Los más nostálgicos, y somos muchos, aún recordamos los originales y sorprendentes escaparates de Vinçon en el número 96 de la elegante avenida del paseo de Gràcia. A veces, incluso, los motivos decorativos, vacas, gigantescas tazas o jaulas con ocas, abandonaban las vitrinas y se instalaban en la ancha acera despertando la curiosidad de los viandantes. Eso era apenas el aperitivo de lo que te esperaba en el interior de este bello edificio modernista: un extraordinario bazar que contenía todo tipo de objetos. Un ecléctico catálogo de muebles, utensilios o elementos decorativos que conformó la manera de ver, apreciar y consumir diseño de varias generaciones.
El origen de una tienda icónica
Vinçon fue sobre todo un establecimiento con personalidad propia que “acompañó el gusto de la sociedad barcelonesa durante casi cien años (de 1929 a 2015)”, explican a Crónica Global María José Balcells y Oriol Pibernat, autores del libro Vinçon 1929-2015 coeditado por el Museu del Disseny de Barcelona y la editorial Tenov. El volumen es un detallado recorrido por su fascinante historia que comenzó, en los años 30 del siglo XX, cuando los empresarios Enrique Levi y Hugo Vinçon fundaron un negocio de importación y venta de porcelana procedente de la antigua Checoslovaquia.
El vínculo con los Amat comenzó en 1935, cuando Jacinto Amat se incorporó como vendedor al establecimiento Regalos Hugo Vinçon. Algo más de una década después, en los años 50, entraron sus hijos, Juan y Fernando. Finalmente, en 1957 la familia Amat compra la empresa sentando así las bases de un modelo de negocio que acabaría siendo un fenómeno social, comercial y cultural en Barcelona. No fue solamente una tienda de diseño, sino “un lugar donde aprender a escoger enseres domésticos aunando criterios de utilidad, de calidad y, desde luego, también estéticos. Su selección de ‘objetos de todas clases’ desmentía, más que corroboraba, la idea de que el diseño fuera un asunto de productos extravagantes y caros”.
Diseño para todos
Pero fue principalmente desde finales de los años 70 cuando Vinçon “supo ponerse a la vanguardia del gusto y arrastrar al consumidor a una compra consciente de los valores del diseño”. A esta incubadora de tendencias no siempre se venía a comprar, muchas veces se entraba tan solo a curiosear y dejarse sorprender por su divertidas escenografías. “Era una experiencia de contacto con el ingenio comunicativo y el atractivo visual. De alguna manera lograba que el consumo se asimilara a una experiencia cultural”, apuntan Balcells y Pibernat. Su singularidad lo convirtió en un emblema muy apreciado por la sociedad y en un foco de peregrinación para todo aquel que visitaba Barcelona.
A lo largo de todas estas décadas, de este “extenso surtido de objetos de todas clases en general” surgieron verdaderos iconos del diseño. Como por ejemplo su mítico calendario, diseñado por America Sanchez en 1975, que aún siguen editando con tanto éxito que se agota, “una prueba más de que el buen diseño permanece”. Pero son muchos los objetos de deseo que ambiciona todo amante del diseño contemporáneo y de la marca Vinçon. Comenzando por las célebres bolsas de Navidad de Pati Núñez y Javier Mariscal; o los pequeños objetos de uso cotidiano como un abridor de latas de anilla y las tijeras para zurdos. También hay muchas piezas con nombre propio como la aceitera de Rafael Marquina; los ceniceros Copenhagen de André Ricard; las teteras, azucareros y jarras de Rogeli Raich; las lámparas TMC y TMM de Miguel Milá; los muebles de Carles Ricart y las estanterías Tria, un clásico atemporal de Massana y Tremoleda. Todo ello se vendía y exponía en “un espacio concienzudamente diseñado, amable, por el que te podías mover con toda libertad. La compra, en todo caso, se producía al final de la experiencia de visita y se podía ajustar a unas economías variables, desde unos palillos chinos a una barbacoa de alta gama”.
Por amor al arte
Pero más allá del factor comercial, conviene destacar que gran parte de su éxito tuvo mucho que ver con la apuesta de los Amat por el arte emergente y novedoso. Como bien afirman María José Balcells y Oriol Pibernat: “Hay que recordar el papel notabilísimo que tuvo La Sala Vinçon en los años 70 como la galería de arte más disruptiva de la ciudad”. La lista de autores que participaron en las más de 300 exposiciones que celebraron está plagada de grandes referentes del diseño, pero también de artistas, arquitectos, fotógrafos o cineastas que encontraron aquí un espacio donde mostrar su creatividad: Antoni Muntadas, Josefina Miralles, Ingo Maurer, Julian Schnabel, Bigas Luna, Leopoldo Pomés, Ceesepe, Comediants, Ferran Adrià, Colita, Frank Gehry y Philippe Starck, por citar solo algunos.
Lamentablemente este emblemático establecimiento cerró definitivamente sus puertas en el verano de 2015 tras permanecer durante 86 años como referente comercial y cultural de la capital catalana. La proliferación de las grandes cadenas, el auge de las compras online, los cambios en los hábitos de consumo, la turistificación del paseo de Gràcia y la crisis económica fueron algunos de los factores que provocaron su desaparición. A todo esto, señalan, “cabe añadir aún el lento decaimiento posolímpico de una ciudad enfrentada a superar sus propios éxitos y a la que la suerte de Vinçon estaba muy ligada. Todo influyó en que no salieran los números. Es curioso, pero la pospandemia ha reactivado el interés por la domesticidad y el consumo de enseres para la casa. Igual hubiera sido una buena coyuntura para Vinçon”.