El historiador Joan Fuguet y amigo de José Agustín Goytisolo recordaba en un homenaje local que el poeta de Palabras para Julia "decía convencido y con argumentos que Don Quijote habría pasado por la Conca con toda seguridad", dando cuenta del afecto que había desarrollado para con la comarca y el pueblo homónimo de Barberà.
Goytisolo, que hablaba de un lobito bueno para soñar con la justicia, llegó a Barberà de la Conca a principios de los 80 buscando la paz veraneante, pero gustó de invertir y compartir pasiones con amigos y locales que se fundieron con sus proyectos culturales y colectivos. Tan ilusionantes como la conquista de un catálogo de equipamientos o el mismo castillo de origen templario, que contribuyó a que se iniciasen los trámites para su restauración.
La historia de la Cooperativa Barberà / ARCA
Volveremos al pueblo de Barberà por muchas razones, pero es importante que nos acerquemos al vino, porque es el motivo de estos papelitos, y porque es el causante de que llegáramos a la Conca de Barberà y a las ilusiones de José Agustín... Pasamos la semana pasada por allí y nos detuvimos frente al edificio de la Cooperativa que, a pie de carretera, tiene abierta una agrotienda tan elegante como el conjunto del edificio. Y compramos unas botellas de Cabanal, el vino más característico de los que allí tienen en exposición.
El pasaporte de la comarca
En la actualidad, la mayoria de las bodegas inscritas en la Denominación de Origen Conca de Barberà elaboran monovarietales de Trepat en una versión de vino tinto. Pero esta historia (colorada) tiene un inicio muy reciente: fue en 2004 cuando apareció el primer Trepat “negre” de Carles Andreu y a la vez que se hizo "justicia" con una casta con arraigo que había perdido prestigio, se iba recosiendo el hilo de los sueños de esta comarca de interior y al abrigo de envites demasiado litorales. En poco más de 15 años, el Trepat ha pasado a ser el pasaporte de la Conca en el mundo del vino.
Uno puede llegar a la Conca de Barberà por variadas e históricas vías de comunicación. La atraviesan la AP2 (Barcelona-Zaragoza) y el AVE (Barcelona-Madrid). La autopista accede a la comarca por el collado de Cabra que supera los 500 metros de altitud; y el AVE por la zona del río Francolí, atravesando la montaña tunelada por el estrecho de La Riba. El camino más antiguo era la N-240 (Tarragona-San Sebastián) que tenía que superar el collado de Lilla y que pronto sustituirá la A-27 con un túnel de necesidad histórica que unirá Montblanc y Tarragona en poco más de 20 minutos.
Esos túneles dan fe de la dificultad y la dimensión de la distancia de esa comarca con los centros de comercio litorales; y aunque de entre sus gentes se pueden contar muchos ilustres e influyentes, la “verdad” de los datos nos habla de un pequeño paraíso de mosaicos agrarios y de densidades muy moderadas.
La Conca de Barberà fue esa tierra de frontera que en la Reconquista cobijó dos bastiones importantes a partir del s.XII. En la parte más oriental estuvo establecido el Castillo templario de Barberà que Goytisolo quiso reconstruir; y en el pie de las montañas de Prades, en el extremo occidental del cuenco natural, se ubicaron los monjes del Císter del Monasterio de Poblet (junto con Santes Creus y Vallbona de les Monges constituyen la potente y cultural Ruta del Císter).
Pero también es cierto que esa ingeniería que hoy nos ayuda a superar las viejas barreras geográficas pudiera llevarnos a pasar sin advertir el carácter y las esencias y tipicidades de esos paisajes que atravesamos y dejamos atrás a gran velocidad, cual postales más o menos tiernas y entretenidas. La variedad Trepat que se recuperó hará cerca de 20 años --precisamente en el momento en el que el mundo del vino estaba abriéndose a la pluralidad y se empezaba a salvar de una homogeneización que parecía imparable-- es una excusa ineludible para ir hasta la Conca o cuando menos provocar un alto en el camino y aprovechar el descanso para nutrirse de una tipicidad extrañamente singular.
