Desde hace algunos años, la biblioteca del Carmelo, construida sobre un antiguo vertedero, homenajea al escritor que convirtió esta barriada en un lugar indispensable dentro del mapa literario de Barcelona: Juan Marsé. Durante décadas, para una parte de la Ciudad Condal el Carmelo, un barrio que toma el nombre de la montaña en la que se ubica y de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, fue un lugar extraño y ajeno como lo era para la madre de Teresa, la protagonista de Últimas tardes con Teresa, que ganó el premio Biblioteca Breve en 1965. Para la progenitora de la protagonista, vecina del acomodado barrio de Sant Gervasi, “el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano con sus leyes propias, distintas”. Nunca fue África, pero sí un distrito de inmigrantes, el lugar donde establecieron su domicilio, sobre todo a partir de los años cuarenta hasta bien entrados los sesenta del pasado siglo XX, trabajadores procedentes de otras partes de la Península que llegaban a Barcelona con la esperanza de un futuro más próspero, que no siempre encontraban. 

Ahí, en el Carmelo vivía Manolo Reyes, el Pijoaparte, que subía casi diariamente la muy empinada Conca de Tremp, quizá imaginando esa otra “ciudad desconocida bajo la niebla, distante, casi soñada”. Caminando por la Conca de Tremp, el Pijoaparte, a quien Gil de Biedma describiría en sus versos con “camisa roja. Tejanos. Actitud provocadora. Y una sonrisa, que es demasiado encantadora”, alcanza el Bar Delicias, ahí compra su paquete de Chesterfield y juega “a la manilla con tres jubilados”. Frente a ese bar, se encuentra a veces con Teresa, joven progre fascinada con aquella realidad obrera, que, subida en su Renault Floride blanco recorre toda la Carretera de Carmelo, proveniente de Sant Gervasi, esa otra Barcelona a la que se llega a través de Travessera de Dalt. Esta arteria conecta esas dos ciudades, esas dos realidades que tan bien supo describir Marsé.

El Monte Carmelo visto desde el Parque de la Creueta del Coll / CANAAN

“Antes de la guerra, el Carmelo y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta baja: eran todavía lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la clase media barcelonesa. Pero se fueron”, afirma el narrador de Últimas tardes con Teresa. Estas palabras sirven para describir también el barrio de La Salud, siempre en el distrito de Horta-Guinardó, situado en una de las laderas del monte Carmelo. Ahí tiene lugar la cuarta novela de Marsé, que precisamente comienza con el derribo del chalé de la tía Isabel. A los Claramunt fachada es “lo único que les quedaba”.  Gran parte de la narrativa de Marsé tiene precisamente lugar en este distrito, tras la guerra, cuando dejó de ser lugar de residencia de una pequeña burguesía que decidió marcharse “quién sabe si al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos”. 

Es precisamente en el barrio de la Salud, no muy lejos de Gracia, otros de sus barrios literarios, donde Marsé sitúa El amante bilingüe, el relato en el que Juan Marés, con el rostro deformado y reconvertido en el charnego Faneca, trata de reconquistar a su esposa, una mujer perteneciente a la burguesía catalana que lo abandona por otro. Una vez más, la geografía urbana del escritor sirve para poner en oposición dos ciudades, diferentes y dos grupos sociales, la burguesía catalana frente los inmigrantes, los ganadores de la guerra –esos que con la democracia se reconvertirán en convergentes–  frente a los perdedores

En el prólogo a La oscura historia de la prima Montse, Gustavo Martín Garzo escribe que el mundo descrito por Marsé en esta novela es de “una burguesía acomodada, en plena posguerra, que trata de negar su mala conciencia con obras de beatería y vagas llamadas a la solidaridad entre clases”. En Últimas tardes y en El amante bilingüe, las obras de beatería son sustituidas por la ingenua e impostada fascinación de esa misma burguesía hacia esa clase obrera que chapurrea palabras en catalán. Ahí está Teresa, pero también la mujer de Faneca. Esta actitud paternalista contrasta con la realidad de posguerra que tiene lugar alrededor del Carmelo; de hecho, en su relato Noticias felices en aviones de papel, Marsé llega a comparar a los niños que, desde lo alto del distrito, bajaban hasta el barrio de la Salud, con los del gueto de Varsovia, por su delgadez y su pelo rapado para evitar los piojos. 

