Carlos Marqués-Marcet ha hecho algo que muy poca gente con su trayectoria hace: lanzarse al vacío para crear una película que, versando sobre la muerte, se convierta en un filme que entretiene y empuja a vivir sin caer en el sentimentalismo. Para ello, se ha rodeado de dos grandes actores: Ángela Molina y Alfredo Castro. Ambos interpretan a una pareja que ha decidido poner fin a su vida. Por distintas razones.
Que nadie se asuste. No es un dramón. La película está hecha al molde de sus personajes, una actriz de teatro y un dramaturgo, por tanto, se reparte en tres actos, cada uno de los cuales tiene un momento musical. Sí, en torno a la muerte. Y es que, como dice su realizador, hasta en esos momentos aparece la música, como sucede en un funeral.
Polvo serán tiene poco de sepelio. Es más bien un artefacto cinematográfico de una potencia vital y audiovisual que anima al espectador a levantarse de la silla y bailar y a ir a tomar algo para debatir la cinta salir. Porque, como dice su director, eso es el cine: comunidad.
La de la película, que es una familia, a veces se lleva mal. Le aparecen los egoísmos, la incomprensión, la reflexión… Y el humor. “Es muy difícil definirla”, sostiene, tanto como rodarla, apunta. Por eso nada mejor que ir a verla al cine. Así lo cuenta su director a Crónica Global.
- Premio en Toronto, la Espiga de Oro en la Seminci… ¡Y la peli aún sin estrenarse! ¿Cómo lo lleva?
- Bien, con nervios. Es una época muy complicada para estrenar y es difícil, porque has de conseguir que la gente venga el primer fin de semana, porque es esta tiranía de, si no va bien el primer finde, quizás a la siguiente semana o en dos semanas ya te han echado. Entonces, sufrimos un poco por eso.
- ¿Es la cara B de la gran cantidad de producción cinematográfica?
- No sé, pero con propuestas más arriesgadas es difícil, no hay tanto de espacio a veces. Por eso necesitamos de vuestra complicidad.
- La película es arriesgada y muy potente. Eso sí, tiene de todo. ¿Es posible catalogarla?
- Está constantemente como haciendo estos trombos. Ahora ríes, ahora te emocionas y ahora por un número musical. Por eso, me gusta esta idea de tragicomedia musical.
- De hecho, es una estructura curiosa, qué sorprende. ¿Cómo surgió la idea de esos momentos musicales?
- El número musical llega en realidad por el humor. Porque no es una película sobre el luto, sobre la tristeza de perder alguien, sino una película sobre la extrañeza de ver cómo marchas tú. Se trata de pensar en ese momento en que ya no estarás aquí. De alguna manera fue un proceso de creación muy largo, de cinco años, y la música se impuso como la manera más honesta de encontrarnos en el amor. Fue apareciendo poco a poco y, al principio, me resistía. Luchaba contra esta idea, pero con los talleres de creaciones que habíamos hecho con una pareja que quieren hacer lo mismo con sus vidas, si se daba el caso de que cuando salía el tema y no podían llegar a otro lugar, de repente, se ponían a cantar o a escuchar música.
- Como la vida misma.
- Bueno, pero si te vas a un funeral, de repente, todo gira alrededor de la música. Hay una relación muy profunda, realmente, que nos acerca mucho más a esta sensación tan extraña que cualquier otra cosa. Entonces la música era como el vehículo para poder explorar en profundidad y con toda su dimensión lo que supone este momento.
- Pero no solo hablando de la muerte aparece la música, también se muestran los egoísmos del resto, de los hijos. ¿Sale todo en ese momento?
- Sí, sí. Pero no queríamos posicionarnos. El debate al final es quién es el egoísta aquí. Yo creo que en este sentido es porque trabajamos porque así fuera. Porque cada cual salga de la sala con una opinión muchas veces reformada, pero la que sale allá y la comentas con otros y te das cuenta de que la otra lo ha visto de manera completamente diferente. Y es muy bonito porque la película se construye en la discusión que tienes cuando sales del cine. Y por mí, si algo puede hacer cine, es formar comunidad. El cine es juntarse, las televisiones son para ti. El cine es para la comunidad, para verlo juntos, para salir de allá e ir a hacer una birra, un café, y discutir, e indignarte, y pelearse.
- Está difícil que pase, sobre todo con la potencia de las coreografías de La Veronal. ¿Cómo fue ese rodaje?
- Sí, era un presupuesto mucho más elevado del que había tenido hasta ahora, pero pensaba que con más dinero tienes menos falta. No ha sido así, porque Polvo serán es muy compleja y además había horarios y tiempos complicados, como el que se requería para rodar en un tanatorio. Requería mucha planificación, porque todo es en directo. Y has de escoger mucho los primeros planos y nosotros lo hicimos en un ensayo general accidentado grabado con un móvil casi. Allí ya decidimos cómo ubicar la cámara. Y fueron muchos nervios porque no había plan B. Estábamos en la cuerda floja. De hecho, ese fue el día más difícil de mi vida de rodaje, el de la funeraria.
- Ha hablado mucho de sufrimiento, pero la película en la que ha tenido más recursos. ¿Tan difícil ha sido?
- El tiempo era muy ajustado e intenté hacer este triple salto mortal para estar aquí y caer de pie. Pero sí, claro, a nivel de producción es complicadísimo. Fue una coproducción con tres países, con sus respectivos fondos de financiación y, de repente, nos vimos sin fondos y ya no llegábamos a la financiación mínima. De repente teníamos otro casting que cayó, y otro que empezó de nuevo... Muchas veces llegué a pensar que no saldría. Y es gracias a los productores que he estado también este esfuerzo. Creo tener los mejores productos del mundo.
- En cualquier caso, 'Polvo serán' es arriesgada y potente. Una potencia que resulta extraña cuando se habla de la muerte.
- La sensación que teníamos era que hacíamos algo distinto y yo creo que la gente quiere películas diferentes, no desgracias, se tiene que lanzar al vacío. Luego, como pasa con Polvo serán es que la única esperanza que tenemos es que la gente la vaya a ver y la recomiende.