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“Hacia 1901 recibí la visita de un joven español, vestido de un modo rebuscado, traído a mi casa por un compatriota suyo, a quien conocía yo un poco. Era un industrial de Barcelona (...) El compañero de ‘Manache’ era el pintor Pablo Picasso, el cual –a sus 19 o 20 años– había pintado ya un centenar de lienzos, que me traía con miras a una exposición. Esta exposición no tuvo ningún éxito y, en mucho tiempo, Picasso no encontró mejor acogida del público”, escribió el marchante, editor y valedor entusiasta de las primeras vanguardias, Ambroise Vollard (Isla Reunión, 1868- Versalles, 1939) en su delicioso libro 'Memorias de un vendedor de cuadros'.

Pese a la mala acogida, el galerista nunca cejó en su empeño por demostrar la genialidad del artista malagueño y en 1908 le compró gran parte de sus obras del periodo rosa. Era parte de su estrategia comercial, comprar grandes lotes de obras de autores que él intuía estaban llamados a liderar la renovación del arte.

Artistas catalanes en la 'belle époque'

Picasso fue quizá una de sus mejores apuestas, pero no la única ni la primera. Los cuadros de Cezanne, Renoir, Bonnard o Isidre Nonell también se mostraron en el escaparate de su pequeña galería de la parisina calle Lafitte.

Nonell fue uno de los muchos artistas catalanes que residieron en el flamante París de la belle époque. Un periodo, entre 1889 y 1914, en el que la capital francesa celebró dos exposiciones universales, inauguró la torre Eiffel y se consagró como epicentro tecnológico y capital mundial del arte y la cultura.

La morfinómana, pintura de Santiago Rusiñol, París, 1894 © Arxiu Fotogràfic del Consorci del Patrimoni de Sitges

'De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914' (hasta el 30 de marzo de 2025 en el Museo Picasso de Barcelona) evoca este apasionante periodo de modernidad y vanguardia a través de las obras de artistas, músicos y escritores catalanes como Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Pau Casals, Isaac y Laura Albéniz, Pablo Gargallo, Ricard Canals, Enric Granados, Ricard Opisso, Eveli Torent, Anglada Camarasa, Manolo Hugué, Lluïsa Vidal, Maria Gay o Joaquim Sunyer.

Dos polos creativos en una misma ciudad

“Montmartre y Montparnasse son los dos polos entre los que se desarrolla la vida artística y bohemia de una generación que acabará por convertirse en el máximo exponente de la cultura en los años posteriores”, apunta Emmanuel Guigon, director del Museo Picasso de Barcelona.

Figuras como Degas, Renoir, Van Gogh, Signac o Toulouse-Lautrec ya viven en la colina de Montmartre cuando a partir de 1889 empieza a llegar una oleada de artistas procedentes de Cataluña encabezada por Rusiñol, Utrillo, Canudas y Casas, a la que paulatinamente se irán sumando otros como Pablo Picasso y su gran amigo Carles Casagemas, Joaquim Sunyer, Manolo Hugé, Ricard Canalls o Isidre Nonell.

Plein air, París, c. 1890-1891, de Ramon Casas © Museu Nacional d'Art de Catalunya

El bateau-lavoir (barco-lavadero), un inmueble bautizado así por Pablo Picasso y sus compañeros en 1904 por la forma de su estructura, se convirtió en cuartel general, taller y residencia de artistas como Paul Gauguin, Paco Durrio, Juan Gris, Amadeo Modigliani o Max Jacob.

Montparnasse era el otro corazón donde latía la vida artística e intelectual de los “años locos” que marcaron el inicio del siglo XX.

Residencia de escultores como Antoine Bourdelle y Camille Claudel, allí también habitó una nutrida colonia de artistas catalanes como Pablo Gargallo, Pau Roig o Enric Casanova.

Picasso y Manuel Pallarès contemplando la torre Eiffel © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2024

No fueron los únicos barrios parisinos donde residieron y tuvieron sus estudios. Anglada Camarasa, Marià Pidelaserra, Josep Maria Sert, Miquel Blay o Gaspar Camps se instalaron en diversos distritos de las dos orillas del Sena.

Bohemia. Luces y sombras de una forma de vida

La vida de la comunidad artística transcurría entre el descubrimiento de los nuevos estímulos que ofrecía la exultante ciudad, el aprendizaje, la creación y el entretenimiento.

Durante el día, los talleres veían alumbrar obras magníficas y también cobijaban reuniones apasionadas entre estos alquimistas del avant-garde.

Al caer la noche, se dirigían a las galerías y librerías, a las salas de concierto y a los cafés, y apuraban las horas en los cabarets del Chat Noir y L’Auberge du Clou; en los bailes del Moulin de la Galette o en los espectáculos de cancán del Moulin Rouge. Ellos inventaron la bohemia, era su forma de experimentar la vida desde la libertad y la insolencia que brinda la juventud.

Fotografía del Moulin Rouge (1903) de autor desconocido Musée Carnavalet

Pero en París no todo era una fiesta. Muchos pasaron auténticas penurias antes de que la vida les premiara con el éxito y el reconocimiento. Y no todos lo consiguieron.

Lo que sí compartió esta extraordinaria colonia de artistas fue el anhelo por exprimir una época irrepetible. Un tiempo excepcional que además convirtieron en un tema artístico recurrente de sus trabajos. Unos mostrando su lado más miserable como Nonell, Sunyer o el mismo Picasso en varias obras de la época azul y muy especialmente en el grabado 'La comida frugal'.

Otros desde una vertiente más amable como Rusiñol y Ramon Casas que en las crónicas, que el primero escribía y el segundo ilustraba para La Vanguardia, tituladas 'Desde el Molino', construyeron una “autobiografía de la bohemia” con los exteriores e interiores del Moulin de la Galette y las calles de la Butte como telón de fondo. 

Carta a Santiago Rusiñol de Ramon Casas anunciando su llegada a París en 1890 © Arxiu Fotogràfic del Consorci del Patrimoni de Sitges

Se acabó la fiesta 

Las parisinas de la época, damas sofisticadas, artistas, prostitutas o bailarinas, ocupan un lugar destacado en el imaginario artístico de la ciudad. La figura de la parisienne se alza, al igual que la torre Eiffel, como icono parisino, una inagotable fuente de inspiración. 

Todo este contexto donde se producían sorprendentes avances tecnológicos y sociales, y las vanguardias encontraron el ambiente óptimo para su desarrollo, saltó literalmente por los aires con el estallido de la Gran Guerra. 

Le Paon blanc, 1904, de Anglada Camarasa © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza

París, al igual que el resto de Europa, sobrevivió a la contienda, pero tras la firma del armisticio en 1918 el nuevo mundo que surgió de la barbarie ya no era el mismo. El mundo de ayer, del que Stefan Zweig fue su gran cronista, había desaparecido. Y lo peor aún estaba por llegar.

La muestra 'De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914', comisariada por  Vinyet Panella, investigadora cultural y escritora, y Eliseu Trenc, catedrático emérito de La Sorbonne, ofrece una mirada compleja y pluridisciplinar de un periodo fascinante de la historia donde confluyen artistas, marchantes, escritores o empresarios, y donde Montmartre y Montparnasse se alzan como las cumbres emblemáticas de esta suerte de mapa de “geografía de las artes”.