La Trepat es una variedad --definida en los catálogos generales como productiva, de poco color y de baja graduación-- extremadamente peculiar que pudo haberse perdido, o casi. Y su peculiaridad principal, con su finura, con su frescura, con su delicada textura, con su especiado aroma... es el contraste con sus vecinas. Casi todas las uvas mediterráneas (la Garnacha, la Cariñena, el Tempranillo o Ull de Llebre, la Monastrell, la Sirah e incluso las blancas como la Macabeo) se caracterizan por el cuerpo y la potencia, efectos del alcohol y la amplitud y el peso que uno siente cuando las ingiere. La Trepat es casi la antítesis. Y si se salvó de un mercado que la menospreciaba porque exigía altos niveles de alcohol y color fue porque fue útil a la industria del Cava para la fabricación de espumosos rosados. Hasta hace un par de décadas la Trepat de la Conca de Barberà la compraban los cavistas para introducirla en el ensamblaje de los vinos rosados de segunda fermentación. Y así se mantuvo el cultivo de una variedad de perfil delicado y muy específico a la que recientemente hemos sabido descubrir virtudes escondidas y muy celebradas.
Pero, pues, y antes, antes del efecto del Cava, ¿por qué se mantuvo su cultivo?
Hay una historia muy trenzada y sugerente que nos lleva, por lo menos hasta finales del XIX. Joan Esplugas Moncusí fundó en 1879 una empresa de exportación (estamos de lleno en la Fiebre del Oro que dio prosperidad al vino español como consecuencia de la filoxera francesa) con base en el puerto de Tarragona. Sus quehaceres comerciales le llevaron a viajar a los mercados de destino y a tejer fuertes lazos en ciudades como París, Londres o Liverpool --según cuenta el historiador Andreu Mayayo--, y a convivir con los problemas y las luchas que allí se vivieron como consecuencia de la plaga que a la vez que enriquecía España (y por ello) asolaba Francia.
La Trepat y el Cava
Tuvo ocasión de conocer de cerca la crisis y sus soluciones y fue pionero en la introducción de pies americanos en su tierra para combatir la plaga cuando esta entró en nuestro país y arrasó el antiguo viñedo autóctono. Esplugas, que impulsó en Barberà la creación de la primera cooperativa vinícola de Cataluña (1894) para dar salida a la crisis económica y social que la Filoxera provocó --aunando a los efectos del parásito las consecuencias de una estructura económica caciquil--, promovió la recuperación a través de la antigua casta de Trepat (injertada sobre los resistentes pies americanos).
Y ahí reside una pata del peso de la Trepat en la Conca de Barberà. Después de la Filoxera esta fue una variedad que fue perdiendo peso en zonas de Tarragona e incluso de Castellón y de Lleida donde anteriormente se había cultivado con éxito. La plaga significó una modernización de algunos procesos y con ella se perdieron matices y variedades que en aquel momento quizá tuvieron menos demanda... pero Esplugas estimó que el clima (aunque mediterráneo, continental en parte) de ese interior de la Conca de Barberà era favorable para el desarrollo de la Trepat, y tuvo influencia entre sus coetáneos y la casta de perfil delicado, pero de gran rendimiento, se impuso en esas tierras. Y luego el Cava la salvó de otro olvido... hasta que se descubrió su virtud, precisamente ligera pero vivaz en una versión de tinto que refresca y desconcierta si nos logramos abstraer de prejuicios geográficos demasiado estereotipados.
Pero, ¿cuál es la impresión que invade a quien se acerca a Cabanal? ¿Hay esa pimienta que nos atrae y abre sutilezas y que se ha erigido en signo de identidad de la Trepat? Seguro, con coníferas de fondo que aumentan la frescura y nos insertan en el corazón del bosque de Poblet. ¿Y frutas? Quizá la granada podría referirse como vínculo con la fructosa, feliz y capaz de poner notas veraniegas en una ensalada de invierno..., aunque en el fondo preferimos que sea el errante explorador quien bucee y descubra sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos.
Según Mayayo, Esplugas es el ejemplo de una burgesía inteligente y comprometida con el desarrollo de la sociedad que da pie e impulsa proyectos como el de la primera cooperativa. Luego, en 1920, los grandes propietarios harían también una bodega cooperativa (“la de los ricos”) que proyectara el vallense César Martinell y que desde 1934 absorbe las energías agro-vinícolas de Barberà y es la resposable de marcas como Cabanal.
Un lobito bueno es lo que soñaba Goytisolo para pensar en la justicia, como Esplugas, que quiso contribuir a que los jornaleros de Barberà tuvieran un futuro y pudieran eludir el éxodo; y como la Trepat que también Esplugas contribuyó a mantener y que hoy nos ofrece esa frescura singular que admite igual unas setas de Poblet que una merluza de Tarragona.
Precio (en tienda): 7-8 Euros
Taula de VI de Sant Benet: Oriol Pérez de Tudela, Marc Lecha