Un artículo recientemente publicado por el periódico estadounidense The New York Times ha suscitado cierta polémica en España, después de que a dos personas de origen español y portugués no las haya catalogado como “blancas”.
En dicho artículo, el diario incidía en que de las 922 personas más poderosas y con mayor influencia de Estados Unidos, la gran mayoría eran de raza blanca, ya que solo 180 de ellas pertenecían a otros orígenes étnicos: negras, asiáticas, hispánicas, nativas americanas o incluso de otro color.
Políticos
La sorpresa entre los lectores de nuestro país ha saltado cuando entre esas 180 personas que no son blancas se encuentran el empresario y político de origen vasco John Garmendia y el político portugués Devin Nunes.
De hecho, en las redes sociales se armó un auténtico revuelo, ya que eso suponía que a cualquier español o portugués se le considera de una raza diferente, a pesar de que la mayoría de la población es caucásica mediterránea.
Cuestión de apellidos
Esta equivocación para algunos, nimiedad para otros que no entienden de razas se ha hecho pública gracias a René D. Flores, sociólogo de la Universidad de Chicago, que fue quien se percató de la clasificación de The New York Times, llegando a manifestar que “la regla que parecen seguir es clasificar a cualquiera cuyo apellido suene ‘hispano’ como no blanco, independientemente de su origen real. Esto explicaría por qué Pablo Isla, el consejero delegado de Inditex, nacido en Madrid, está clasificado como no blanco”.
Y a esto añadió: “De manera interesante, The New York Times clasifica a personas con origen en Oriente Medio como el irano-americano Farnam Jahanian o Marc Lasry, que nació en Marruecos, como blancos. La lectura de las señales culturales ibéricas como no blancas y la clasificación de las personas de Oriente Medio como blancas es un fenómeno exclusivamente estadounidense”.
Familia típica
Este estudio no ha sido la primera vez que el periódico se ha “equivocado” con España o los españoles. El pasado mes de abril una publicación sobre la necesidad de los niños de salir de casa ya levantó una gran polémica. Aunque en aquella ocasión, más que por el tema que se trataba fue por la foto que acompañaba al texto.
En esta imagen, tomada por el fotógrafo Samuel Aranda, aparecía como “típica” española a una familia cuyo país de origen es Bangladesh sentados bajo una bandera del F.C. Barcelona. Más allá de que tuvieran la nacionalidad española o no, las protestas fueron muy numerosas, ya que mucha gente consideraba que la formada por Mafus y Samina Rohman junto con sus hijas gemelas y una prima no era especialmente ilustrativa de lo que es una familia en nuestro país. En ese momento, el fotógrafo se defendió argumentando que el concepto de familia había cambiado mucho en España.
Críticas a España
Y para completar esta lista de polémicas, la tercera de ellas sí que se refiere a una crítica directa tanto al Gobierno como al modo de gestionar la crisis del coronavirus. En un editorial aseguraba que el presidente había convertido España en un mosaico de nuevas reglas, y que ese mosaico estaba lleno tanto de éxitos como de fallos alarmantes.
Además, incidía que en nuestro país se necesitaba vigilar mejor los contactos, optimizar el rastreo de los mismos y ofrecer un mayor apoyo en las pruebas de diagnóstico del Covid-19, ya que consideraba que la Sanidad seguía estando mal equipada.
Adiós del jefe de opinión
Las relacionadas con nuestro país no han sido las únicas polémicas que han salpicado al diario neoyorquino. De hecho, la principal de todas en los últimos tiempos ha estado relacionada con una columna en la que el senador Tom Cotton, del Partido Republicano, se explayaba sobre lo que que se debía hacer para frenar las protestas que se estaban dando en todo el país como causa de los conflictos raciales.
En esa columna instaba a enviar al Ejército para poner todo en orden y que se frenasen los disturbios. Tales palabras no sentaron bien a la audiencia del rotativo, la cual tiene un cariz mucho más apegado al Partido Demócrata. Las protestas no se hicieron esperar y el malestar generado llevó a James Bennet, jefe de opinión, a renunciar a su cargo por haber permitido la publicación de Cotton.