En la década de 1930, el Floridita, una célebre cantina de La Habana, se convirtió en punto de encuentro de celebridades de la época. Pensadores, estrellas de cine, políticos o escritores se daban cita en el siempre concurrido local regentado por Constantí Ribalaigua Vert, el barman que reinventó el popular daiquiri para adaptarlo al gusto de uno de sus clientes más asiduos, Ernest Hemingway. Llamado popularmente Frozen, el daiquiri nº 4 no llevaba azúcar (Hemingway era diabético), pero sí doble de ron Matusalem, limones verdes, cinco gotas de marrasquino y hielo frappé.
“Aquellos grandiosos daiquiris que preparaba Constant”, decía Thomas Hudson, el protagonista de su novela Islas a la deriva, tenían la combinación perfecta para satisfacer la sed del legendario autor. Pero poca gente sabe que este hábil alquimista de barra nació en 1888 en Lloret de Mar y que siendo muy joven puso rumbo a Cuba en busca de una vida mejor. No le fue mal a este lloretense que se ganó, gracias a sus antológicas mezclas, el título de rey de los cócteles. La historia de ConstantÍ y su famoso combinado es solo una de las sorprendentes curiosidades que esconde este privilegiado enclave de la Costa Brava.
Jardines románticos y el legado modernista
Un halo de romanticismo impregna los magníficos Jardines de Santa Clotilde, uno de los tesoros mejor guardados del municipio. Un espléndido vergel de inspiración renacentista diseñado en 1919 por el arquitecto paisajista Nicolau Rubió i Tudurí para el marqués de Roviralta, un acaudalado industrial farmacéutico enamorado de los jardines románticos italianos. Situados sobre un acantilado con espléndidas vistas al Mediterráneo, están integrados en la Ruta Europea de Jardines Históricos, un bucólico itinerario promovido por Lloret de Mar, de la que forman parte también otros jardines de España, Alemania, Italia, Portugal, Georgia y Polonia.
Las sorpresas no acaban aquí. A pesar de que existe un turismo de cementerios, no es muy habitual visitar el camposanto en nuestros planes vacacionales. Aquí deberán hacer una excepción y acercarse hasta el cementerio modernista, miembro de la Ruta Europea de Cementerios. Aunque su construcción se le confió en 1892 a Joaquim Artau i Fábregas, en el proyecto se involucraron arquitectos de gran prestigio como Josep Puig i Cadafalch. Estructurado como un pequeño pueblo, tiene paseos, avenidas, plazas, humildes tumbas y elegantes panteones, últimas moradas de acaudalados indianos. Precisamente, la Casa Font, una preciosa mansión solariega de estilo modernista edificada por Nicolau Font i Maig, uno de los llorentenses que se fueron a hacer las Américas, es en la actualidad la única casa-museo de estilo indiano que se conserva en toda Cataluña y una visita imprescindible si viajamos a Lloret. Sant Pere del Bosc, un antiguo monasterio benedictino del siglo X reconstruido en el XIX por Puig i Cadafalch y la iglesia parroquial de Sant Romà, ubicada en pleno casco histórico, forman parte de este recorrido por el patrimonio modernista de la ciudad vinculado a las fortunas llorentenses forjadas en ultramar.
Un legado milenario
Las bondades del clima mediterráneo, junto a la proximidad del mar, atrajeron núcleos de población en época muy temprana. Aquellos primeros habitantes dejaron su huella en tres poblados íberos: Turó Rodó, con espléndidas vistas sobre la bahía, data del siglo III a. C. y se encuentra justo detrás del Castell d’en Plaja, el icono de la ciudad. Allí podemos ver la reconstrucción de una vivienda realizada con materiales propios de aquel periodo. Se cree que este asentamiento fue el origen de otro posterior de mayor tamaño y el más importante de la zona, el de Montbarbat. En este yacimiento se observan calles, viviendas y otras construcciones de los siglos III y IV a. C. El último, Puig de Castellet, un recinto de apenas 650 metros cuadrados, se cree que albergaba a un grupo de guerreros encargados de vigilar este estratégico territorio. Todas las piezas y objetos que se han ido encontrando en estos sitios arqueológicos se encuentran en Can Saragossa, una masía que se alza sobre una colina, que ejerce de museo arqueológico y Centro de Interpretación del legado íbero del municipio.
Este rincón mediterráneo, además de un rico patrimonio histórico y cultural, es el lugar perfecto para la desconexión gracias a la belleza paisajística que nos brinda el bravo mar y la cercanía de la montaña. Hasta el 70% de la superficie es masa forestal, un frondoso paisaje que nos acompaña mientras paseamos por los caminos de Ronda, los senderos marítimos que recorren todo el litoral de la Costa Brava y que a su paso por Lloret transitan por sus 10 kilómetros de costa camino de la frontera con Francia. Un paseo que nos ofrece vistas increíbles a sus playas y calas, con el magnífico paisaje forestal junto al mar como compañero de viaje. La mejor manera de experimentar la esencia de este bello territorio.