La pregunta sobre la capitalidad cultural de Barcelona no es nueva. Todo lo contrario. Desde el inicio del procés –inicio que tiene diferentes fechas dependiendo del interlocutor– y, más en concreto, desde el 1-O, la pregunta de si Barcelona ha perdido capitalidad literaria y cultural ha ocupado las páginas de más de un periódico. Sin embargo, esta cuestión no está tan clara. Hace algunos meses, en una entrevista en #LetraGlobal, el spin off cultural de Crónica Global, el editor Miguel Aguilar, participante de la primera mesa redonda celebrada ayer sobre esta cuestión en el Liceu, afirmaba que “Barcelona, pese al procés, aguanta como capital editorial en español” y apuntaba a que en cuanto a industria editorial se refiere “la rival de Barcelona no es Madrid; es México DF, es Buenos Aires”. ¿Está entonces en juego la capitalidad cultural y literaria de Barcelona?
Tal y como afirma Societat Civil Catalana, que organizó junto al CLAC un acto para debatir esta cuestión, existe la idea de que Barcelona “debería volver a ser vanguardia de la cultura”. Por tanto, parten de la certeza de que, de alguna manera, la Ciudad Condal ha perdido su impulso cultural. Si bien el punto de partida de ambas entidades era más una aseveración que una pregunta, la primera mesa redonda se convirtió en un foro de debate en el que hubo espacio para los matices y también para el disenso. Andreu Jaume, director del CLAC y moderador de la mesa, comenzó recordando una carta de Paul Valery, cuyo original posee el profesor Jordi Llovet, en la que, tras una visita a Barcelona en 1924, describe la ciudad condal como un puerto que piensa. ¿Sigue siendo Barcelona ese puerto pensante?, preguntó Jaume.
En gran medida, lo sigue siendo, sobre todo para la periodista y novelista Llucia Ramis, que recuerda que de “Barcelona es Bayona, el director de uno de los taquillazos del momento”, de Barcelona también es Rosalía, “que tuvo gran éxito en el Sónar y está llamada a ser la nueva Lola Flores”. Por lo que se refiere a los libros, recuerda Ramis, “Dan Brown eligió Barcelona como escenario de su última novela, como ya lo habían hecho Zafón y Falcones. Yo voy cada semana a tres actos y me faltan días, porque hay muchas presentaciones y actos cada semana. En Barcelona, además, tenemos el salón del cómic”. En definitiva, “Barcelona no lo está haciendo tan mal. La cuestión es que puede que estemos haciendo mal la pregunta. ¿Cuál es error? Buscar en Barcelona solamente la cultura que nos representa, excluyendo aquella que no consumimos, olvidando que incluso aquello que no consumimos nos define culturalmente".
A raíz de las palabras de Ramis, Vila-Sanjuán opta también por el optimismo, recordando que, a lo largo de muchos siglos, Barcelona ha sido una ciudad con una gran inercia cultural, si bien obviamente cada década tiene sus puntos fuertes. “En los 50, Barcelona fue una capital del arte, con la presencia del Dau al set, con Tàpies y con las vanguardias. En los 60, Barcelona fue capital de la literatura de primer nivel: Juan Marsé publicó Últimas tardes con Teresa y Pere Gimferrer, Arde el mar; fue la década del boom. Además, fue también una capital fotográfica, puesto que aquí había fotógrafos de primer nivel como Maspons. Los setenta fue la década de la contracultura, de los festivales, del cómic, de la literatura de vanguardia… En los 80, Barcelona se convierte en la capital del diseño y la arquitectura”.
¿En la actualidad? Como es obvio, comenta Vila-Sanjuán, “hay corrientes que siguen unos y otros”; el libro sigue teniendo una importancia capital, importancia que tiene sus orígenes a mediados del XIX, cuando se fundaron editoriales como Montaner i Simón o Espasa. ¿Qué ha perdido Barcelona? “En los 60 Barcelona era la capital de la publicidad con gente como Pomés o Rodés”; esta capitalidad se ha perdido, porque “en buena medida se ha ido a Madrid. A diferencia que en los 50, Barcelona ya no es la capital del cine. Hay aquí una muy buena escuela de cine, el ESCAC, pero no hay producción”.
