cabeza.
--¿Considera que el humor debe tener límites?
--Yo pienso que el límite del humor es que haga gracia. Todos tenemos en mente bromas que han suscitado mucha polémica y, en ninguno de los casos, ha sido un buen chiste. La mayoría de los que son sometidos a escarnio público son chistes de mierda, chistes donde el mal gusto y la provocación infantil van mucho más allá de la voluntad de hacer gracia. Lejos de que esto deba ser castigado a nivel legal, con cárcel o multas, porque me parece una chorrada y muy peligroso, sí que se tiene que dar una colleja pública. Tú trabajas para el público y si ellos consideran que lo que has hecho es una puta basura, que te lo digan. Si un arquitecto hace mal una casa, se hunde el techo y hay heridos, le costará volver a encontrar trabajo. Si alguien ha hecho un chiste de que alguien con síndrome de Down le chupa la polla y no ha hecho gracia, esta persona necesita recuperar el terreno perdido. Es el riesgo al que te expones.
--A veces se utilizan a colectivos reprimidos.
--Existe el trabajo bien hecho y el mal hecho. Los chistes que perpetúan estereotipos de toda la vida y prejuicios que se han visto toda la vida en los patios de colegio, como homófobos, racistas y machistas, no te hacen abanderar el humor negro, sino que estás yendo a lo fácil y estás haciendo un trabajo torpe. Esto públicamente yo creo que debe señalarse o castigarse.
--¿Se autocensura?
--No. Yo lo que hago es autorrevisar mi contenido. Hay cosas que no me hace falta decirlas delante de un micrófono para saber si ofenden o no porque cuando las he pensado ya me ofenden a mí. Eso ya no llega al micrófono porque ya no necesito que el público me diga que es ofensivo, yo ya soy lo suficientemente inteligente como para detectarlo. El problema es cuando no se detecta o uno se piensa que tiene carta blanca desde su posición de humorista como para decirlo igualmente bajo la bandera del humor. En el humor puede caber todo, pero entonces tienes que hacer el trabajo muy bien hecho. Cuanto más bestia sea el chiste, cuanto más te pases, cuanto más utilices para hacer tu broma a un colectivo que ha estado históricamente reprimido, mejor tiene que ser el chiste para compensar lo que estás diciendo. Si no, esto es una competición de burradas.