Pablo Nicolás Fernández nació en Montevideo (Uruguay) en 1972. Emigró con sus padres a Castelldefels (Barcelona) cuando tenía aproximadamente seis años. Pertenecía a una familia de clase media y estaba orientado a estudiar y tener una nueva vida en Europa. No obstante, a partir de los 17 años comenzó a tener contacto con diferentes drogas. Cada vez necesitaba más y su adicción era mayor, lo que le llevó a traficar con varias sustancias --fundamentalmente cocaína-- entre varios puertos españoles y del mediterráneo, para dar posteriormente el salto a Sudamérica.

Durante tres décadas, como se titula el libro que ahora presenta --Treinta años a la deriva--, narra la importancia de darse cuenta a tiempo del exceso de consumo de drogas. Algo que puede derivar en la entrada a un mundo donde la mafia y los cárteles hacen cada día sufrir por tu propia vida. Nico le llaman ahora, pero Pablito era como lo conocían en Colombia. El fin del narcotráfico y el consumo de drogas fue su último gran paso, con algunas recaídas. Ahora trabaja y vive en Begues (Barcelona), en el centro de desintoxicación que logró cambiarle la vida.

--Todo empezó en tu juventud.

--Exacto. A los jóvenes, como muchos de ahora, nos gustaba desmadrarnos. A raíz del contacto con las borracheras y las sustancias, noto que consumo más que los demás. La vida normal no me satisface. No sabía que era adicto, de eso me entero treinta años después. Cuando llegué a los 18 años, enseguida dejé de estudiar, hice diseño gráfico, pero con el consumo pasó a segundo plano. Los estudios ya no me interesan y mis padres me dijeron “o estudias o trabajas”. Y empecé en 1989 en el Port Ginesta de Castelldelfels, porque me gustaban mucho los barcos. Poco antes de las Olimpiadas me ofrecieron ir al Puerto Olímpico de Barcelona para el COP 92, en la organización de regatas.

--Pero las drogas intefirieron en tu trabajo...

--El consumo fue aumentando. Y mi padre, a los 19 años me invitó a irme de casa. “Ya que eres tan hombrecito para emborracharte y gastarte todo tu sueldo, pues ¿por qué no te vas? Que me estás arruinando el matrimonio”, me dijo. Y dije, pues sí, y me fui.

--¿Qué hiciste después de irte?

--Yo creía que era aventurero y me embarqué en un velero. Ese es el mensaje que yo me di. Pero me fui por la droga, yo tenía una barrera en casa con el consumo, no me permitían que tomara todo lo que quería. Hasta ese momento tomaba el fin de semana, muy descontrolado, pero luego empecé a alargar la semana de fiesta y empecé a tener algunas deudas y a gramear.

--¿Gramear?

--En la jerga de la calle es comprar pequeñas sustancias, lo divides en bolsitas y lo vendes a nivel de barrio o en bares. Esto fue para promocionarme mi consumo, porque todo lo que ganaba me lo gastaba en droga.

--Pero a la vez que traficabas con pequeñas cantidades seguías con los yates...

--Cuidaba un yate en Mallorca del exdictador yugoslavo Tito. Este venía un verano sí y dos no y la gente me veía vivir en un barco de tres pisos, que no era mío, pero se rifaban para venir a las fiestas que montaba. Solía invitar a varios narcotraficantes que se peleaban por venir. Entré en su mundo.

--¿Empezaste con el contrabando de droga?

--Me convertí un pequeño traficante. Escondía la droga en lugares del barco y lo transportaba entre diferentes puertos. No eran grandes cantidades, eran cinco o seis kilos. Pero ellos sabían que a mi no me iban a parar, sabía por donde navegar y no hacía imprudencias. En el mar, si tú llamas la atención te paran.

--¿Cómo fue tu salto a Latinoamérica?

--Hice varios viajes a Uruguay porque tenía amigos y conocidos. Y pensé, si aquí me sale rentable, más me tiene que salir ir a Colombia.

--¿Cómo entraste en Colombia?

--Conocí a un colombiano en Barcelona y me hizo contactar con un familiar allá. Estos ya se dedicaban en serio a esto, eran narcos que traían un goteo continuo. Es decir, que traen a gente y maletas con kilos de droga a Europa por avión cada semana. Empecé haciendo de mula.

--Transportaste droga de Colombia a España.

--Exacto. Lo malo es que el primer viaje me salió bien. Pagábamos al capital de aduanas para que nos dejara pasar la droga.

--¿Cuál fue el problema?

--La avaricia. Otros le pagaron más. Me pillaron y pasé a prisión, pero a mi no me condenaron, porque primero tenían que demostrar que el plástico negro que había debajo de la maleta era droga. Porque estaba cocinado antes de que se conviertiera en cocaína para el consumo.

--¿Cómo saliste de prisión?

--El jefe se enteró que no había delatado a nadie. Porque hubiera sido peor, ser un chibato en Colombia... La vida no vale nada en Colombia. La vida vale lo que cuesta una bala en Colombia. Pero en fin, desde Cali un abogado me dio un fajo de billetes y me dijo "me manda tu amigo el Indio". Entonces supe que ese era mi abogado de verdad y no los otros que habían venido antes pidiendo dinero.

--A partir de ahí empieza la operación salida.

--Exacto. Me dijeron que me iban a dar una paliza para llevarme a enfermería para sacarme de allí. Que me podían haber caído hasta 12 años de prisión.

--¿Qué te dijo el Indio al salir?

--Que le había demostrado mi lealtad y si quería me haría una identidad nueva para vivir en Colombia, que de cualquier prisión de sudamérica en la que cayera él me sacaría. Yo le dije que no, quería volver a España y empezar una nueva viva.

--Entonces saliste rumbo a Barcelona.

--Sí... Bueno antes me pidieron un favor, con unas nuevas botas donde iba oculta la droga que si podía abrir una nueva ruta de transporte de droga de Sudamérica a España.

--¿Lo hicite?

--Me pateé todos los países de Sudamérica hasta llegar a Uruguay y volver a España. Lo que querían era un nuevo modo de pasar a España y Europa la droga de forma más fácil porque las zonas calientes son Colombia, Venezuela y Panamá, pero el resto no hay tantos controles antidroga.

--¿Te rehabilitaste después de volver a Barcelona? ¿Tanto a nivel de adicción como de tráfico de drogas?

--Lo intenté. Primero fui a un centro de desintoxicación en Girona y no me salió bien. E incluso seguía al tráfico de drogas, pero más menor. Me di cuenta en el barrio de la Font de la Pólvora, un barrio de gitanos de Girona, estaba metido en un piso que venden droga rodeado de delincuentes. Y en ese momento pensé: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?

--Entonces, fuiste a Begues.

--Exacto. Llegamos a un acuerdo de financiación para el tratamiento. Estuve tres años. Muchas cosas de las que hacía, como lo de hacer piscinas al día no lo entendía. Pero conseguí rehabilitarme.

--Y ahora trabajas allí.

--Sí. Me saqué un título de sanitario y empecé a trabajar allí. Es duro, sobre todo por el 5% de gente que viene en el estado tan desastroso que vine yo. Tuve suerte de sobrevivir. La mayoría de los amigos y conocidos que tuve de este mundo han acabado muertos o presos.