Los representantes políticos participantes en el debate 'Barcelona, capital cultural' / CLAC
Vila-Sanjuán invita al optimismo, un rasgo que no siempre ha definido a los intelectuales catalanes. Ejemplo de ello es Azúa, que, en 1980, escribió un artículo en el que comparaba a Barcelona con el Titanic. Doce años más tarde, los Juegos Olímpicos desmentían esa predicción. ¿Se han perdido cosas? Claro, concluye Vila-Sanjuán: “Hemos perdido fuerza en el arte, una fuerza que ahora ostentan ciudades como Málaga o Bilbao; la oferta artística de Barcelona no es de nivel europeo. También se ha perdido en el teatro, sobre todo en comparación con Madrid: aquí no hay equipamiento y la creatividad del teatro necesita equipamientos como el arte necesita compromiso político”.
En sintonía con el director del suplemento Culturas, Miguel Aguilar también optó por poner como ejemplo las ciudades de Bilbao y Málaga, que “son ciudades gobernadas y que apuestan por la cultura como constructora de la ciudad y para generar ingresos. Barcelona no necesita hacer nada para que la gente venga y esto ha desalentado la apuesta por la cultura”; esto ha provocado que, actualmente, “falte conciencia de la importancia que tiene la cultura. No estamos tan mal”, comentó también positivamente Aguilar, si bien “ha habido un intento de construir una narrativa según la cual Barcelona era como el Titanic”.
Menos positivo se mostró Lluís Bassets, quien comenzó su intervención subrayando una idea clave: “La cultura es también política”. Para el periodista de El País, la actual situación cultural de Barcelona no se puede entender si un análisis político, puesto que lo que le falta a la Ciudad Condal es “lo mismo que le falta a Cataluña. Ya lo dijo en sus memorias Josep Maria Bricall: lo que necesita Cataluña es que sea gobernada. "Ahora mismo, necesitamos un gobierno metropolitano, porque Barcelona no es una ciudad pequeña, debe ser una gran ciudad catalana, española, europea y no lo es porque no está gobernada” y, en parte, porque no se ha querido.
Bassets recuerda que, cuando era ministro de cultura, Solana le propuso a Bricall convertir el Liceu en el gran edificio de la ópera español; sin embargo, Pujol no quiso. “Sin Barcelona, Cataluña no tiene demografía, industria, vitalidad cultural, ni lengua... El origen del catalanismo es Barcelona y el futuro del catalanismo plural es Barcelona”, sin embargo, sostuvo Bassets, “hay miedo de enturbiar el tema del procés, si bien Barcelona es el lugar de superación de procés, es el lugar de superación de los problemas identitarios que hay. El futuro del mundo global son las ciudades y en España hay dos: Madrid y Barcelona”.
El tono menos optimista de Bassets terminó contagiando a los demás participantes, que se mostraron bastante críticos con las políticas culturales. Llucia Ramis hizo hincapié en la cuestión del turismo --“Siempre se dice que cuanto más turismo mejor, pero ¿en qué sentido? ¿es mejor para los habitantes? ¿cómo afecta la cultura?--, subrayando la importancia de que Barcelona debe aspirar a ser una ciudad cosmopolita y no una ciudad turística. En las ciudades turísticas no existe cultura, pero sí en ciudades cosmopolitas como París, Nueva York, Londres... El peligro de Barcelona es que corre el riesgo de venderse muy barata". Vila-Sanjuán se mostró muy crítico con Trias, para el cual “había que moderar el cosmopolitismo de Barcelona”.
Por el contrario, subrayó Vila-Sanjuán, “es necesario que Barcelona recupere el reto de ser capital cultural de España, porque si solo compite con Vic o Tarragona, la batalla está ganada de antemano” y recordó que, tras la declaración de independencia, Planeta decidió trasladar su sede fiscal: “Por ahora, este cambio de sede no ha tenido grandes efectos, pero ¿en el futuro? Hay que estar atentos, porque había otras editoriales que, si las cosas no cambiaban, estaban también dispuestas a irse”.
