Hay en el mundo multitud de clases de polichinelas –de dedo, de hilo (o marionetas), de varilla, sombras, autómatas…–, pero pocos conocen la existencia de la llamada técnica de tipo catalán, “los títeres de guante más sofisticados”. No es cualquiera quien realiza esta afirmación. Se trata de Sebastià Vergés, tercera generación de titiriteros y único apellido centenario que mantiene vivo el modelo tradicional regional. Pocos como él manipulan hoy estos titelles tan peculiares y, de hecho, teme que desaparezcan. Se siente solo.
Para encontrar los orígenes de la técnica catalana hay que remontarse al siglo XVII, en palabras de Vergés. Los primeros creadores de estos particulares títeres, según explica, eran los artesanos imagineros y, de hecho, Jaume Anglès Pallejà –impulsor de la tradicional casa Putxinel·lis Anglès (1873-1986)–, padre de Jaume Anglès Vilaplana, mentor del abuelo Sebastià Vergés, tallaba imágenes religiosas antes de dedicarse a esculpir muñecos para las representaciones teatrales. Es más, antaño los títeres se utilizaban para explicar la religión, apuntan desde el Museu Internacional dels Titelles de Cataluña (MIT), por lo que la teoría se sustenta en hechos.
Espectáculo de Titelles Vergés en el Poble Espanyol de Barcelona / GERARD MATEO - CRÓNICA GLOBAL
Títeres con hombros y una manipulación única
Se da la circunstancia de que durante años nadie prestó atención a esta modalidad autóctona de títeres y tuvo que venir un titiritero foráneo para ponerla en valor y darla a conocer al mundo. Su nombre: Harry Vernon Tozer. Nacido en Paraguay, pero de padres ingleses, este reputado marionetista se interesó de bien pequeño por el fascinante mundo de las figuras teatrales, y fue de adulto, en una estancia en Barcelona en la que aprovechó para estudiar y empaparse de conocimientos de esta rama interpretativa, cuando descubrió “la constitución singular del muñeco de guante que es exclusiva de Cataluña” y le dedicó un artículo –el primero de varios– en el Puppetry Yearbook de EEUU de 1932. Solo con ese gesto lo exportó a EEUU, Rusia y Gran Bretaña, que comenzaron a usarlo.
Pero ¿qué caracteriza a los títeres tradicionales catalanes? Lo que más llamó la atención de Tozer era que “tienen hombros y pecho” de madera maciza, como recoge un texto suyo publicado en Les grans tradicions populars: ombres i titelles (Edicions 62). Esa estructura, en sus palabras, constituye “una buena base para el vestido exterior” y le otorga una imagen más humana, más “realista”. Otra diferencia es que la cabeza se manipula con tres dedos que se introducen hasta la segunda falange en tres agujeros hechos en el busto para tal fin, “en lugar de con el dedo índice, como es habitual”. Una tercera peculiaridad es que tienen ànima, alma, algo así como la ropa interior del pulchinela, a la que se cosen los brazos y sobre la que lleva la vestidura, que se puede cambiar según la función.
Ventajas, inconvenientes y el origen de los Vergés
Tozer también se refiere a los artesanos imagineros en su resumen, cosa que “explica la ausencia de caracterización casi grotesca típica de los títeres de otras tierras”. “Hasta los ojos son de cristal” en la búsqueda de ese realismo que le permite al muñeco catalán compararse “con su primo, la marioneta”, remarca. Todas estas características, mejoradas con el paso del tiempo, tienen sus ventajas, como recogió el hispanista John Earl Varey en el texto Los títeres en Cataluña en el siglo XIX. Destaca cuatro: la figura catalana es un poco más grande que las otras, lo que le permite actuar para un público algo más numeroso; se le pueden cambiar las manos; el vestido es de quitaipón; y el polichinela es más expresivo en sus movimientos. “El gran defecto es [era] el peso de la figurilla”, apostilla. En su caso, menciona a Isidro Busquets y Juli Pi como los titiriteros que pudieron “haber originado el tipo distintivo de títere catalán de guante” y de los que beben, por ejemplo, los Anglès, primero, y los Vergés, después.
La casa Vergés nació en 1910, cuando Sebastià Vergés Prats, abuelo del actual titular de Titelles Vergés, se interesó por los espectáculos que los Anglès realizaban en el casino de L’Hospitalet –donde su padre era camarero– y comenzó a trabajar como aprendiz para ellos. Poco después, en 1915, cuando contaba 15 años, ya empezó a actuar con su nombre, como recuerda el reportaje El títere de tipo catalán y la saga de los Vergés (‘Fantoche’), bien que su apellido permaneció eclipsado por otros, como el de sus mentores, hasta su eclosión, allá por la década de 1950, y tras 30 años independizado en los que también actuó con su hermano Ton y con su hijo Sebastià. Cabe mencionar que era carpintero, y que estas actuaciones suponían para él unos ingresos extra.
Decadencia y resurgimiento
Tras ese periodo de esplendor se inició una etapa de decadencia, tanto por el declive de la profesión como por la mengua de las facultades físicas del titiritero, que legó sus personajes y sus conocimientos al joven Sebastià Vergés Martínez, su nieto, quien con apenas 15 años se propuso recuperar la actividad de la compañía e impulsarla con un toque más moderno. Para él iban a ser, también, los 75 títeres que había reunido su abuelo –que desde los 18 años recogió y compró a otros titiriteros retirados o fallecidos–, pero no lo dejó por escrito, así que fue el juez quien determinó, tras disputas familiares, que debían repartirse en tres partes iguales entre sus descendientes: 25 para cada uno. Sea como sea, Vergés Martínez cogió las riendas de la compañía en 1974, y la sigue pilotando hoy.
