Las aguas turquesas no son propiedad del Caribe o las Maldivas. En las montañas de Cataluña hay una poza que impresiona a todo visitante que se acerque.
Situada a sólo 20km de uno de los pueblos medievales con más encanto de la comunidad autónoma, Besalú. Llegar hasta allí implica hacer un trayecto en coche y una buena caminata que vale la pena.
Cómo llegar
La carretera principal a tomar es la AP-7, coger la salida de Banyoles y Besalú y circular por la carretera C-66. Una vez en Besalú se puede entrar a la A-26 y tomar la salida 75, dirección Sant Jaume de Llierca y Sadernes. En este último pueblo es donde uno debe aparcar.
A partir de allí, uno se acerca a la iglesia de Sadernes y empezar a caminar por el camino asfaltado hacia el destino, el gorg Blau de Sant Aniol. Y por si uno teme quedarse sin cobertura, parar en el punto de información para saber dónde ir.
Oz
Lo importante es no salirse del camino e ir preparado. Son 15 km hasta llegar al lugar, lo que supone entre 3-5 horas de paseo. Una vez concienciado de ello, no hay que perder la vista la señalización.
Si Dorothy seguía el camino de baldosas amarillas, el excursionista que va a la poza azul no debe perder de vista las marcas naranjas y verdes que hay por el camino. Un camino que desde que se pasa la oficina de información es de piedras.
Camino con sorpresas
El visitante va a ir casi todo el tiempo al lado de la riera de Sant Aniol. Una vez se llega al puente d’en Valentí hay una bifurcación. Se ha de tomar el camino de la izquierda y no abandonar la riera. Hay que cruzar un puente y llegar hasta la masia Ca la Bruta. Allí, si se quiere descansar, se puede hacer sin problema. El local está para ello.
De allí se va hacia la derecha. El camino cruza varias veces el río, normalmente se hace por las piedras, pero también hay un puente colgante. Antes de llegar al destino. ¡Sorpresa! Está un bien de interés nacional, la ermita de Sant Aniol d’Aguja.
La poza y el salto
Una vez se visita esta hermosa edificación, llegar al gorg Blau es ya una realidad. Y lo que descubre el visitante es fascinante. El turquesa del agua contrasta con el verde de la vegetación que rodea la poza.
Si la imagen no fuera suficiente bucólica, el salto del Brull que preside el lugar y cae limpio hasta la poza completa una imagen digna de postal. Refrescarse, aunque sea invierno es casi imposible. En verano, esa agua fría es un goce tras varias horas a pie.