Sostiene Charles Montgomery que no ha habido época en la historia de las ciudades más floreciente que esta. Nunca habían usado tanto terreno, energía y recursos. Nunca tanta gente había disfrutado tanto de los lujos de la intimidad doméstica y la movilidad. Pero nuestras ciudades han fracasado en algo tan importante como la salud y la felicidad.
El diseño de las urbes “nos vuelve más gordos, más enfermos y más proclives a morir jóvenes”. Lo dice el autor de Ciudad feliz. Transformar la vida a través del diseño urbano (Capitán Swing). Cofundador de Happy Cities, un equipo interdisciplinar dedicado a fomentar comunidades más saludables e inclusivas, Montgomery recorre en su libro ciudades dinámicas y explica iniciativas curiosas, como las autopistas urbanas de París convertidas en playas, la inspiración que Nueva York encontró en las ciudades medievales de la Toscana o los autobuses de lujo de Bogotá para fomentar el transporte público.
¿Pero qué condiciones debe tener una ciudad feliz? “La contribución más importante a la felicidad humana son las relaciones sociales sólidas. Ante todo, la ciudad feliz es una ciudad social. ¿Cómo llegamos allí? Comience con vecindarios transitables y de uso mixto, como los que ve en los antiguos centros de las ciudades españolas. Debe ser fácil caminar para satisfacer la mayoría de sus necesidades diarias”, explica el autor canadiense a Crónica Global.
Considera que se debe priorizar a las personas sobre los automóviles, pues afirma que “puedes tener una ciudad que funcione para las personas o para los autos, pero no para ambos. Debe ofrecer espacios para incluir a todos. Eso significa construir abundantes viviendas asequibles cerca de tiendas, servicios y empleos”.
Las personas ricas, favorecidas
Sin embargo, los gobiernos han utilizado la planificación urbana como instrumento de poder. De ello trata también el libro de Montgomery. “El poder se expresa en todas nuestras ciudades, todo el tiempo. Durante los últimos 50 años, los gobiernos han utilizado el dinero de la planificación y los impuestos para favorecer a las personas ricas y a los conductores de automóviles. Subvencionan carreteras y autopistas más rápidas a suburbios distantes y dependientes de automóviles, mientras invierten menos en lugares transitables y viviendas asequibles”, afirma.
En su opinión, “el 80% del espacio público está dedicado a automóviles privados ¡incluso cuando la mayoría de la gente camina o toma el transporte público! La verdadera pregunta aquí es: ¿cómo se puede usar la planificación urbana para hacer ciudades que sean más justas e inclusivas?”. El escritor ve necesario “involucrar a más personas en las decisiones de planificación, pero no sólo a los sospechosos habituales. Los gobiernos deben garantizar que los niños, las mujeres, las personas discapacitadas, las personas pobres y las personas de todos los orígenes étnicos tengan la misma voz en la planificación urbana que las personas ricas”.
Copenhague, Viena, Bogotá...
¿Existe una ciudad modélica? “No hay un campeón del concurso de la ciudad feliz. Pero varias ciudades están haciendo grandes cosas. Copenhague muestra cómo podemos construir calles seguras para caminar y andar en bicicleta. Viena enseña cómo podemos construir viviendas asequibles para todos. Vancouver muestra cómo podemos incorporar la naturaleza en la vida cotidiana. Y Bogotá está mostrando cómo los centros comunitarios de barrio pueden poner a las mujeres en primer lugar”.
El diseño de las ciudades, explica, es determinante en la lucha contra el cambio climático. “Los cambios que debemos hacer para reducir nuestra huella de carbono son los mismos que debemos hacer para nutrir el bienestar humano: vecindarios peatonales. Prioridad para transporte público y bicicletas. Muchos árboles y naturaleza. Y viviendas asequibles cerca del trabajo y las comodidades. La ciudad feliz, la ciudad baja en carbono y la ciudad inclusiva son lo mismo”.