“¿Quién eres tú?” Joseph Henrich interpela directamente al lector criado en una sociedad occidental (Western), con estudios (Educated), industrializada (Industrialized) adinerada (Rich) y democrática (Democratic). Un auténtico homus WEIRD, las siglas en inglés que definen ese entorno privilegiado que, por el contrario, nos vuelve individualistas y obsesionados con nuestro propio yo.
Henrich (Norristown, EEUU, 1968) demuestra en su libro Las personas más raras del mundo (Capitán Swing) que las transformaciones culturales han transformado el cerebro del individuo que vive en países occidentales. Porque, efectivamente, el homus occidental es raro. Muy raro. ¿Un baño de humildad para europeos supremacistas? ¿Una defensa de la multiculturalidad? ¿Una nueva visión del choque de civilizaciones? No esconde el escritor que sus reflexiones son provocadoras.
Explica este profesor y presidente del Departamento de Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard, con un impresionante currículo –es licenciado en antropología e ingeniería aeroespacial—que este libro parte de un llamativo descubrimiento: la muestra “extremadamente sesgada” utilizada en estudios internacionales sobre la psicología y el comportamiento de los seres humanos.
El 96% de los participantes en experimentos analizados por el autor provenía del norte de Europa, Norteamérica o Australia, y cerca del 70% eran universitarios estadounidenses. Dicho de otra manera, esos trabajos no podían extrapolarse al resto de sociedades, más extensas que la occidental, cuyos habitantes ni son ricos, ni educados, ni viven en un sistema democrático o industrializado.
"Un recableado neuronal"
En el individuo WEIRD, explica, la coevolución de la psicología y la cultura ha generado una mente occidental muy peculiar. “Tu cerebro ha sido modificado”, notifica de nuevo al lector, convencido ya de que la genética es importante, pero lo es mucho más su circunstancia, su hábitat, su entorno. La eterna pregunta ¿el hombre nace o se hace? queda así respondida.
Vivir en el mal llamado primer mundo provoca “un recableado neuronal”, una puesta en valor de habilidades que, en tiempos no muy lejanos, eran de poca o nula utilidad. La alfabetización, la familia, la religión o las relaciones comerciales, añade Henrich, son determinantes en esa psique peculiar de los occidentales, que define como individualistas, obsesionados con su propio yo, orientados a tenerlo todo bajo control, reacios a conformarse al resto y analíticos. “Nos vemos como seres únicos, no como nudos de una red social que se extiende por el espacio y hacia atrás en el tiempo”, concluye.
Y añade: “A la hora de hacer razonamientos, las personas WEIRD tendemos a buscar categorías y reglas universales con las que organizar el mundo y proyectamos en la mente líneas rectas para comprender patrones y anticipar tendencias” y “a menudo obviamos las relaciones entre las partes o las similitudes entre fenómenos que no se ajustan de forma clara a las categorías que nos formamos. Por eso, sabemos mucho sobre cada árbol, pero a menudo no vemos el bosque”.
El libro está dividido en cuatro partes en las que el investigador aborda la evolución de las sociedades, los orígenes de la gente WEIRD, las nuevas instituciones y psicologías, y el alumbramiento del mundo moderno. Henrich hace un repaso histórico en el que confronta pasado y presente, así como los hábitos de comunidades aborígenes con esa Europa que tanta influencia ha tenido en el resto del mundo. Un mundo donde hay diferencias psicológicas dentro de China o la India, donde nada tiene que ver nuestra sociedad monógama con las que toleran la poligamia, o donde el nivel de testosterona varía en función del modelo familiar que se adopte.