Metrópolis, de George Grosz

Metrópolis, de George Grosz

Creación

Ramón de España elige a Grosz

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El lector de Crónica Global no necesita que le presente a Ramón de España, novelista, guionista de comics, ensayista sobre temas del rock, director de una película (Haz conmigo lo que quieras) y acuñador del concepto El manicomio catalán, que dio pie a infinidad de artículos y varios libros sobre nuestros nacionalistas, libros bajo el epígrafe, y el concepto, que se inspira en la canción The Fun Boy Three: The lunatics Have Taken over the Asylum (‘Los locos se han apoderado del manicomio’).

Como he estado muy ocupado y no me ha dado tiempo para pensar en alguien de verdad importante, y a él lo tenía a mano, es a él a quien le pregunté ayer: “Si pudieras llevarte a casa una obra de arte contemporáneo –entendiendo por “contemporáneo” todo lo que viene desde Duchamp a la actualidad–, ¿cuál elegirías?

El caso es que sin pensárselo dos veces respondió a mi pregunta: “Elegiría Metrópolis, de George Grosz. Siempre que voy al museo Thyssen de Madrid me paro un buen rato ante esa escena de Apocalipsis.”

'Metrópolis', de George Grosz

'Metrópolis', de George Grosz

Buena, si angustiosa, elección: Grosz pintó esta imagen expresionista, abigarrada, enloquecida, durante la Primera Guerra Mundial, en la que quedó seriamente traumatizado (como Beckmann y Kokoschka, de los que les hablaba el otro día). Su idea de la humanidad como una colonia de ratas histéricas, apresurándose y chocando en una atmosfera rojiza llena de presagios de catástrofe, no gustó nada a los nazis, que la destacaron como ejemplo perfecto de lo que ellos llamaban “arte degenerado".

Grosz, un pintor muy crítico con el capitalismo, con el militarismo y con la burguesía, pintaba dibujos caricaturescos, realizados con la más hostil crueldad crítica, contra altos oficiales del ejército y ricachones, a los que siempre pintaba con chistera y muy cerdosos, y cerca de ellos siempre ponía a algún veterano de la guerra ciego o con muletas, demacrado y vestido con los harapos de un uniforme heroico. El contraste entre esas figuras era turbador. Irradiaban el desprecio del artista por los poderosos de este mundo.

Militante del partido comunista alemán –durante unos años, luego se dio de baja–, tuvo la suerte de exiliarse en Nueva York en enero de 1933, unos días antes de que Hitler asumiera el poder. Estuvo en Estados Unidos, convertido en maestro de dibujo en no recuerdo qué centros educativos, y allí, ay, perdió su mordiente, su estrecha relación con la sociedad que retrataba. Estas cosas las cuenta o se entrevén en sus memorias Un Sí menor y un No mayor, que publicó aquí Capitán Swing, no hace muchos años.

Grosz regresó a Berlín Occidental en 1958, y en julio del siguiente año, después de una noche de consumo de mucho alcohol, se cayó por unas escaleras y murió. Muerte tonta para un gran talento.

Antes de que se me olvide: eso de que si le he preguntado a Ramón de España es porque no tenía a mano a nadie de veras interesante… ¡es broma! ¡Que todo hay que dárselo al lector masticado!

Cuando ya había redactado estos párrafos, me llama el susodicho y me dice que en realidad no está seguro de si de verdad elegiría Metrópolis, que quizá en vez de esa obra de Grosz prefiere el famoso cartel luminoso, en letras electrónicas, que Jenny Holzer (nacida en 1950 en Estados Unidos) colgó a principios de los años ochenta en Times Square, de Nueva York, y que decía: Protect me from what I want. (‘Protégeme de lo que deseo’).

'Protect me from what I want', de Jenny Holzer

'Protect me from what I want', de Jenny Holzer

Desde luego la frase es compleja y sugestiva –no así muchas otras de esta artista que empezó como pintora abstracta pero se fue decantando hacia el mundo de las palabras, colocando sus truism –consignas, aforismos y ocurrencias, generalmente de tono humanista y feminista, a veces rayando en el buenismo– en museos, galerías y espacios públicos–, y que fue un logro –el texto es el contexto– hacerla presidir durante un largo periodo de tiempo la plaza neoyorquina más simbólica de la cultura norteamericana, del consumismo y del sistema capitalista.

“Protégeme de lo que deseo” tiene esa ambigüedad de dejar indeterminado a quién se dirige, y de sugerir que entre nuestros deseos y nuestras verdaderas necesidades y conveniencia hay una grieta. Es una advertencia de que conviene protegerse de las propias pulsiones, de uno mismo. Es como una versión moderna de la paradoja de Teresa de Jesús: “Más lágrimas se verterán por las plegarias atendidas que por las no escuchadas”.

Ahora que lo pienso bien, es curioso que entre las dos obras de arte elegidas por Ramón hay una relación de familiaridad. Ambas son escenarios de Metrópolis agitadas, histéricas, ambas irradian la tensión entre el individuo y la comunidad y en ambas palpita una angustia más o menos desesperada y más o menos evidente.