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El próximo mes de noviembre, Artur Ramon publica en la editorial Elba Anticuarios modernos, una serie de relatos sobre su profesión. Creo que es una versión en lengua castellana, corregida y sensiblemente aumentada, de unos cuentos en catalán que publicó años atrás en la editorial Comanegra.

Porque Artur Ramon no es solo un anticuario, descendiente de una estirpe de profesionales. Es una persona bien conocida en Barcelona por sus aportaciones en radio y prensa, por la galería con su nombre en el Ensanche… y por sus libros, siempre amenos, instructivos, interesantes

Sobre él tengo escrito: “Es un señor que vive en lo imprevisible, en la cacería [de obras de arte], en la persuasión y la seducción. Tiene una presencia física a la vez discreta e imponente. Se mueve con fría elegancia, silencioso y aparentemente relajado pero alerta, atento, quizá por deformación profesional, pues sabe, por la experiencia de los años, que en cualquier momento, en cualquier circunstancia puede saltar la liebre que lo cambie todo para bien.”

Con esas palabras me refería a la singular experiencia, reservada a pocas personas –dotadas de gusto, conocimiento y atención—capaces de reconocer, a veces, entre un montón de pinturas sin valor en un rincón polvoriento de una brocantería, o en el piso de un difunto cuyos herederos quieren vaciar, una joya, la obra de algún maestro.

A Artur Ramon la pintura, o el arte en general, de carácter conceptual o accionista, no le interesa especialmente. Cuando le he pedido que eligiese una obra de arte moderno que le gustaría llevarse a casa, no me ha sorprendido que eligiese una de Barceló.  

“Estimado Ignacio,

>>Si pudiese elegir una sola obra de arte moderna o contemporánea con la que me gustaría vivir, escogería L'atelier aux sculptures de Miquel Barceló:

>>Un cuadro que me gustaba ver en el Museo Reina Sofía pero que desde hace años está presidiendo el Consejo de Ministros y sólo lo veo por televisión.

>>Conocí a Barceló hace treinta años y desde entonces hemos sido y somos muy buenos amigos. Este cuadro representa para mí la memoria de tantos buenos ratos pasados en su taller, en el Marais de París o en Farrutx o Vilafranca en Mallorca donde vas de una sorpresa a otra, un laboratorio donde el arte se convierte en una revelación.

>>Es un cuadro que está lleno de citas, autoreferencial se diría hoy, y debería volver al museo, que es donde debe estar. Barceló es para mí el artista que culmina el arte español con Picasso, Miró, Dalí y Tàpies.

>>Un artista completo que todo lo hace bien: pintor pero también escultor, dibujante, ilustrador de libros, grabador. Un Picasso 3.0. Un genio.”

'L'atelier aux sculptures' de Miquel Barceló

Bien, el objeto de predilección de Artur Ramon es un óleo de 1993, apaisado, de 235 por 375 centímetros, que efectivamente el lector conocerá, aunque sea fragmentariamente, de verlo en la tele, porque aparece en el salón donde se celebran los consejos de ministros. Una gran sala desordenada, de paredes de colores parduzcos, llena de papeles y de esculturas antropomórficas y animales, que seguramente es donde Barceló pinta en el estado extático del que habla a veces. A mí me divierte la diferencia entre ese espacio un tanto caótico con el orden estricto que reina en la galería y las oficinas de Artur Ramon, llenas de obras de arte. 

A lo mejor al lector le interesa comparar ester óleo con la biblioteca del mismo artista de la que hablaba hace unas semanas, en esta misma sección, el periodista Sergio Vila-Sanjuán