¿Esto qué es?

¿Esto qué es? Simón Sánchez

Creación

Los caballos caprichosos de Visotsky

Sobre un vídeo. Perfil del gran cantante trovador ruso  

9 junio, 2024 00:00

El espíritu sopla donde quiere. La obra de arte más impresionante que he visto en los últimos días es un video de Vladímir Visotski (1938-1980), un cantautor ruso mal visto por las autoridades en su tiempo, que fue también un excelente actor de teatro –produjo gran sensación su "Hamlet" por ser el primero que lo interpretaba vestido con pullover y pantalones— y televisión, donde fue protagonista, muy pocos años antes de morir, en la popular serie de cinco capítulos "El lugar de encuentro no se puede cambiar", en que encarna a uno de los dos policías enfrascados en la lucha contra un gang de ladrones y asesinos en 1945, justo después de acabada la Segunda Guerra Mundial. Falleció prematuramente, tras una vida de excesos entre los cuales la adicción a las anfetaminas y el alcoholismo. 

¡Qué vídeo extraordinario es "Los caballos caprichosos"! Está rodado con una temblorosa cámara en mano y sigue a Visotski en un paseo por las calles de Moscú, entrando en un patio ruinoso como tantos que vi en el Este hace muchos años, encendiendo un cigarrillo sobre la escalinata que lleva a una estación de tren, acariciando un perro, caminando del brazo de un amigo, saludando a unos admiradores, subiéndose a su Mercedes y circulando con el cigarrillo colgado del labio.

Vladimir Vasotsky, por las calles de Moscú

Vladimir Vasotsky, por las calles de Moscú

Sólo con ver esas calles, esas gentes, la ropa que llevan, el Moscú de 1972, que es cuando se filmó, el video ya es una maravilla. Pero es que la canción que suena es una de las más inspiradas y emocionantes de Visotski, además en la mejor de las versiones, o sea no sólo con la guitarra con que se acompañaba habitualmente, cual juglar de la "nova cançó", y con la que recorría los teatros de la URSS, sino bien respaldado por piano, batería, una pequeña orquesta de cuerda y la puntual presencia de una sección de viento –sólo trompetas, si no me equivoco— que de vez en cuando irrumpe para subrayar el estribillo.

La melodía es una típica composición bailable folclórica rusa –pero sin balalaika ni acordeón--, en ritmo binario y tonalidad menor, composición típicamente gitano-eslava con dejes melancólicos, que según avanza se acelera hasta el éxtasis. Visotski, un pequeño judío –"soy un sucio judío", decía en befa del antisemitismo-- de apariencia entre El Fary y Adriano Celentano, con la expresividad vocal y la impaciencia, o la prisa, de Brel, canta con su voz honda, aguardentosa, grave, sin vibrato, visceral, desgarrada, casi desesperada, como si fuera lo último que pudiera hacer en esta vida. “Los caballos caprichosos” está subtitulada en español, como algunas otras de sus canciones en inglés.  

La letra, que Vitovski declama con un gran despliegue de energía, convicción y expresividad, es una metáfora de la vida ingobernable; ingobernable, se entiende, por culpa de las propias pasiones y hábitos, también por un impulso libertario peligroso y, en fin, por la fatalidad del destino, que es un concepto muy enraizado en la mentalidad rusa. El cantante cuenta que va en un trineo galopando por la montaña, arrastrado por unos caballos que no le obedecen pese al látigo, peligrosamente escorados hacia el borde del abismo: ¡Na krayú, na krayúúú!  Él les increpa: “¡Pero qué caballos más caprichosos me han tocado!”  

Cualquier ruso conoce a Vitovski. Yo he caído en él gracias a la lectura del libro de Jorge Ferrer "Entre Rusia y Cuba" (ed. Ladera Norte), escritor y traductor cubano que reside en Barcelona. Hace un par de semanas tuve que presentar el libro en público, en Madrid, y para hacerlo hube de, previamente, leerlo. Lo hice, con mucho gusto y aprovechamiento, y así me enteré, entre otras cosas, de la vida que llevaban los hijos de la nomenklatura castrista que fueron enviados a estudiar ingeniería en la URSS, asistieron a la perestroika, y volvieron a casa no como grandes profesionales técnicos y puntales del régimen sino como disidentes o desafectos. 

Marina Vlady

Marina Vlady

En las páginas de ese libro hace una aparición Joseph Brodsky en Nueva York –donde, por cierto, también manejaba un Mercedes-- y se menta el encuentro que sostuvieron el gran poeta en el exilio con el actor y cantautor, celebérrimo en Rusia pero mal visto por las autoridades, que se resistieron cuanto pudieron a publicarle un disco. El Estado era el único empresario musical, y si le parecías poco de fiar no había manera de grabar, pero la gente registraba sus conciertos en casete, y llegó el día en que, si hacía buen tiempo, no podías pasear por Moscú sin escuchar, en todas las ventanas, las canciones de Visotsky. Esto se cuenta en "Vladimir ou Le Vol Arrêté" ('Vladímir o el vuelo abortado'), libro de memorias escrito por la que fue su tercera esposa, Marina Vlady, la bella actriz francesa de origen ruso, simpatizante comunista, que le conoció cuando se hallaba en Moscú rodando una película. Vlady se afilió al partido comunista de su país y así pudo entrar y salir de la URSS a voluntad. Por cierto que Visotsky también pudo salir, o eso parece, porque se le puede ver cantando también alguna canción en un francés cavernoso. 

Cada mañana, después de levantarme, a las seis, lo primero que hago es poner cuatro o cinco veces a todo volumen Los caballos caprichosos. "A lo largo del barranco, por sobre el precipicio, por el mismo borde,/ yo fustigo y arrío a mis caballos con el látigo…/ El aire me parece escaso, bebo el viento!/ Trago la niebla, silbo en un éxtasis mortal./ ¡Que pase lo que pase! ¡Que pase lo que pase!/ ¡Un poquito más despacio, caballos, un poquito más despacio!/ ¡Ustedes no obedecen al tenso látigo! Pero qué caballos más caprichosos me tocaron!/ No alcancé a vivir plenamente, no alcancé a terminar mi canto,/ Yo daré de beber a mis caballos, yo cantaré por lo menos una estrofa más./ ¡A paso lento, caminen mis caballos! ¡Prosigan mis caballos!/ ¡Un poquito más despacio, caballos! ¡Un poquito más despacio!/ Llegaremos a tiempo, retrasos en la visita a Dios no se permiten…"

Esta mañana ha venido la vecina a protestar: "Ya empiezo a estar harta de su ruso a las seis de la mañana. Si se empeña usted en seguir despertándome, podría, por lo menos, poner otra canción". 

Yo le he respondido canturreando a José Alfredo Jiménez cuando el mariachi le dice que es muy tarde, ya están cansados, y quieren que les pague: "Yo sólo les digo, háganme un favor:/ Pá variar un poco, ¡tóquenme la misma,/ ésa que me llega hasta el corazón!.../ ¡Tóquenme cien veces la misma canción!”