En las primeras décadas del pasado siglo París se erigió en epicentro cultural de Europa. Artistas e intelectuales de todo el mundo convergieron allí atraídos por la atmósfera de ferviente creatividad que impregnaba la capital francesa. Los paradigmas artísticos establecidos se tambaleaban y las vanguardias eclosionaron para alumbrar el nacimiento de un nuevo arte. No es de extrañar que en ese singular contexto coincidieran dos figuras excepcionales: uno de los marchantes más importantes del siglo XX, principal valedor del cubismo, y uno de los grandes artistas de todos los tiempos.
Organizada con el Centro Pompidou de París, la exposición Daniel-Henry Kahnweiler. Marchante y editor (en el Museo Picasso de Barcelona hasta el 19 de marzo de 2023) disecciona la personalidad y las múltiples facetas de este fascinante personaje. “Un marchante que, a lo largo de varias décadas, tuvo entre sus manos miles de obras, compuso colecciones enteras y conformó gustos y espíritus a lo largo y ancho del planeta”, apunta Brigitte Leal, comisaria de la muestra.
Historia de un encuentro decisivo
En febrero de 1907 Daniel-Henry Kahnweiler (Mannheim, 1884-París, 1979) acababa de abrir su primera galería de arte con la ayuda económica de su familia. Un pequeño local de apenas 16 metros cuadrados ubicado en la céntrica rue Vignon que, en apenas unos años, se erigió en “templo del cubismo”. Fue en el verano de ese mismo año cuando, junto a su amigo el también marchante, coleccionista y crítico alemán Wilhelm Uhde visitó al joven Picasso en su taller de Bateau-Lavoir en el barrio de Montmartre. Allí pudo contemplar con sus propios ojos un cuadro radical, revolucionario: Las señoritas de Avignon. De este encuentro decisivo surgió una de las relaciones más trascendentales de la historia del arte.
“¿Qué hubiera sido de nosotros si Kahnweiler no hubiera tenido ese sentido de los negocios?”, se preguntó el propio Picasso, y es que además de un agudo talento para advertir el inicio de una nueva forma de expresión artística, el joven galerista también poseía una extraordinaria destreza para los negocios.
El gran promotor del cubismo
Como teórico e investigador de este movimiento vanguardista, Kahnweiler escribió lo siguiente en su libro titulado El camino hacia el cubismo: “Si me pregunto hoy, después de todo, qué es lo que el cubismo ha aportado de nuevo, solamente encuentro una respuesta: gracias a la invención de signos que figuran el mundo exterior, ha dotado a las artes plásticas de la posibilidad de transmitir al espectador experiencias visuales del artista sin la imitación ilusionista. Ha reconocido que todo arte plástico no es más que una escritura, cuyos signos lee el espectador, y no un reflejo de la naturaleza”.
Además de Picasso, el legendario marchante trabajó estrechamente con otros grandes artistas como André Derain, Georges Braque, Juan Gris, Fernand Léger, Paul Klee, André Masson, Josep de Togores y el pintor y escultor catalán Manuel Hugué, conocido simplemente como Manolo. De este último Kahnweiler decía que “era un personaje absolutamente extraordinario” al que todavía no se le había hecho justicia. Su maravillosa obra ocupa la sala 9 de la exposición.
Una vida consagrada al arte
Daniel-Henry Kahnweiler consagró toda su vida al arte. Ni siquiera los embates de la historia le hicieron desistir. Y eso que el destino no se lo puso nada fácil. Hasta en dos ocasiones le privaron de todos sus bienes. En 1914 el estado francés le despojó de su colección, posteriormente subastada, y en 1940, debido a su condición de judío, le quitaron todas sus pertenencias.
Galerista, marchante, promotor cultural, escritor o audaz editor, una actividad en la que se inició a partir de 1909. Innovador y visionario, al igual que los artistas a los que representaba, para sus ediciones de lujo contó con los mejores artistas, escritores y poetas de su generación. Así sus exquisitos volúmenes llevaban la firma de Guillaume Apollinaire, Michel Leiris, André Malraux, Max Jacob, André Masson, Henri Laurens, Manolo Hugué o del mismísimo Pablo Picasso.
Un vínculo muy especial con Cataluña
Tanto el catálogo como la exposición destacan el especial vínculo entre el marchante y Cataluña gracias a su relación con los artistas Josep de Togores y Manolo Hugué, a los que patrocinó. Pero también, y muy especialmente, por su estrecho vínculo con la Sala Gaspar, ubicada en la calle Consell de Cent de Barcelona, donde en 1960 en plena dictadura se pudo organizar una exposición de Picasso. En este sentido, Carlos Alberdi, comisionado de la Celebración Picasso 1973-2023, apuntó durante la presentación que “la figura de Kahnweiler ayuda a entender a Picasso y a la cultura del siglo XX de una manera especial que incluye algo tan importante para Barcelona y Cataluña como es la relación de Picasso con esta ciudad y con algunos puntos de su mundo rural que fueron para el artista lugares de vivencias decisivas, de amistades y de inspiración”.