Biel Durán (Gelida, 1984) es un actor que recuerda toda una generación de catalanes que estuvo enganchada a Nissaga de poder (TV3). Allí aterrizó después de que Bigas Luna lo fichara para La teta y la Luna. Unos inicios increíbles.
La fama le vino con tan solo ocho años y los golpes de la realidad también. Un asunto familiar lo sacudió todo y le hizo apartarse del mundo de la actuación durante tres años. Aprendió otra profesión y la ejerció, pero el gusanillo de la interpretación volvió a aparecer.
Carrera de éxito
Algunos pequeños papeles y la impaciencia de esperar esa llamada que a veces no llega lo empujaron a juntarse con varios compañeros de profesión y sacaron adelante Ovelles, un éxito teatral del teatro independiente catalán que luego encontró su hueco en las salas.
Durán ahora vuelve a estar más presente que nunca. Ha regresado a la telenovela catalana en Com si fos ahir, repite con Escape room en el Teatre Condal de Barcelona y le espera un año cargado de teatro. Crónica Directo le entrevista en medio de tanto ajetreo para hablar de su éxito en la obra de Joel Joan y del resto de proyectos que tiene en mente.
--Pregunta: Repiten con ‘Escape room’. ¿Cuál es el secreto del éxito de la obra?
--Respuesta: Está hecha con la voluntad de intentar conectar desde el principio con el público. Por un lado, el tema del escape room, un elemento conocido, llamativo y goloso. Luego, como dice el mismo eslogan: es una comedia de miedo, es una pieza que juega a hacer reír mezclada con elementos de thriller que nos engancharán a la trama. Eso sucede, los personajes pasan una serie de pruebas cada vez más comprometedoras y que ponen a prueba la sinceridad, la verdad y las máscaras que todos llevamos encima. Es el planteamiento ideal para hacer que funcione. Joel Joan y Héctor Claramunt han creado una pieza de relojería y además hay un retrato histórico. Es la foto de un instante entre 2017-2018, hay un elemento político además que sobrevuela la obra y que es muy actual. No quiero desvelar mucho, pero están todos los posicionamientos. No queda títere con cabeza y no es complaciente con nadie.
--Y hay otro elemento. Esta obra, en un primer momento, recibió acusaciones por supuestamente banalizar el holocausto. Luego fueron matizadas. Y un así, se mete en la obra.
--Cuando salió todo esto yo no estaba en la obra, hacía La omisión de la familia Coleman. Recuerdo leer algún artículo y me generó curiosidad por saber qué hizo este par. Luego la vi y no lo entendí. Primero, porque no se sucede durante el holocausto, sino que es actual. No va a esa época para reírse de nada, coge elementos simbólicos del nazismo para poner a los personajes en aprietos morales e ideológicos. ¿Dónde está el problema? Es una simbología que a todos nos incomoda y sirve para que los personajes se posicionen. No se banaliza el holocausto ni se hace apología de nada. Al contrario. La obra es una crítica al nazismo, al totalitarismo. A veces nos la cogemos con papel de fumar. La libertad creativa ha de utilizarse para hacer escape rooms sobre el nazismo y con lo que les dé la gana. No hay ni una salida de tono al respecto.
--Este es un tema muy a debate: las limitaciones de lo políticamente correcto a la hora de crear e incluso interpretar ciertos personajes. ¿Hay muchos miramientos y recelos?
--Hay muchos miramientos ya en toda la actualidad informativa sobre qué se puede decir y qué no. Evidentemente, estamos en una dictadura de lo políticamente correcto y hemos de vigilar mucho. Entiendo que estemos aquí porque hemos evolucionado: hay más responsabilidad y respeto hacia las minorías, para todos los colectivos y por la pluralidad. Fantástico e importantísimo. Esto, por eso, ha de ser compatible con la libertad de opinión y expresión y, sobre todo, con la libertad de creación. La ficción es el marco ideal para poder hablar de todo. Si no nos podemos permitir hablar como queramos siendo personajes de ficción, no nos permitiremos nunca hablar de verdad, porque no hay nada más de verdad que la propia ficción. Es en la ficción donde nos podemos reír de nosotros mismos, dibujar y radiografiar nuestros ridículos más absolutos, nuestras miserias y nuestras mierdas. Si no lo podemos hacer desde la ficción, no lo podremos hacer en ningún otro sitio, porque los personajes son una representación de la realidad y, como tal, la han de reflejar. Lo hacemos detrás de una obra artística y bajo la máscara de un personaje que nos permite mostrar la verdad. El miedo no puede condicionar la libertad creativa. Y estamos aquí, hay un runrún que hace que a algunos creadores les tiemblen las manos a la hora de abordar ciertos temas. Solo hace falta ver el nivel de profundidad de ciertas creaciones que consumimos, cada vez se estrecha más.
--Hablemos de su carrera, también, usted empezó muy joven con ‘La teta y la Luna’ de Bigas Luna y con ‘Nissaga de poder’. ¿Le pesan mucho?
--Se me recordará siempre por eso, supongo. Forma parte de mi biografía y es lo que me inició en este mundo. Lo entiendo y saco pecho de ello orgullosamente, porque me siento muy privilegiado de haber tenido este inicio.
--Luego desapareció un tiempo. ¿No es entonces por el peso o la presión mediática?
