De Innisfree a Riglos, pasando por Barcelona
El viaje de 'Pluma de buitre' es una búsqueda en el pasado de Arturo San Agustín que se inicia en un hospicio de Huesca y que acaba con más preguntas que respuestas
8 abril, 2019 00:00El paraíso perdido es la infancia, como todo el mundo sabe; la vivida y la recordada, que no son idénticas. Pero, puestos a viajar al Edén, qué importancia tiene la exactitud, cuando decorar la vida la hace más entretenida y la aleja de la sordidez con que se empeña en castigarnos.
Esos son los parámetros con los que Arturo San Agustín ha construido Pluma de buitre (Los libros del Gato Negro), un viaje a la tierra de su familia, Aragón, que utiliza para conocerse a sí mismo, para buscar el origen de su forma de ser, de su carácter; o sea, de su vida pasada, presente y futura.
El país vecino
Y de paso es un intento de poner en valor, como se dice ahora, una tierra cuyos habitantes no son nacionalistas, pero que han aportado tanto a la humanidad como cualquier otra tierra. Sin mirar a nadie, pero con la retina puesta en el supremacismo catalán que hace incómoda la vida de quienes no lo comparten, catalanes y no catalanes, y que trabaja con ahínco en la destrucción de la convivencia. Las casi 300 páginas de Pluma de buitre contienen muchas referencias a lo que sucede en estos momentos en Cataluña, pero no es un ajuste de cuentas. De hecho, la presencia de Barcelona es obvia, pero nunca explícita.
Pluma de buitre es un viaje al pasado del autor que incluye un homenaje a José Antonio Labordeta, su mochila, su guitarra y su país; el hombre que le surigió la idea de recorrer este camino. Y también, por qué no, a aquel otro que cantó “qui perd els orígens, perd identitat”. Es imposible leer este libro sin evocar algunos poemas escritos igualmente en la otra lengua, pero que hablan de lo mismo: “Ets filla del vent sec i d'una eixuta terra / d'una terra que mai no has pogut oblidar (…) / i encara vols morir escoltant mallerengues / coberta per la pols d'aquella pobra terra”.
La huella de cine
Aunque más que la música, incluso que la poesía, lo que influye de manera determinante en el mundo de San Agustín es el cine y, en concreto, los westerns. El escenario de las películas del Oeste es muy parecido a ese rincón oscense que es Riglos, pueblo natal de sus padres y abuelos. Los mallos que salpican su paisaje recuerdan al decorado de aquellos vaqueros de piernas arqueadas de tanto cabalgar. De ahí que el viajero que protagoniza esta novela surrealista no se despegue nunca de su winchester; de ahí que la figura de esa bisabuela, Àina O’Sullivan, le evoque a la pelirroja Mary Kate Danaher y que piense que su Blanca mañana se ha derrumbado por el abandono que ha castigado a una España con tan escasa autoestima como aficionada al garrote.
El lejano oeste y la nostalgia irlandesa, dos mundos que se conectan por los trenes, omnipresentes también en la comarca de los abuelos del autor y en los que trabajaron tanto el desconocido abuelo paterno como el materno. El ferrocarril es otra oportunidad para la imaginación de un niño que aún no sabe qué es el mundo y, mucho menos, dónde está. Todos esos elementos suman en la construcción del relato de San Agustín, una historia en la que hay muchos más elementos reales de lo que él admite: si le hiciéramos caso, solo serían el 10%.
Quizá por eso el viajero se detiene en personajes aragoneses a menudo desconocidos pero que empatan fácilmente con otros muy historiados y celebrados en lugares no muy lejanos. Es una contribución al esfuerzo del mundo cultural aragonés que reconstruye la vida y la historia de este país tan cercano y tan poco conocido, incluso para sus vecinos. La novela zarandea con frecuencia la imagen garrula que el franquismo quiso levantar de Aragón, la de la jota y el gracioso que se parodia a sí mismo, como hizo con Andalucía y el flamenquismo más barato.
Curiosamente, la editorial eligió nada menos que un relais & chateau para presentar el libro, aunque en realidad la elección no es tan curiosa. La Torre del Visco es una vieja masía fortificada del siglo XV situada en medio de la nada de la comarca del Matarraña (Teruel) que un matrimonio británico reconstruyó y transformó en hotel. El pasado editorial Jemma Markam le llevó a apoyar la actividad cultural de la tierra y a coloborar con quienes pretenden difundir la historia de Aragón.
Volver a la infancia
Ese marco --realidad, imaginación e interés por escribir la verdadera historia-- sirve a San Agustín para recuperar a su abuelo Rafael, que no conoció y cuya biografía le fascina, alimenta su imaginación, y le desconcierta por sus contradicciones. La vida, sobre todo cuando la repasa un pesimista, no es coherente, es solo la naturaleza luchando por sortear una adversidad que hace de todos nosotros unos perdedores con el destino escrito, aunque solo unos pocos lo sepan.
Por eso precisamente el único refugio es la infancia, Rosebud, un mundo feliz aunque sea levantado con la fantasía que permite hacer frente a la vejez como un hombre; sin soltar una lágrima.