Spotify es una de las compañías que mejor entendió en su día que el negocio de la música viraba irremediablemente hacia lo digital y que de nada servía mirar atrás. Desde entonces, se ha convertido en la plataforma de música en streaming más usada del mundo y ninguno de sus rivales (Apple Music, Tidal o Deezer) ha conseguido arrebatarle su cuota de mercado.
Sin embargo, algunos artistas se quejan del desigual reparto de derechos editoriales y pago de royalties que realiza la compañía. Esto es, las atribuciones económicas que recibe cada artista por las escuchas de sus canciones y sus álbumes. Y aquí es donde se da una curiosa situación que ha terminado por cabrear a miles de músicos.
La estafa búlgara
Una de las principales líneas de negocio de Spotify es su sección de listas de reproducción. Muchos usuarios, sobre todo los que utilizan la aplicación como hilo musical en empresas o negocios, prefieren seleccionar una playlist que dejar sonando durante horas en lugar de ir seleccionando canciones una a una. Como Spotify paga a los músicos según el número total de escuchas, las listas de reproducción constituyen la manera más fácil de dar a conocer la música para los artistas y ganar dinero con ello, sobre todo si dicha playlist tiene millones de suscriptores.
Es aquí donde entra en juego la astucia de un usuario (búlgaro, de ahí el nombre del timo) que invirtió miles de euros en comprar miles de cuentas premium para luego generar varias playlists y poner a todas esas cuentas a escuchar la música durante las 24 horas del día. El negocio le salió rentable al usuario, aunque después de ser descubierto, Spotify le obligó a cerrar estas cuentas.
‘Royalties’ escasos
La estafa búlgara fue uno de los casos más sonados sobre este tema, pero también existen listas de reproducción con nombres muy genéricos o relacionadas con estados de ánimo donde la música no la producen artistas como tal, sino empresas que se dedican a crear música ambiental y cobrar por los derechos de autor. Ésta es una de las situaciones que enfadan a los músicos profesionales, que no perciben tanto dinero por sus escuchas como una lista de reproducción genérica puede llegar a generar.