--Nunca la sentí. Sí sentí que llevaba muchos años trabajando y que enlazaba mucho trabajo. En ocasiones, me hubiera gustado más dosificarme un poco, en otras, trabajar más de lo que lo hacía. Pero es común en este oficio. Yo empecé con ocho años, pero fue una decisión personal, porque mi hermana murió hace 11 años y fue un gran golpe. No me apetecía subirme a los escenarios, no me sentía con la vitalidad para hacerlo. Me hizo replantearme ciertas cosas y hacer cosas distintas. Estudié en la universidad, hice Educación Social y trabajé con niños y adolescentes en riesgo, y me lo pasé muy bien. Conocí un oficio y una realidad que solo conocía desde fuera. Y cuando me volvió a picar el gusanillo...
--Y el regreso ha sido apoteósico. Un ejemplo es ‘Ovelles’.
--Surgió de cuando no habían proyectos y creamos el nuestro. Nos juntamos Yago Alonso y Carmen Marfà para hacer lo que nos gustaba, formamos una compañía con Sara Espígul y Albert Triola en la [Sala] Flyhard y nos salió una comedia que conectó muy rápido con las personas de nuestra generación sin renunciar al compromiso, al humor y a la denuncia de una generación un poco frustrada. De allí, al Poliorama y nos fue tan bien que hemos montado una productora con Yago, Carmen y los productores Andreu Rami y Sem Pons, El ramat. La idea es continuar produciendo en esta línea que hable de temas actuales, que ponga por delante la dramaturgia contemporánea catalana, porque además es el momento de hablar de lo nuestro yendo de lo local a lo universal y con una mirada cómica.
--Qué valentía formar una compañía en estos tiempos y con la valoración de la cultura, ¿no?
--Estamos locos, pero lo hacemos asumiendo el riesgo económico que podemos. Y en el caso de Ovelles a pelo, sin pedir subvenciones. No es fácil. Estamos empezando y supongo que nos estamparemos alguna vez. Tal y como está el panorama cultural es lanzarse a una piscina sin agua, pero se ha de hacer.
--Con los estudios de Educación Social y el planteamiento de la productora se le ve comprometido socialmente.
--Soy más partidario de la ficción como retrato de la realidad que de una ficción más evasiva. Es cierto que mis padres siempre han sido sindicalistas y comprometidos con movimientos de izquierda y he mamado de algo que impacta y que comparto. No me quiero desenganchar de entender el teatro o la ficción con este grado que no quiero llamar de compromiso social, porque es un término muy desgastado, pero no podemos mirar hacia otro lado cuando el mundo está así de absurdo. Hemos de tocar los botones que nos hagan reaccionar y sin que sean pajas mentales, hacerlo de la manera más accesible, divertida y ácida posible.
--Forman parte ya de una generación en este sentido. Si bien parece que las obras viajan menos entre Barcelona y Madrid, da la sensación de que existe un hervidero de nuevos dramaturgos y creadores que renuevan el panorama teatral. ¿Cree que se está dando?
--Ha habido varias épocas en el teatro catalán. En los 90 los directores y autores eran casi intocables, ahora han aparecido nuevas compañías más jóvenes con propuestas interesantísimas que trabajan desde abajo, desde la base y que ellos lo crean, producen y lo llevan a cabo. Hemos pasado tiempos de precariedad y suelen ser propicios para crear. Hay mucha gente con mucho talento, pero no hay suficientes espacios para exhibir este talento. En Barcelona han cerrado muchos teatros en los últimos años, sobre todo, los de tamaño medio. El mapa ahora se divide entre las grandes salas del teatro público y el privado y la aparición de salas muy pequeñas que sirven de muestra, laboratorio y fábrica, pero que no garantizan la subsistencia de quienes se quieren dedicar a esto. Necesitamos un tamaño de sala de 350 a 400 personas que den oportunidades a esas perlas que salen de las salas pequeñas. No se da esa transición ni hay una política cultural que ayude a que los proyectos pequeños puedan llegar a ser sostenibles y mantenerse en cartelera un tiempo suficiente. Pasa con todo igual. Se ha perdido esa clase media.
--¿Tiene algún otro proyecto entre manos, visto que no para?
--Sigo con Com si fos ahir en TV3 que ya llevo una temporada y creo que el personaje aún tendrá algo de recorrido. Con El Ramat tenemos varios proyectos. Uno que ya podemos decir es Això no es diu, que se estrena en mayo y que habla de los límites de la sinceridad. Son dos parejas y una de ellas tuvo un bebé no muy agraciado y un malentendido sobre la valoración de su belleza da lugar a un malentendido que nos sirve para pensar si es mejor el silencio que la sinceridad. Estaremos dos meses en la Flayhard y muy probablemente en otro teatro mayor de Barcelona la temporada 2022-23. Y regresa Ovelles al Borràs en julio.
--Sin descanso.
--No puedo parar. No sé estar sin trabajar. Soy un muy mal actor en paro. Cuando estoy parado un tiempo necesito estar activo todo el rato. Y si no hay actividad que viene de fuera nos la creamos nosotros.
--¿Su posicionamiento político entonces lo ha perjudicado o favorecido?
--Desde 2018 no hago ninguna prueba para trabajar en Madrid. No sé si ha influido, prefiero pensar que no tiene nada que ver con mi posicionamiento en determinados temas, pero siempre he trabajado mucho allí, he vivido allí muchos años.
--No hemos hablado de televisión. Usted empezó con ocho años y ha vuelto tras el parón. ¿Ha cambiado mucho?
--Sí, mucho. Echo de menos esa televisión que no discriminaba por público. Ahora en las series todo es para un público, un target muy determinado y echo de menos esos proyectos que sentaban a toda la familia delante de la tele y que todos podían disfrutarlo. La tele sigue la lógica de los números y cuando eso pasa la calidad se resiente.