Navarra es tierra de contrastes. Escasos 100 kilómetros separan el imponente paisaje lunar de las Bardenas Reales, al sur de la Comunidad Foral, de las cumbres del Pirineo Atlántico navarro. Allí al norte, la brisa marina del cercano Cantábrico tiñe de verde los tranquilos valles labrados durante siglos por ríos serpenteantes. Escondidas en este magnífico paraje, este hermoso reino esconde sorpresas increíbles que habitan entre la historia, la leyenda y la fantasía.
Etxalar, el pueblo de las palomeras y los contrabandistas
Nos adentramos en la bella localidad de Etxalar, una de las denominadas Cinco Villas de la Montaña, ubicada en el corazón del valle del Bidasoa. Un vergel de prados y bosques salpicado de blancos caseríos y apacibles rebaños de ovejas y caballos decorando las suaves montañas que lo arropan. Lo primero que llama la atención de este municipio es la magnífica arquitectura de sus casonas de piedra y madera engalanadas con balcones y flores. También sus puentes como el de Iturriotz; el de Zubiaundi, que une los barrios de Andutzeta y Antsolokueta, y los de Sarriku y Garai, ambos construidos en 1760. Mas no son el único patrimonio vinculado con el agua. Los numerosos afluentes del Bidasoa que atraviesan Etxalar empujaban las pesadas piedras de sus molinos y aún vierten sus aguas en las fuentes del pueblo: la de Endara, Txirima, Basatenea, Azkua… en un constante susurro.
Sus vecinos defienden orgullosos su lengua, el euskera, y sus tradiciones. Por ello, cada año, desde el 1 de octubre hasta el 20 de noviembre tiene lugar, en el cercano collado de Usategieta, una centenaria práctica cinegética que consiste en la captura de paloma con red. Durante 50 días, 12 experimentados cazadores se atrincheran, toda la jornada, a la espera de que grandes bandadas de aves atraviesen el valle y queden atrapadas en las redes colocadas estratégicamente en los árboles. Un trabajo que requiere mucha paciencia ya que, nos cuentan, son muchas las ocasiones en que no se cumplen las condiciones idóneas para la caza.
Este bello municipio, fronterizo con Francia, fue además durante décadas ruta de contrabandistas. Xanti Elizagoien recorrió, a pie y de noche, durante 14 años los senderos que transitaban entre ambos países cargado con pesados fardos al hombro, de hasta 35 kilos, llenos de todo tipo de objetos: hilos de cobre, rodamientos, despertadores, medias de cristal y calcetines. Actualmente, este afable señor de 74 años sigue en plena forma y organiza rutas guiadas por estos antiguos caminos de contrabandistas.
El museo de las piedras
Ocho apellidos vascos colocó a Leitza en el mapa del turismo cinéfilo. La plaza, la herriko-taberna o la casa de Amaia, el personaje interpretado por Clara Lago, forman parte de la ruta de imprescindibles para los amantes de la célebre película. Pero si existe un personaje popular en esta villa ese es Iñaki Perurena, el famoso levantador de piedras. Un hombre para el que, como él mismo reconoce, la piedra es su vida y le da vida. Por ello, ni corto ni perezoso, junto a su hijo Inaxio se embarcó hace ya algunos años en un proyecto que día a día continúa cobrando forma. Se trata de Peru-Harri, literalmente “un lugar de piedras”, un espectacular museo situado a unos dos kilómetros de su ciudad natal, en pleno monte, donde la piedra es rotunda protagonista. Allí ejerce de cicerone mientras recorre los espacios de este singular parque escultórico.
Impresionante la gigantesca escultura de ocho metros de altura y 40 toneladas de un harrijasotzaile (levantador de piedras), la primera que creó. No es la única, una enorme txapela (un homenaje a su difunto padre), una representación del mariscal Pedro de Navarra o un puño que emerge de la tierra son algunas de las esculturas que decoran las verdes lomas. Los muros del interior del caserío exhiben una colección de objetos, fotografías y vestimenta de su época deportiva, como los pantalones y las fajas que llevaba en sus competiciones. También expuestas se pueden ver las pesadas piedras que levantó a lo largo de su carrera, incluida la de 320 kilos, su máximo récord.
De dragones y tesoros robados
Una última parada nos lleva hasta el santuario de San Miguel de Aralar, en el espectacular valle de Sakana. La historia de este centro espiritual se remonta al siglo VIII. Cuenta la leyenda que Teodosio de Goñi, un caballero navarro, al regresar de la guerra se encontró en el camino con un misterioso peregrino que le reveló que su esposa le estaba siendo infiel. Enloquecido, al llegar a casa, entró en el dormitorio, desenvainó la espada y arremetió contra los cuerpos que yacían en su cama. Al salir vio a su esposa que regresaba de misa. Horrorizado comprobó que a quienes había asesinado en realidad eran sus propios padres. Como penitencia, el Papa Juan VII le condenó a vagar con una pesada cruz de madera a cuestas y una gruesa cadena prendida al cuerpo, hasta que esta se rompiera por el desgaste. Y así vivió siete largos años hasta que un día, mientras se encontraba en una cumbre, un dragón surgió de las cavernas y Teodosio encomendó su vida al arcángel San Miguel. Este descendió de los cielos, venció al monstruo y le liberó de sus cadenas. Desde ese momento, el noble consagró su vida al santo construyendo un templo en su honor en la cumbre donde se le apareció.
Muchos siglos después, en 1979, el famoso ladrón Erik el belga, junto al clan de los marselleses, robó una preciosa pieza de orfebrería que guardaban estos milenarios muros. Se trata de una valiosísima joya, el retablo de Santa María. Un excepcional frontal de esmaltes elaborado en el siglo XII por los mejores artesanos de Limoges. Afortunadamente, durante una operación policial, en 1981, se pudo recuperar la mayoría de las piezas que vuelven a descansar en el presbiterio de este místico lugar.