En el prólogo a La

Esos niños son los protagonistas de Si te dicen que caí, cuyas vidas giran alrededor de la iglesia de las Ánimas, hoy rebautizada como parroquia de Sant Miquel dels Sants, en calle del Escorial, en Gracia, barrio adyacente al de Horta-Guinardó. A tan solo quince minutos de la Ronda Guinardó, la iglesia de las Ánimas no dista mucho de Casa de Familia, el orfanato de la calle Verdi, de donde sale Rosita, la niña de Ronda Guinardó, a la que el comisario tiene que llevar hasta el Hospital Clínic para que reconozca el cadáver del hombre que supuestamente la violó dos años antes. 

Cottolengo del Padre Alegre

Confesaba Marsé que cuando escribió Si te dicen que caí: “pensaba solamente en los anónimos vecinos de un barrio pobre que ya no existe en Barcelona, en los furiosos muchachos de la posguerra que compartieron conmigo las calles leprosas y los juegos atroces, el miedo, el hambre y el frío”. Esta es la realidad que sale a relucir en esa novela que se desarrolla entre Gracia y la Salut, donde creció Marsé, no muy lejos del solar entre calle Legalitat y Escorial, donde fue hallado el cuerpo de la prostituta Carmen Broto, cuyo asesinato inspiró al escritor a la hora de escribir la novela. Ahí cerca, Marsé sitúa a algunos maquis, todos ellos se reúnen en el bar Alaska, situado en esa misma calle Escorial, al final de la cual, una vez cruzada la Travessera de Dalt y después de cambiar el nombre y convertirse en calle de Molist, encontramos el Cotolengo del Padre Alegre, por donde pasa Rosita, siempre acompañada, en su particular deambular, por el inspector.

Esta caligrafía urbana de Marsé reconstruye un tiempo y una geografía, de la que hoy apenas quedan muchos testimonios. Es una topografía hecha de recuerdos y de sueños, de historias que se contaban, pero también que se inventaban, mezclando tebeos y películas, ficciones todas con las que se entretenían los jóvenes de posguerra, como fue Marsé y como lo es Ringo, el protagonista de Caligrafía de los sueños, un adolescente amante de los libros y del cine norteamericano que se hace llamar Ringo por el personaje de John Wayne en La diligencia

Mientras las tropas franquistas patrullan por Gran de Gracia, el cine se convierte en una forma de evasión para el protagonista, pero también para el joven Marsé, fiel espectador del Cine Roxy, situado en la Plaza Lesseps, cerca de la comisaria de Ronda del Guinardó, y al que el escritor le dedicaría el relato Los fantasmas del cine Roxy. El Roxy era el “cine de lujo del barrio”, con más asientos de los que podía tener el Rovira, situado en la plaza del mismo nombre en la que se ambienta El Embrujo de Shanghai, donde, una de las protagonistas trabaja como taquillera en la Sala Mundial, situada de la calle Salmerón, hoy Gran de Gracia, conocida como “la calle de los cines”. 

Mientras las tropas franquistas patrullan por

En esa Plaza Rovira, a pocos minutos de Travessera de Dalt, que une la Ronda del Guinardó con Sant Gervasi, y justo al lado del calle del Escorial, se cierra la cartografía de Marsé, el escritor que narró esa ciudad que para muchos no existía, que hizo de la memoria y de la infancia el punto de partida para reconstruir un mapa común de una urbe contradictoria y conflictiva, donde, sin embargo, siempre había espacio para las aventuras reales o imaginadas.