Lluís Marco (Badalona, 1949) está imparable y lleno de energía. Él confiesa que va haciendo poco a poco, proyecto a proyecto. Ahora inaugura el festival Temporada Alta con un desafío imponente, L’oncle Vània.
La obra de Chéjov llega al teatro de Salt sólo por tres días y cuatro representaciones antes de dar el salto en noviembre al Teatre Lliure. Se trata de un montaje más que especial. En la dirección está el director lituano Oskaras Koršunovas y entre el reparto grandes nombres del teatro catalán como Ivan Benet, Julio Manrique o Carme Sansa.
Reto
El espectáculo dura tres horas, pero garantiza que pasan volando. Y es que la adaptación, fiel al original, pone dos espacios temporales en escena, el siglo XIX y el XXI. Todo con música, audiovisuales y un material muy potente, el texto del dramaturgo ruso.
A tan sólo dos días del estreno, Crónica Directo habla con Marco que, pese a sus años de carrera dice que sigue nervioso, “estamos todos asustados, eufóricos, a la vez”. “Sin esto no habría teatro”, asevera.
Emoción y jubilación
“Sin sufrir y al mismo tiempo emocionar es imposible”. Es más, “el día que esto no pase, lo dejaré”, confiesa. Recuerda que esto es una de las cosas que ama de su profesión, pero lo que le realmente le “enganchó de la actuación es que me hizo sentir útil”.
Sigue siendo así. “Ofrezco a la gente lo que no les puedo dar uno a uno. Yo le doy al público lo mejor de mí, lo que tengo. Intento hacer disfrutar a la gente, querer. No sé hacerlo de otra manera. Esto me hizo acercarme al teatro y es lo que me mantiene todavía aquí: dar amor al ser humano”, apunta. Por el momento, ahí sigue. Disfruta de la jubilación anticipada y anima a los jóvenes a salir a la calle para que no les quiten este derecho.
--Pregunta: ¿Qué tiene de especial este montaje de ‘L’oncle Vània’?
--Respuesta: La dirección de Oskaras Koršunovas, un hombre lituano con una experiencia extraordinaria en Chéjov. Es una enciclopedia sobre el autor. A él se le suman unos actores catalanes de larga trayectoria a los que este señor nos ha girado el cerebro y las tripas. El espectáculo es novedoso, extraordinario y vale mucho la pena.
--¿Estas novedades suponen una adaptación libre o es fiel al texto del dramaturgo ruso?
--El texto es respetuoso con Chéjov, pero el director ve la contemporaneidad de los mismos y los extrae hasta el siglo XXI, hasta que incorpora y mezcla en escena los dos planos: el del siglo XIX y el actual. Siempre respetando el fondo y la forma del autor.
--¿Qué es lo que más le atrajo, esa nueva visión, el salir de la zona de confort?
--Lo que menos me ha costado y lo que más agradezco precisamente es salir de esa zona. Es verdad que uno se acomoda con el paso de los años y cree que ya tiene la experiencia y me ha sacado de allí y me ha hecho visualizar otros parámetros sobre mi trabajo de actor. Me ha ayudado a seguir viviendo la creatividad que tengo y me la ha vuelto a extraer como si tuviera 20 años. Y es muy de agradecer cuando ya tienes 72.
--Bueno, usted siempre ha tratado de variar sus roles, no encasillarse.
--Yo siempre procuro tener la actividad mental y física que requiere nuestra profesión. Sobre todo, para dar ejemplo a los más jóvenes. Pero este hombre nos ha hecho conocer a Chéjov desde una vertiente más rusa. Hemos contrapuesto en el buen sentido estas ideas mediterráneas que se tiene del autor y de su obra con la visión que tienen en Lituania o Rusia y ha sido muy enriquecedor.
--Si bien es cierto que ya estaba en la obra, en esta nueva mirada y ese aspecto más novedoso que le da Koršunovas, el medio ambiente cobra un papel predominante.
--Las palabras de Chéjov son tan actuales que asustan. Es increíble la visión de futuro que tuvo este hombre sobre la concepción de la naturaleza, los bosques y la destrucción de los mismos. Los discursos son de la obra, pero el director lo potencia con una serie de audiovisuales junto con el discurso de Chéjov. El contraste es precioso, como increíble es la capacidad de destrozar el mundo que tiene el ser humano. La conjunción de la técnica del siglo XXI y el XIX es impresionante.
--El montaje, siempre basado en las palabras del dramaturgo, subraya también algo que pudo pasar desapercibido en su día, la emancipación de la mujer. ¿Es así?
--Lo hay de una manera sutil, porque refleja la crueldad de las relaciones humanas. El impasse del amor al odio y las pasiones que se mueven en todas las esferas. La mujer tiene un papel central en esta obra pese a la distancia generacional porque, pese a la época, eleva a la mujer a la categoría de mujer, con su profundidad, con el reflejo de su manera de ser.
