
La exposición 'Tiempos inciertos. Alemania entre guerras' se podrá visitar hasta el 20 de julio de 2025
Luces y sombras de la Alemania de entreguerras
Una magnífica exposición en CaixaForum Barcelona hasta el 20 de julio explora el florecimiento cultural e intelectual de la República de Weimar
Tendemos a pensar que nuestra existencia se asienta sobre pilares tan firmes e imperturbables que no pueden desmoronarse. Eso mismo pensaron las generaciones que nos precedieron y, seguramente, las que nos sucederán. Sin embargo la historia ha demostrado que esto no es así. Las civilizaciones colapsan y los imperios se desmoronan. Es una máxima inexorable: todos los “mundos de ayer” tienen un final.
El siglo XX lo experimentó por partida doble. Primero con la caída de los cuatro grandes imperios: el austrohúngaro, el alemán, el ruso y el otomano tras la catarsis política, sociológica e ideológica de la Gran Guerra, y pocos años después con el estallido de la II Guerra Mundial.
Entre ambos conflictos hubo luces y muchas sombras. El periodo de entreguerras fue una etapa de gran inestabilidad política y económica, marcada por el auge de los nacionalismos y la agitación social. Paradójicamente también fue un tiempo de gran efervescencia cultural, de ruptura con el arte tradicional y de la eclosión de las vanguardias artísticas. Eran los felices y locos años veinte. Y todos estos acontecimientos ocurrieron en poco más de una década.

La República de Weimar fue un periodo de florecimiento cultural
Este complejo y fascinante contexto articula el tema central de Tiempos inciertos. Alemania entre guerras, una magnífica exposición en CaixaForum Barcelona que analiza un capítulo fundamental de la historia europea, poniendo el foco en el amplio universo de la República de Weimar, en la etapa que va de 1918 a 1933.
Un viaje estimulante por la historia
El arquitecto y filósofo Pau Pedragosa es el comisario de esta muestra de mirada poliédrica que traslada al espectador hasta la Alemania de Weimar. Lo hace mediante una envolvente escenografía y una gran pluralidad de recursos y lenguajes donde encontramos montajes audiovisuales, música de Johann Strauss e Igor Stravinsky y, por supuesto, obras pictóricas, gráficas y documentales de gran valor histórico y artístico.
Piezas de autores de la talla de Gabriele Münter, Ernst Ludwig Kirchner, Vassili Kandinski, Lyonel Feininger, Oskar Schlemmer, George Grosz, Jeanne Mammen, Marianne Breslauer o August Sander, o fragmentos de películas históricas, como Metrópolis, de Fritz Lang, y propagandísticas, como es el caso de El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, recrean el ambiente de aquella época lejana cuyos ecos aún resuenan.
Bienvenidos a la edad de oro de la estabilidad
Siguiendo un recorrido cronológico estructurado en tres tiempos, el visitante emprende un viaje que tiene su origen en el seguro mundo de ayer, continúa hacia su trágico final, y finaliza en el mundo de hoy, un destino tan incierto como el que vivieron aquellas generaciones.
Una estancia inspirada en la célebre novela Los Buddenbrook de Thomas Mann nos sitúa en los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial. Aquellos que Stefan Zweig describe en El mundo de ayer, como “la edad de oro de la seguridad”, cuando la milenaria monarquía austriaca “parecía asentarse sobre el fundamento de la duración y el propio Estado parecía la garantía suprema de estabilidad. (...) Todo lo radical y violento parecía imposible en aquella era de la razón”.

Una museografía envolvente sumerge al espectador en aquel periodo fundamental de nuestra historia
Sin embargo, esta supuesta estabilidad se asentaba sobre pilares duraderos pero también muy frágiles. Los imperios coloniales se desmoronaban, la desconfianza se infiltró en la compleja red de alianzas políticas entre los estados europeos que buscaban mantener su poder a toda costa. El asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del Imperio austrohúngaro, desencadenó uno de los conflictos más dramáticos y mortíferos de la historia. La Primera Guerra Mundial dejó el continente totalmente asolado y millones de víctimas militares y civiles.
¿Hacia un mundo mejor?
Al horror le siguió un breve periodo de estabilidad. La República de Weimar fue un intento de construir una nueva sociedad humanista, asentada en los principios racionales de la Ilustración. En muchos aspectos, los valores y principios recogidos en la Constitución del nuevo régimen eran similares a los que rigen cualquier estado de derecho. Pero las circunstancias sociales y económicas y el ascenso del partido nazi acabaron por horadar esta suerte de utopía democrática.
Antes del fatídico colapso, la Europa de entreguerras disfrutó de los denominados “dorados años veinte”. Entre 1924 y 1929 el Viejo Continente disfrutó de una época de tolerancia, de experimentación y creatividad, sobre todo en las grandes ciudades. “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, decía Bertolt Brecht. Y así, como si de un enorme bloque de piedra se tratara, una troupe de artistas e intelectuales dieron forma a uno de los capítulos más fascinantes de nuestra era.
Vanguardias y la Bauhaus
La República de Weimar llegó con aires renovados donde la mujer asume un rol independiente, fuerte y activo. El arte y la cultura experimentan un florecimiento cultural extraordinario. Estilos pictóricos como el expresionismo, el dadaísmo, el constructivismo y la nueva objetividad añaden nuevos capítulos al relato de la historia del arte.
Fue precisamente en Weimar donde se estableció la primera sede de la Bauhaus, la mítica escuela de artes y oficios fundada por Walter Gropius. Dessau y finalmente Berlín acogieron esta institución que en apenas 14 años revolucionó la arquitectura y el diseño. La escuela fue clausurada en 1933 tras la llegada al poder del partido nazi. Poco después, el 10 de mayo de ese mismo año, tuvo lugar en Berlín la famosa quema de libros considerados antialemanes liderada por Goëbbles.
Aquel episodio marcó el principio del fin del sueño democrático y el inicio de la barbarie que llevaría a Europa y gran parte del mundo a la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto. Nadie lo vio venir. Decía Stefan Zweig en El mundo de ayer, que “obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que condicionan su época”. Tan cierto como que estamos condenados a repetir los mismos errores sin ni siquiera darnos cuenta de ello.