¿Existe algo más gratificante que una jornada de sol y mar para reposar y sumergirse en un escenario onírico? La Costa Brava despliega ante los ojos una sucesión de bellas playas y recónditas calas que aguardan su revelación durante el esperado verano.
Dentro de las ensenadas de la Costa Brava, destaca la playa de la Fosca, un rincón apacible en el término municipal de Palamós.
Explorando la playa de la Fosca
De longitud cercana a los 320 metros y con un ancho de unos 40 metros, la playa de la Fosca está compuesta por una arena fina y un litoral poco profundo cuyo fondo marino de arena resulta especialmente idóneo para el disfrute de los más pequeños.
El lugar está dotado de servicios de duchas, socorrismo, así como un bar, restaurante y un chiringuito. La playa es un espacio 100% inclusivo, con una rampa de acceso que permite a personas con movilidad reducida disfrutar plenamente.
Cuidado si tu plan es ir solo: esta playa cuenta con una afluencia notable, siendo especialmente popular entre familias. La facilidad de acceso en coche, a pie, mediante autobús o incluso por mar contribuye a su elevada concurrencia.
Enclavada en una área residencial al norte de Palamós, la playa de la Fosca se extiende como un arenal amplio dividido por la imponente roca oscura de tono negro. Esta partición brinda lugar tanto a la playa de la Fosca como a la de Sant Esteve de la Fosca, ambas integrantes del término municipal de Palamós. De hecho, su denominación proviene de la presencia de esta prominente formación rocosa.
A lo largo de este tramo litoral, discurre un paseo marítimo donde se sitúan encantadoras residencias de verano que datan de mediados del siglo XX.
Además, la porción derecha de la playa se ve flanqueada por el Cap Gros, un macizo poblado de pinos que se adentra en el mar, cuyos acantilados alcanzan alturas notables. En esta parte que mira hacia la Fosca, aparece la pequeña cala de Sa Tamardia, acompañada de una cueva de entrada espaciosa.
La leyenda de la Fosca
Más arriba hemos mencionado que el nombre de la playa se debe a su prominente formación rocosa. Esta esconde una leyenda.
Según la leyenda transmitida, la deidad griega Pyrene escapó a este litoral para evitar a Gerión, un monstruo de tres cabezas que la perseguía. Tras rechazar sus avances, Gerión incendió los bosques pirenaicos y mató a su padre.
En busca de refugio, Pyrene recorrió diversas zonas costeras de Cataluña: las hermosas playas del Golfo de Roses y la impresionante Aiguablava de Begur. Sin embargo, optó por este rincón para establecerse junto a sus sirvientes. Aquí ordenó la construcción de su palacio cerca de Sant Esteve de Palamós, en un punto entre el mar y la tierra, confiando en que Heracles, su amado, la encontraría.
El palacio era una obra de belleza, con exuberantes jardines repletos de fuentes y estanques. Junto a la playa de fina arena dorada, aguas azules y agradable clima, se convirtió en su propio paraíso. Las noches se llenaban de paseos bajo la luna, cenas y almuerzos entre olivos, todo en su entorno maravilloso.
En las cercanías se alzaba un castillo cuyo señor, hechizado por la belleza y dulzura de Pyrene, le ofreció regalos y ruegos para conquistarla. No obstante, tras los repetidos rechazos de la deidad, una noche enloqueció y mandó incendiar el palacio, poniendo fin a la vida de Pyrene.
El palacio se convirtió en cenizas, y las ruinas se erosionaron con el tiempo, desapareciendo poco a poco ante la acción del mar y los vientos. Sin embargo, una roca obstinada y resistente permaneció, ennegrecida por las llamas del incendio, desafiando el paso de los años y manteniéndose como testigo de aquella fatídica noche.
Hoy día, esa roca persiste en su lugar original, siendo conocida como la roca "fosca" debido a su tono oscuro, y es el nombre que identifica la playa, La Fosca.