Todo un icono de la belleza y la elegancia. Un mito. Así era la actriz Audrey Hepburn que el próximo 4 de mayo hubiese cumplido 91 años. Una mujer que nació en la ciudad belga de Bruselas, aunque educada en Holanda, y cuyo verdadero nombre era Edda Kathleen Van Heemstra Hepburn-Ruston.
Una mujer que fue el fiel reflejo de una imagen naif y angelical que traspasó la pantalla cuando actuaba en películas que formarán para siempre parte del ideario colectivo y por la que recibió numerosos premios en su carrera. Es el caso de Sabrina con Humphrey Bogart, Desayuno con diamantes con George Peppard o compartiendo escenas con Gregory Peck en la inolvidable Vacaciones en Roma. Este es el repaso a la vida personal y profesional de esta actriz.
Su infancia
Un 4 de mayo del año 1929 nacía una niña descendiente de una familia aristocrática holandesa en la que su abuelo era un barón muy próximo a la Corte Real y su padre, Joseph Víctor Henry Ruston, se dedicaba a la banca. Un origen que, sin duda, marcó la personalidad y el carácter de la joven Audrey quien vivió hasta los 10 en años en Holanda. Tras el divorcio de sus padres, Londres se convirtió en su nuevo hogar y allí fue donde dio sus primeros pasos en el mundo de la danza y la escena para, en un primer momento, pagarse sus estudios.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial trastocó su apacible vida londinense. Audrey y su familia volvieron a Holanda de nuevo hasta que regresaron al cabo de un tiempo de nuevo a Inglaterra donde retomaría su formación artística y empezaría a debutar como modelo gracias a una innegable belleza natural.
Sus inicios en el cine
Su trayectoria profesional en el séptimo arte arrancó con la interpretación de pequeños papeles en algunas películas, además de ciertas incursiones como corista en obras de teatro. No fue hasta el año 1952 cuando le llegó su primera oportunidad. Y vaya oportunidad. Recibió la llamada del director de cine William Wyler para ser parte de la pareja protagonista de una comedia: Vacaciones en Roma. Sin duda, un comienzo soñado por cualquier aspirante a actriz, si además se tiene en cuenta que ya por este papel recibió un Oscar a la mejor actriz.
Empezaba entonces una prolífica carrera con títulos que ya son parte de la historia del cine como Desayuno con diamantes, Sola en la oscuridad, Historia de una monja, Sabrina o Charada entre otros. Trabajos que, aparte del aplauso de crítica y público, vinieron con varias nominaciones a los prestigiosos galardones antes mencionados y que hizo que se llevara también un premio en el Festival de San Sebastián y varios Bafta británicos en la misma categoría de actriz principal.
La Audrey más personal
En el cine encontró todo lo que una actriz puede soñar y, también, en un set de grabación forjaría su vida personal y sentimental. Su primer matrimonio fue con un compañero de profesión, Mel Ferrer, con quien tuvo a su primer hijo Sean. Sin embargo, el matrimonio fracasó al cabo de una década de unión y Audrey volvió a casarse. En este caso el afortunado era un psiquiatra italiano, Andrea Dotti, con el que tuvo a su otro hijo Luca Andrea. Un segundo matrimonio que tampoco duraría mucho.
Al ser madre tomó la firme decisión de alejarse por un tiempo de su trabajo y dedicarse por completo a la crianza de sus hijos. Sin embargo, esto no hizo que alguna que otra vez volviera a coquetear con el cine en películas como Robin y Marian de Richard Lester o Lazos de Sangre con Omar Sharif. En una de esas vueltas fugaces al trabajo conoció a su última pareja, su verdadero amor según ella, el actor holandés Bob Wolders.
Su faceta más solidaria
Aparte de su familia y de su importante carrera como actriz, de lo que Audrey Hepburn estuvo más orgullosa al final de su vida fue de su labor solidaria, especialmente enfocada en los niños. En el año 1988 fue nombrada embajadora de UNICEF y con esta organización viajó a los países más pobres del mundo. Sin embargo, su faceta altruista se vio interrumpida cuando le detectaron un cáncer de colon.
Una enfermedad que acabó con su vida a finales del mes de enero de 1993. Un último adiós en el que no solo estuvieron sus hijos y su último amor, también sus dos maridos fueron a dar el último adiós a una mujer irrepetible. Se apagaba todo un icono por su saber estar y a una belleza innata que cautivaba por su aspecto frágil y menudo.