El hechizo que esos polichinelas vertieron sobre él le hizo recuperar contactos de representantes, reescribir obras, plantear otras nuevas, así como renovar la estética de los títeres sin perjuicio de que se mantenga la manipulación tradicional. Entre esas novedades que ha introducido se encuentra el vaciado de la cabeza de los muñecos –lo que los hace más ligeros, por un lado, y permite agrandarlos, por el otro, de tal manera que puedan actuar ante un público más numeroso; desaparecen los ojos de cristal–; la concavidad de las manos, para facilitar que los titelles cojan objetos; el diseño de un mecanismo por el que sus figuras abren y cierran la boca; la modernización de los personajes y también la creación de un teatro con balcón, para mejorar la visibilidad. Su mujer, Montserrat, le acompaña en esta aventura, pero Titelles Vergés morirá con ellos.
¿Desaparecerá la técnica catalana?
En este escenario –nunca mejor dicho–, la gran prioridad de Vergés es dejar la herencia aprendida a las nuevas generaciones, enseñar la técnica, pero lamenta que ni el Institut del Teatre ni la Generalitat le prestan la atención necesaria. Por ese motivo, vaticina que el tipo catalán está tocado de muerte, que desaparecerá con él, pues reivindica que es el único que mantiene el abc de este modelo de títere, con su apellido centenario, si bien hay otros profesionales que lo utilizan. Además, afirma que los nuevos titiriteros optan en su mayoría por las técnicas, personajes y tradiciones de otros países, en especial del Punch & Judy inglés, que ha sabido vender su producto y exportarlo a todo el mundo. Todo lo contrario que la técnica catalana, que casi nadie conoce ni siquiera dentro de Cataluña. ¿Qué falla?
Eudald Ferré es uno de esos titiriteros que utilizan el tipo catalán. Es, asimismo, profesor en el Institut del Teatre y presidente de Unima Catalunya, y tampoco se muestra mucho más optimista que su colega con el futuro de esta técnica en particular y de las “compañías de títeres de guante” en general, pues “apenas quedan” representantes en la comunidad catalana, algo que achaca al “desconocimiento de los artistas” sobre esta modalidad. Para él, “la pérdida del interés parte de dentro del sector”, pero tampoco ayuda que el tipo tradicional regional se haya dirigido a espectáculos esencialmente para niños –a partir de la Guerra Civil–. En todo caso, esgrime que son las compañías las que tienen que “estimular” su uso, “porque si lo tienen que salvar las instituciones…”, reflexiona el artista durante la conversación, que encontró en esta profesión la unión de sus dos pasiones: la interpretación y las artes plásticas.
Boom de ferias y mercados
Ferré también le ha dado su impronta a la técnica catalana, vaciando la cabeza de sus títeres –dispone de una veintena, la mayoría fabricados por él, al contrario que Vergés, que los encarga– y acortando sus brazos, todo ello para aligerar sus figuras, dotando asimismo de gestos a las manos, y dándole a las historias un punto más de acción en detrimento del texto, a semejanza de la guaratella italiana. Para él, los muñecos son para “contar historias” más allá de los cuentos catalanes, aunque siempre intenta introducir a algún personaje tradicional regional en sus obras, como es el caso del demonio.
También tiene un demonio, entre sus aproximadamente 30 personajes de madera y cartón, la compañía Micro Troupe, formada por Joan Gispert –manipulador– y Elena Mesa –manipuladora y fabricante de los muñecos–, otros de los pocos artistas que han descubierto el tipo catalán y apuestan por él. Lo conocieron hace 15 años porque les llamó la atención “su aspecto más corpulento y su dinamismo más vivaracho”, responde él, más optimista que sus compañeros de profesión: “Creo que hay futuro, porque tienen una manipulación muy agradecida”. Aun así, asume que sufren un cierto “olvido” y que los titiriteros de guante son una “minoría”. Además –reflexiona–, al público le es “indiferente” el tipo de manipulación, por lo que pide apoyo a quien pueda y corresponda darlo: “Apenas nos contratan para fiestas mayores, aunque se ha producido un boom de ferias y mercados de títeres; tampoco hay salas que programen estos espectáculos; en Barcelona, solo una, La Puntual”, concluye.
El MIT, un espacio para “darle visibilidad”
Néstor Navarro es quien está al frente de La Puntual, una compañía que basa su logo en el dibujo que hizo Tozer del tipo catalán. Sin embargo, él no utiliza esa técnica –sí Eugenio, su padre–, pero se ha inspirado en esta modalidad para sus creaciones –como en otros títeres europeos–, por lo que es habitual que sus personajes tengan hombros, aunque no los mueva con los tres dedos, sino con dos. “Priorizo la agilidad para hacer un espectáculo con más ritmo”, defiende. Además, “a menudo se habla de tradición como algo fijo e inalterable y de que lo que se sale de ahí deja de ser tradición, pero todo evoluciona y la técnica catalana se puede entender de una manera más o menos amplia”, prosigue. Sobre el futuro de los títeres, lamenta que se ven “un arte menor y doblemente discriminado”, porque tanto los muñecos como el teatro familiar “se consideran de segunda”, en su opinión. Sin embargo, vaticina “un futuro muy prometedor para las nuevas compañías, teatros y museos” porque es “un sector de primera con unas potencialidades como pocas otras artes escénicas”.
Sea como sea, el MIT puede ser un salvavidas para el tipo catalán. El primer museo de marionetas de Cataluña, ubicado en Palau-solità i Plegamans (Barcelona), tiene entre sus objetivos “darle visibilidad”. Y le dedica un espacio en una de sus salas, a la espera de crear encuentros y sinergias que lo reaviven. Así las cosas, solo depende del sector que el telón se vuelva a levantar y la técnica regional no se quede solo como una muestra expositiva en este bello y singular espacio.