Ayer volví al Macba para ver la exposición colectiva, comisariada por Jorge Ribalta, y titulada Una ciudad desconocida bajo la niebla, y esa ciudad desconocida, bajo una niebla que ya ha desaparecido, como el sirimiri de Bilbao, no es otra que Barcelona. No la Barcelona oficial y turística, desde luego. El comisario, Ribalta, que a lo largo de toda su carrera, también en la época en que estuvo en el Macba en el equipo de Borja Vilell, ha trabajado en la encrucijada de fotografía, arquitectura, historia y transformación urbana y social de Barcelona desde 1860 hasta el presente, define esta exposición como “una imagen relativamente desconocida de Barcelona, desde el punto de vista de algunas de sus periferias históricas más características, y también más alejadas de los lugares comunes de las representaciones dominantes”.
El título viene de una frase de Juan Marsé en su famosa novela Últimas tardes con Teresa que dice: “Desde la cima del monte Carmelo hay ocasiones en que es posible ver una ciudad desconocida bajo la niebla, distante, casi como soñada: jirones de neblina y tardas sombras nocturnas flotan todavía sobre ella como el asqueroso polvo que nubla nuestra vista al despertar de los sueños, y sólo más tarde, solemnemente, como si en el cielo se descorriera una gran cortina, empieza a crecer en alguna parte una luz cruda que de pronto cae esquinada, rebota en el Mediterráneo y viene directamente a la falda de la colina para estrellarse en los cristales de las ventanas y centellear en las latas de las chabolas.”
Me acuerdo una vez más de Marsé, yo admiraba su obra, sus novelas, y entre éstas, especialmente, Últimas tardes con Teresa. Bueno, como todo el mundo, creo.
En la sala principal, la sala de apertura, allí donde se despliega la lógica y el sentido de la exposición, que es una cartografía actualizada de los límites de Barcelona, un mapa de realidades pervivientes y nuevas, con un discurso al margen de las habituales hagiografías y publicidad, podemos ver una fotografía, titulada “Un momento no descrito en el capítulo 6 de la tercera parte de 'Últimas tardes con Teresa' de Juan Marsé”.
Se trata de una fotografía repintada de Jeff Wall que aunque de factura algo relamida es, conceptualmente, muy inteligente, muy creativa: es la representación concienzuda y minuciosa del momento en que La Jeringa, la joven farmacéutica de la citada novela, despechada porque el Pijoaparte, ladrón de motos, la ignora, telefonea a la policía para denunciarle, acabando así de un plumazo con sus ansias de amor con la chica burguesa, Teresa y sus ensueños de ascensión social. Lo curioso de la imagen de Wall, que para realizarla, según su habitual forma de trabajar, compone minuciosamente la imagen, buscando para ambientarla todos los elementos de atrezo de época, es que esa escena no figura en la novela, pero se deduce del texto a poco que el lector esté atento. Últimas tardes con Teresa no está traducida al inglés (creo que en breve se va a publicar en ese idioma), de manera que Wall, que no domina el español, cuando recibió la propuesta de Ribalta leyó la novela en su edición francesa.
Junto a la pieza, se puede ver en una vitrina un cuaderno de trabajo de Marsé con dibujos a bolígrafo azul en el que traza el mapa de la novela.
Esta sala de apertura que sitúa al visitante en lo que va a ver, esa sala de mapas, sería ya imponente sólo por la obra de Wall, pero además, en la cóncava pared izquierda hay una docena de fotografías de Manolo Laguillo –en blanco y negro, como casi siempre en este artista--, que componen un lienzo colosal sobre los paisajes de desmontes y construcciones de la línea de montaña de la ciudad. Estamos acostumbrados a ver las fotos de Laguillo en un formato modesto, que realza su preciosismo de miniatura, y esta nueva monumentalidad le añade una rotundidad muy distinguida.
Entre varios grandes fotógrafos y artistas que intervienen en la exposición citaré sólo el reportaje fotográfico de Gregori Civera sobre las Casas Baratas, la primera iniciativa de vivienda social de 1920, según la legislación de la época: las hay en muchas ciudades y en Barcelona en concreto hubo cuatro promociones de casitas de una sola planta, con techo a dos aguas, de las que ahora se conservaban dos, una en Bon Pastor, y una en Can Peguera, que se va a conservar. El trabajo de Civera, que es un fotógrafo excelente en diversos cometidos pero especialmente reconocido por sus imágenes de arquitectura, aquí es memoria de esos barrios y además su realización coincide con el derribo de Bon Pastor, cuyos vecinos han sido realojados en pisos muy dignos.
A diferencia del suntuoso y monumental blanco y negro (y grises) Civera opera a color y con una gran cámara que convierte su llegada al lugar de la fotografía en una especie de acontecimiento, como debía de suceder en los comienzos de este arte. Me explicó Ribalta que ver al retratista con su gran aparato genera una simpatía y proximidad, de manera que en vez de rehuirle son los propios vecinos los que a veces se proponen para ser plasmados en sus imágenes, delante de sus casas. Simpatía e intimidad que trasminan en estas espléndidas imágenes de las Casas Baratas y sus últimos habitantes…