Los cementerios no son solo sitios donde enterrar a los muertos para visitarlos cada tanto y guardarles respeto. Desde hace siglos, son auténticos museos con mausoleos y estatuas que son auténticos monumentos.
Un claro ejemplo de ello son dos cementerios de Barcelona que brillan con luz propia por sus características: el de Montjuïc y el de Poblenou.
Dos de Barcelona
El primero no solo destaca por la sepultura de Nicolau Juncosa con la muerte detrás, el Panteón de August Urrutia o la escultura de un hombre semidesnudo trabajando en el Panteón Vial i Solsona, también por sus grandes dimensiones y sus espectaculares vistas.
El segundo tiene desde El beso de la muerte a las tumbas del santito de Poblenou, un chico del barrio al que le hacen ofrendas o la del gitano anónimo, que luce traje, paquete de tabaco en el bolsillo de la camisa y la guitarra al lado.
Los cinco catalanes
Más alá de estos dos, el resto de territorio no se queda corta en cuanto a cementerios se refiere. Algunos lo son por su ubicación, otros por sus características, pero si algo tienen todos estos que ahora siguen es mucho encanto.
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Cementerio de Roques Blanques. Poca gente conoce ya la población como saber algo de su cementerio, pero deben saber que este camposanto de El Papiol ha sido multipremiado por sus características, diseño y compromiso ambiental. Integrado en un bosque del Baix Llobregat, los nichos y tumbas forman parte del paisaje, como la muerte forma parte de la vida. Un paseo por allí es un camino por la naturaleza en su más pura esencia.
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Cementerio de Arenys de Mar. Su belleza es de tal magnitud que Salvador Espriu dijo: "pasearé por el orden de verdes cipreses inmóviles sobre el mar en calma". Y así ha sido, allí está enterrado. Comparte espacio con Josep Llimona, Frederic Marès o Venanci Vallmitjana. Este paseo de cipreses atraviesa los tres grandes rellanos en los que se divide este camposanto situado en lo alto de la colina de la Piedad.
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Cementerio de Portbou. Allí también murió un escritor y filósofo célebre. Pero sus restos quedaron en el mar. Walter Benjamin huía del nazismo y al cruzar la frontera entre Francia y España topó con el franquismo. Hastiado del terror generado por el ser humano, del mal propio del ser humano, se tiró al mar frente al cementerio, donde ahora hay un monumento que le honra. Dentro de las paredes del camposanto, las diversas explanadas miran todas al mediterráneo.
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Cementerio de Teresa. No, no hay una población que se llame así. De hecho, este cementerio está en Bausen (Vall d’Aran) pero hay una persona allí enterrada, Teresa. Era la pareja de Francisco, un pariente lejano, y el cura no les casó por eso. Tuvieron dos hijos, pero ella murió joven y el capellán se negó a enterrarla en el camposanto municipal por su vida pecaminosa. Fue entonces que Francisco le hizo a su mujer su propio cementerio en el paisaje del Coret, a 800 metros del pueblo.
- Cementerio de Olius. Uno de los camposantos más integrados con su entorno, el Solsonès. Con claras influencias modernistas, su arquitecto Bernardí Martorell decidió respetar el espacio de piedras y encinas y excavar los nichos, tumbas y panteones en las mismas rocas. Su belleza adaptada al paisaje lo hace extraordinario.