Cuentan que fue su amigo, el poeta Paul Éluard, el que le presentó a Dora Maar en el parisino café Les Deux Magots a finales de 1936. También que le fascinó aquella joven que jugaba a clavar un cuchillo en la mesa entre sus dedos y que en más de una ocasión la afilada punta terminaba lastimando sus manos e impregnando de sangre los guantes que llevaba. No es de extrañar que los pocos anillos que creó el malagueño fueran casi todos para ella. Esas pequeñas alhajas se convirtieron en “actores de pleno derecho dentro de su relación, cristalizando tanto sus peleas como su fascinación mutua”, explica Manon Lecaplain, comisaria junto a Emmanuel Guigon de Picasso y las joyas de artista, la muestra que se podrá ver hasta el próximo 26 de septiembre en el museo Picasso de Barcelona. De este encuentro no solo surgiría una intensa y tormentosa relación, que duró cerca de una década, sino que además supuso el inicio de un nuevo campo de creación artística, el de las joyas.
Durante los veranos que pasaron juntos en la Costa Azul le gustaba recolectar huesos, guijarros o pequeños vidrios, mientras paseaba por las playas. Humildes objetos que, con apenas unos trazos o certeras incisiones, transformaba en minúsculas obras de arte. Diminutas esculturas con las que experimentaba con materiales y técnicas y que Brassaï y Dora Maar se encargaron de documentar. La joyería picassiana sintetiza todo su genio, su curiosidad y su universo pictórico, dotándola de una identidad propia, íntima y familiar. Las vetas de un hueso se convertían en la cabeza de un pájaro, un pez, un rostro o una silueta. Su infinita imaginación le concedía identidad propia a estos materiales desechados. Él mismo decía que “los cantos rodados son tan bonitos que dan ganas de grabarlos todos. El mar los trabaja tan bien, los da unas formas tan puras, tan completas, que basta con una pequeña huella para hacer obras de arte”.
Estas miniaturas suponen para el malagueño una “verdadera pasión”, confesaba a Brassaï a comienzo de los años cuarenta. Pasiones entrañables que nacían con alma, llamadas a ser protagonistas de una historia personal. Como explica Lecaplain: “Las joyas de Picasso, más que objetos de arte comercializables, son poesías privadas, más que piezas vendibles, son obras íntimas” destinadas a sus compañeras, sus amantes, sus amigas o a sus hijos. Y aunque ironizaba con devolverlas al mar porque “serían verdaderos rompecabezas para los arqueólogos”, lo cierto es que en manos de sus receptores se convertían en auténticos amuletos. Mágicos talismanes que también luciría su nueva amante y musa Françoise Gilot, entre ellos el fabuloso collar con colgante en forma de búho, una de las joyas más destacadas de la exposición, que conocemos gracias a la célebre fotografía que Robert Capa tomó de la pareja en agosto de 1948.
Joyas para regalar
Su interés por estos afectuosos ornamentos fue una constante a lo largo de su vida y obra. Lo mismo daba si eran objetos transformados por él mismo o cuando su representación eclipsaba el protagonismo en pinturas, dibujos o grabados como en su famosa serie Suite 156, el último gran trabajo de su vida, donde las joyas compiten con los atributos sexuales de las prostitutas. “Las joyas no son una anécdota en su creación, son piezas que Picasso hace y representa, que pinta y que regala: le fascinan y él les da vida, se entretiene o las menosprecia. Son la condensación de su creación, las piezas maestras de su intimidad”, describe Lecaplain.
¿Artistas o joyeros?
Para Emmanuel Guigon, director del museo barcelonés, las obras expuestas trazan “una historia del arte moderno y contemporáneo explicada a través del prisma de la intimidad”. Y es que algunos de los grandes nombres del arte firman los deslumbrantes ornamentos reunidos en la segunda sala expositiva. Meret Oppenheim y el brazalete de piel preludio de su emblemática obra Desayuno con piel, adquirida por el MoMA en 1936; el surrealista Salvador Dalí y La persistencia del sonido, los pendientes con forma de teléfono que el de Cadaqués diseñó, parece ser, inspirándose en las conversaciones telefónicas que mantuvieron Adolf Hitler y el premier británico Neville Chamberlain en un intento de evitar la guerra; Louise Bourgeois reduce la fiereza y el tamaño de sus esculturas de araña para convertirlas en broche; Man Ray reinterpretó Lampshade en los “colgantes colgados”, los pendientes que inmortalizó en una serie de fotografías con Catherine Deneuve; Cildo Meireles encierra una bomba en un peligroso anillo y Alberto Giacometti infunde su inconfundible genio en un delicado collar, en varios broches o en unos delicados botones.
El epílogo de la exposición nos lleva hasta el vecino museo Etnológico y de Culturas del Mundo, donde Joyas baule y kàfir. Diálogos con Picasso exhibe una selección de joyas de ambas culturas. Excepcionales muestras que ponen el foco en la intensa carga emocional de este tipo de representación artística que ha fascinado al ser humano desde la prehistoria y lo continúa haciendo en nuestros días.