--¿Lamentablemente, el reflejo de esa crueldad de las relaciones humanas que presenta Chéjov la hace resonar en el presente?
--Por eso se puede representar en el siglo XXI. Y a su vez también nos hace ver algo que nos ha pasado desapercibido a algunos, la influencia de Molière en Chéjov. El mismo Tío Vania tiene relación con el Tartufo. Ves también cómo se vigilaban. Y ambos son un referente por su contemporaneidad.
--De hecho, de un tiempo a esta parte, Chéjov, si bien siempre ha estado presente en las carteleras de este país, ahora lo está más. ¿Hay un cierta reivindicación de él?
--Tal vez ahora nos atrevamos más. Siempre vimos a Chéjov como una cosa lenta, tediosa, pensativa que costaba levantar en teatro. Parecía que costaba explicar cada una de sus fases. Y Chéjov es un referente a la altura de Shakespeare. Ahora nos atrevemos porque también el espectador tiene las orejas mucho más amplias. Los rusos y lituanos llevan tiempo haciéndolo y ahora nosotros tenemos ese atrevimiento de poder hacerlo con tranquilidad. Llevamos 40 años sacando partido de nuestros actores: Joan Carreras, Mireia Aixalà, Julio Manrique, Iván Benet… La cosecha en Cataluña tiene ya un gran plantel de actores que pueden hacer ya lo que quieren.
--Pese a todo, el teatro parece haber perdido empuje en Cataluña. ¿Cree que ha perdido fuerza, que se necesita de autores de fuera para reanimarlo?
--No. El teatro catalán no ha perdido fuerza. El problema es la política, a la que le importa un bledo la cultura. Los presupuestos para cultura son ínfimos y la cultura se ha de crear. Nosotros hemos creado una serie de estructuras en estos últimos 40 años gracias a hombres como Josep Maria Flotats o Lluis Pasqual, entre otros, y los hemos echado fuera. Debemos replantearnos el momento para la política, veo que hemos creado gente muy válida y que no son tan tontos como piensan. Hemos de reforzar las estructuras teatrales, pero el tejido está muy bien protegido por el talento catalán. Surgen compañías jóvenes como La calòrica, por ejemplo. Otra cosa es que vayamos justos, porque se gastan los presupuestos en alquilar mesas o yo qué sé.
--Es ya una lucha constante que no varía, esté el color que esté en el poder. Al menos así parece reflejarlo el sector.
--Es que no hablo de colores, simplemente ¡les importa un comino! Cataluña es una potencia audiovisual y en cambio es una asignatura pendiente en los presupuestos. En vez de apostar por nuestros técnicos, actores y directores extraordinarios y las infraestructuras, no hay manera de potenciarlas. No hay nadie que quiera sentarse a hablar de eso, porque la vida no es sólo economía. Se reúnen los 27 países más ricos del mundo para hablar del cambio climático… Ya está bien de que ellos se paseen. Que hagan algo para que la gente cuando salga de trabajar pueda disfrutar y distraerse, porque se necesita.
--¿La pandemia ha reforzado esta necesidad, como dicen?
--Se ha sobrellevado gracias al audiovisual, a las series, el cine. Se debe revisar cómo Chéjov, un señor del siglo XIX puede decirnos cosas tan actuales como las que pasan ahora, por ejemplo.
--Precisamente por eso, por el consumo actual de series y películas cada vez más cortas, ¿no es un reto para el espectador ofrecerle un espectáculo de tres horas como el 'Tío Vania’
--El espectador no mira el reloj cuando le generas interés, y eso lo consigue Koršunovas. Ya se ha hecho antes, además, El Rock'n'roll de Àlex Rigola, sin ir más lejos duraba 2 horas y 45 minutos. El espectáculo está tan vivo en escena que a nosotros se nos pasa volando y a los productores también. Y es que crea espacios y diálogos muy potentes. Sí es cierto que la tendencia ahora es hacer espectáculos de no más de hora y media por eso de no cansar. Pero después de la pandemia y pasar meses encerrados en casa, si al público le das un espectáculo con música, imágenes y diálogos potentes con una iluminación maravillosa, no tira para atrás. Al espectador joven si no le gusta no vendrá, pero si lo hace, le da igual que sean tres o seis horas. ¡Si el botellón les dura toda la noche! (risas).
--¿Qué le diría precisamente a ese espectador joven, entonces, que no se atreve?
--Que se lo pasará genial. No se trata de un montaje que no vayan a entender. Desde el momento en que se enciendan las luces en el escenario se les abrirán los ojos, la mente. Se trata de tener criterio. La juventud debe aprender a pensar por sí misma, y estar segura de ellos. Estoy convencido de que les gustara. La gente joven tiene mucho criterio y tiene las orejas muy abiertas, y si lo hacemos bien, les va a gustar. Más incluso que a la gente mayor, que puede pensar que ya le han tocado a Chéjov (bromea).
