Hermen Anglada Camarasa (Barcelona, 1871-Port de Pollença, 1959) tuvo siempre las cosas muy claras. No fue un artista al uso. Su misión no podía pararse en participar activamente en la renovación de los lenguajes artísticos de su época, convirtiéndose así en uno de los artistas más relevantes de la historia del arte catalán y en un autor de referencia y prestigio en toda Europa; su obsesión fue también, y sobre todo, pasar a la posteridad. “Es un artista que no lucha solo por sobrevivir o por vivir, sino por pervivir, por proyectarse en el futuro”, explica a Crónica Global Eduard Vallès, conservador de arte moderno del museo y comisario, junto a Pilar Cuerva, de la exposición Anglada Camarasa. El archivo premeditado.
A esta misión se dedicó, con infatigable exhaustividad, durante toda su vida. Generó deliberadamente su propio archivo, “de forma absolutamente consciente, profesional, con la idea de que perviviese a su muerte, algo totalmente inusual”, sostiene Vallès. Es precisamente en esa intencionalidad buscada donde radica la peculiaridad de este magnífico fondo que ahora descansa en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Así lo constatan los numerosos documentos, generados durante décadas, que configuran su “premeditado archivo”.
Pionero del ‘clipping’ y contratos de autor
Entre álbumes de prensa, imágenes, invitaciones, fotografías o documentos personales descubrimos a un artista antibohemio en tiempos de bohemios. Bajo una apariencia despreocupada se escondía un sagaz y calculador hombre de negocios. Además de un extraordinario pintor, y un hábil e implacable negociador, fue su propio marchante. Tal fue su obstinación por conservar su rastro documental que en 1900 le encargó a una agencia internacional de prensa hacer un dosier de todos los artículos publicados en todo el mundo sobre él, un clipping en toda regla. Esta metódica planificación le llevó, incluso, a precisar en sus cuadernos de mano cuáles debían ser los cuadros para una retrospectiva de su trabajo –“con lo mejor que yo he producido”—, o cómo debía ser utilizada su obra en el futuro.
Considerado como el pintor catalán más internacional entre Mariano Fortuny y Joan Miró, los museos y galerías más importantes del mundo ansiaban exponer su obra. Anglada Camarasa expuso a principios del siglo XX en ciudades como Roma, Londres, Berlín, París, Múnich, Venecia, Viena, Washington y Chicago. Una suerte de mapamundi que los comisarios han recreado para la exposición. Pero, haciendo gala de su profesionalidad, el barcelonés redactaba sus propios contratos que enviaba a sus clientes para que los firmasen. Era muy estricto con este tema, “ponía condiciones que, en palabras de su propia hija, eran casi draconianas”, muy exigentes, aunque para Vallès era su forma de hacer “respetar la figura del artista”, algo realmente importante en un tiempo en el que se los trataba con cierta displicencia, en eso también fue pionero. En los manuscritos precisaba, por ejemplo, el precio, los plazos del pago, también avisaba sobre la libertad absoluta de ejecución o sobre la prohibición de exponer la obra sin su autorización expresa, y por escrito, o advertía de que los gastos del seguro, embalaje y transporte debía asumirlos, por supuesto, el cliente. Lo inusual de todo esto no es tanto este tipo de contrato, “lo excepcional es la fecha en que lo hace”, circunstancia que “nos da idea del estatus que tenía en esa época”. Un tiempo en el que se codeaba con artistas de la talla de Gustav Klimt, con el que coincidió en 1911 en la Exposición Internacional de Roma, donde ganó el gran premio del jurado, ex aequo con el artista austriaco, y al que renunció al estar en desacuerdo con el fallo.
Declive de un autor imprescindible
Aunque actualmente no se tiene suficiente conciencia de ello, Anglada fue una destacada figura que influyó de manera notable en los círculos artísticos rusos, especialmente en Wassily Kandinsky. Pese a todo, su éxito internacional se limita sobre todo hasta la primera guerra mundial. A partir de ahí su carrera, como la de muchos otros, se trunca. Aunque en su caso la pérdida de influencia tiene mucho que ver con el hecho de que en 1914 se instalase en Mallorca, colocándose así fuera de los focos artísticos europeos, y también con la propia evolución del arte a en todo el mundo.
La Guerra Civil le pilló en Barcelona. Debido a su condición de republicano y masón se refugió durante un tiempo en el monasterio de Montserrat antes exiliarse a Francia en 1939. Años después, en 1948, regresó de nuevo a Mallorca, donde vivió y trabajó hasta el final de sus días. De ese último periodo son sus maravillosos fondos marinos con los gallos de San Pedro. “Nadie ha pintado el fondo del mar como él”, afirma Vallès.
Beatriz, el ángel custodio de un legado extraordinario
Beatriz Anglada Camarasa, la única hija del pintor, fruto de su tercer matrimonio con Beatriz Huelín, ha sido durante décadas la “guardiana de la llama” de este fondo documental. Aunque el archivo estaba bien organizado, su ayuda ha sido fundamental para datar e identificar a las personas que aparecen en los centenares de fotografías acumuladas, algunas de las cuales forman parte de esta exposición que recrea el espacio propio de un archivo. La muestra permanecerá en el museo catalán hasta el próximo 7 de mayo, brindando al espectador una oportunidad única de ahondar en la vida y obra de un artista excepcional.