Esto qué es, por Ignacio Vidal-Folch

Esto qué es, por Ignacio Vidal-Folch

Creación

De Judd a Barceló y vuelta a Judd

Publicada
Detalle de la exposición de Barceló, en la galería Elvira González

Detalle de la exposición de Barceló, en la galería Elvira González

Entre mis amigos de Madrid, el más inteligente e interesante es el escritor Álvaro Cortina, el autor de Garravento (Jekyll & Hill ed). El otro día fui con él a la inauguración de la exposición de Barceló Flores, peces, toros en la galería Elvira González, aunque la verdad es que lo que hace Barceló, por más que sea respetable, solvente y hasta excelente en lo suyo –sobre esto la crítica es unánime-, no me interesa apenas: el artista como héroe de la materia, que se mancha con los pigmentos, que lo pone todo perdido de barro, el creador potente, telúrico, atávico y victor-huguesco, me deja un poco frío, me parece de otros tiempos.

Duchamp, cuando le preguntaron por qué, habiendo sido un buen pintor figurativo, renunció de una vez y para siempre al óleo y la pintura representativa, dijo algo así (cito de memoria) como esto: “No, si el óleo es una herramienta excelente, que permite la representación del mundo con una precisión extraordinaria… Pero llevamos con eso 300 años, ¿no es hora de pasar a otras cosas?”

Y a partir de ese “pasar a otras cosas” revolucionó el mundo del arte, en un sentido que siguen ahora todos, o por lo menos todos los que me interesan.

Pero, como digo, no soy sectario, estoy abierto a todo, respeto en arte todas las opiniones y todas las opciones y gustos, no sólo eso, sino que a pesar de mis partis pris, a veces me sorprendo disfrutando de lo que no me esperaba, y con tal expectativa fui el otro día a la inauguración de Barceló, y allí me encontré con Álvaro Cortina.

Detalle de la exposición de Miquel Barceló. Galería Elvira González

Detalle de la exposición de Miquel Barceló. Galería Elvira González

Días después, me llevé la sorpresa de leer en la “tercera” de ABC un artículo de éste sobre esa inauguración, donde explica que “acaso la sensación general, en la galería, era sub-oceánica, como de cavidad de gran coral”, y que Barceló “concede en las pinturas a cada entidad, viva o muerta, un aura, una sanción, un esplendor redondo de fruta perfectísima que me quiero comer, una dignidad de cosa que está en su sitio… Uno está amenazado y cuando no sepulta la avalancha hilozoica de la materia indistinta, los moradores de los cuadros de Barceló, animados por el ánima suplementaria de esta vis cósica o animista, andan practicando una libertad, más bien serena, en fondos cordiales, levemente ascensionales…” ¿Cómo se podría explicar mejor, y para qué tomarse la molestia de la écfrasis, o sea de las descripción de las obras plásticas? Prefiero copiar sus palabras.

Cortina cuenta nuestro encuentro allí, describe mi anorak azul eléctrico que, según él, cuando hablo adquiere tonalidades más eléctricas, y, a propósito de Barceló, pone en mi boca una frase de Schlegel que efectivamente me gusta mucho: “Os moriríais de angustia si, como exigís, el mundo en su totalidad se volviera realmente comprensible”.

Exposición Donald Judd, galería Elvira González

Exposición Donald Judd, galería Elvira González IVF

Por suerte, el mundo, y la naturaleza, no lo es. Es un despilfarro tal, una sobreabundancia tal, que intentar comprenderlo “realmente” es imposible, cosa de locos. ¿Por qué hay tantas cosas, y no menos? Es un despilfarro. El sistema de prueba y error de la naturaleza, por maravillosa que nos parezca, es cuando menos insensato.

Pensando en esta gran verdad, recuerdo que hace sólo un mes estuve visitando, en la misma galería Elvira González, otra exposición, mucho más grata a mis gustos, de Donald Judd (1928-1994), uno de los grandes minimalistas si se me permite la contradictio in terminis, al que años antes descubrí en la Tate Modern, en unos paralelípedos azules colgados en una pared que me hacían pensar en una versión fría, glacial, de la Columna sin fin de Brancusi y en las pirámides de Egipto.

Lo de Elvira González consistía en una serie de dibujos, de grabados, geométricos, desnudos, esenciales. Humildes, pero a la vez rotundamente asertivos. Como cada vez que he visto obras de Judd, esa desnudez y vacío –y en ese vacío incluyo el de la galería misma, pues, a diferencia de la inauguración de Barceló, que estaba abarrotada de gente, cuando fui a ver a Judd estaba idealmente desierta- en los que cabe todo, me turbó, como si viera en el aire las leyes que Dios le dio a Moisés. No se veía a Dios, no mucho menos a Moisés, ni sus tablas, sólo los mandamientos.

Una serie de dibujos, de grabados geométricos, de una pureza, rigor e impersonalidad exactas. Y también estaban expuestos algunos de aquellos muebles que él diseñó porque los que encontraba en el mercado no le parecían bien.

Grabado de Donald Judd, en la galería Elvira González

Grabado de Donald Judd, en la galería Elvira González IVF

Ya el mero hecho de que un artista proponga modelos de muebles habla de humildad. Y de la comunicación directa, posible, entre lo ideal y lo material.

Viendo los modestos dibujos de Judd sin pretensiones, en la desierta, blanca galería madrileña, uno no podía sino asentir: “Sí, esto es así”.