--Además del teatro, usted se ha dedicado mucho al doblaje…
--Casi podríamos decir que hacía, ahora hago poco.
--¿Por qué?
--Primero, porque es muy duro, y después porque estoy casi jubilado y selecciono un poco lo que hago. Los estudios de doblaje son pesados, porque te has de encerrar allí muchas horas, pero le tengo una admiración muy grande y lo quiero como parte de mi profesión.
--Yo le iba a preguntar por la polémica sobre si el doblaje es o no necesario, ¿cree que no se valora lo suficiente?
--Yo no soy nadie para decir que el doblaje debe desaparecer. Pero estamos en lo de siempre. Los presupuestos han degenerado de tal forma que técnicamente se hace peor y para hacerlo mal es mejor que desaparezca. Si se lo trabaja como al principio, que teníamos unos maestros maravillosos como Elsa Fábregas o Joaquín Díaz, que elevamos el listón, tratamos de ser fieles al original y se hace bien, es necesario. En especial, para televisión porque en casa uno se distrae, se levanta y no todo el mundo tiene la misma capacidad para los idiomas, o puede leer los subtítulos con igual velocidad. El doblaje debe hacerse bien, si no, no hace falta hacerlo.
--¿Qué más proyectos tiene?
--Estoy jubilado. Así que primero hago una cosa y después, otra. No voy como los jóvenes, que para sobrevivir tienen que hacer dos o tres cosas. Gracias a la jubilación puedo permitirme seleccionar mis trabajos. Por eso, la gente joven no debe descartar salir a la calle con un bate de béisbol y romperle la cabeza a alguien si les quitan la jubilación. Ahora sólo tengo L’oncle Vània, tengo unas lecturas también alrededor de El Quijote. Algo saldrá, si no. Mi jubilación es activa como propuesta de nuestro Gobierno.
--¿Y hay gira pensada más allá de Cataluña? ¿Ir a Madrid?
--Por el momento, está pensado que sólo sea por Cataluña y Koršunovas tiene la promesa de llevarlo a Lituania. Lo de Madrid está en stand by. Me gustaría mucho ir a Madrid como en los viejos tiempos, en catalán y subtitulado, pero no está previsto.
--De hecho, hay quien dice que ahora el tráfico Barcelona-Madrid y viceversa parece encallado.
--Los catalanes molestamos un poco. No lo digo como queja. Pero si te sientes catalán, independentista y harto del Gobierno y no de los españoles cierran el grifo. Madrid se ha creado también su central nuclear y elige. Pero de eso se trata, de molestar.
--Bueno, los actores tienen fama de protestar. Algo que los autores como Chéjov y otros también hacían en sus obras. ¿Ha ido a menos?
--No se ha perdido la queja, se ha perdido el concepto izquierda-derecha en España y en Europa. El club este de los 28 igual, son unos que se reúnen para jugar al golf. Hoy está todo tan globalizado que se ha perdido este concepto. Lo que sucede es que ahora los que gobiernan tienen cero preocupación por la cultura y los actores deben quejarse y reivindicar. La cultura debe estar pagada y subvencionada, como lo está todo, coches, carreteras… Y los políticos anda que no lo están, con esos sueldos que tienen. ¡Anda que no están subvencionados esta pandilla de vagos, en su mayoría!
--Ha mencionado que los jóvenes que empiezan ahora en la actuación deben trabajar en varias cosas para sobrevivir. ¿Tan mal está la situación?
--Siempre ha sido un poco así, pero ahora afecta a jóvenes y no tan jóvenes y en otros sectores. Todo el mundo está en precario. En nuestro ámbito, hubo un momento en que se pensaba que todos teníamos que estar en Hollywood. Esto ha vuelto a su sitio. Además, en Cataluña cuesta más. Siempre has de estar en dos o tres cosas. En Madrid, parece que pueden pagar más. La precariedad por eso viene de las instituciones. No se tiene en cuenta que para tres semanas de exhibición en el teatro te pasas un mes estudiando y ensayando el texto. No está suficientemente valorado, se confía en la pasión que el actor tiene por actuar. Yo no me quejo de los jóvenes, sino que pienso que tenemos que plantearnos cómo empujar a las instituciones para que valoren nuestro trabajo.
--Ha hablado también de la jubilación. Ha sido muy crítico sobre la situación. ¿Cuál es su reivindicación?
--No se puede claudicar, porque amenazan con que no cobraréis la jubilación. Me parece demencial, un atraco. Una persona cuando llega a los 65 o los 70, si es que lo alarga, necesita un mínimo de protección económica para disponer de lo básico, porque se lo ha ganado con su trabajo durante 30 años. Estos vagos que mandan no os pueden quitar la jubilación a los jóvenes. No se puede permitir que se gasten millones en aviones y en el rey emérito y que a la gente trabajadora del país no le puedan dar su jubilación. Es para abrirles la cabeza.