Ante esta situación, Bassets volvió a hacer hincapié en la cultura: “Para que Barcelona sea auténticamente Barcelona necesita una inversión española”, sin embargo, los partidos políticos han hecho política solamente desde Madrid. “González pactó con Pujol para que uno pudiera gobernar tranquilamente en Madrid y el otro tranquilamente en Cataluña”. Sin embargo, es necesario que los partidos comprendan “que, para construir un relato moderno en España, un relato democrático y constitucionalista hay que contar con Barcelona”.
Los participantes de la primera mesa terminaron por tirar el guante a los responsables políticos, que no tardaron en recogerlo en la segunda mesa, en la que Andreu Jaume moderó a Marilén Barceló, regidora y portavoz del Grupo Municipal de Ciudadanos, Jaume Collboni, Regidor y presidente del Grupo Municipal del PSC, y Àngels Esteller, diputada del PP en el Congreso por Barcelona”. Mientras que en el primer debate hubo espacio para la confrontación de ideas, en esta segunda mesa fue casi imposible, en parte, por la uniformidad de los discursos, debido a que no estaban ni los comunes, que no aceptaron la invitación, ni tampoco los otros partidos del espectro independentista y, en parte, porque las intervenciones de los participantes tuvieron más de presentación y promoción de sus programas electorales con vista a las futuras elecciones municipales que de reflexión.
Collboni abrió el turno de palabra, recordando su proyecto de reconocer a Barcelona como co-capital cultural de España, sin embargo, “no hubo voluntad. Todo lo contrario, hoy el nacionalismo tiene la voluntad de convertir Barcelona en la capital de Cataluña”, comentó Collboni, que retomó las palabras de Trias citadas anteriormente por Vila-Sanjuán para subrayar la voluntad de "oponer al carácter cosmopolita y abierto de Barcelona un carácter ortodoxo y nacionalista”. Durante la legislatura de Zapatero, recordó Collboni, se firmó un convenio que reconocía la co-capitalidad de Barcelona, pero ese convenio tuvo un recorrido corto. Y, si bien se intentó retomar con el Partido Popular, fue inviable una vez que el PSC salió del gobierno del Ayuntamiento de Barcelona.
Los asistentes al acto Barcelona, Capital cultural /CLAC.
Por su parte, Àngels Esteller también hizo referencia a Trias a su voluntad de reducir el cosmopolitismo, voluntad resultado de “una política que quiere subordinar toda la política al nacionalismo y convertir la cultura en un arma política”. A pesar de ello, “claro que Barcelona es una capital cultural de España”, pero es necesario reconocerlo y, para ello, “como ayuntamiento, necesitamos más presencia del Estado y, sobre todo, más barcelonismo y menos nacionalismo. No puede ser que haya una cultura intervenida, subordinada a la política”, prosiguió Esteller, que, como Collboni, citó el Born Centro Cultural, del que había sido director Quim Torra, como ejemplo de la subordinación cultural a los planteamientos independentistas.
Marilén Barceló, de Ciudadanos, suscribió gran parte de lo afirmado por sus compañeros de mesa: “Barcelona es, por supuesto, una capital cultural. Siempre ha sido capital abierta, universal... pero muchas veces ha dejado de serlo”, para que no sea así, “la cultura no debe estar en manos de una cultura partidista o del gobierno de turno”, comentó Barceló que también citó el Born Centro Cultural, “que debería ser el centro de la cultura barcelonesa y no el mausoleo independentista que es”. De ahí, que Barceló hiciera hincapié en la necesidad de una cultura “no ideológica”, una cultura entendida como “herramienta de transformación, que permite fomentar la capacidad crítica”.
Los tres participantes se mostraron críticos con el actual equipo de gobierno, que Barceló no dudó en definir como el “gobierno de las ocurrencias”, y propusieron medidas, en cierta medida, muy afines, puesto que todas iban encaminadas a crear una red metropolitana --Collboni recordó el éxito del Festival de danza metropolitano-- que no solo incorporara a la vida cultural los municipios próximos a Barcelona, sino que permitiera la creación de nuevos espacios para el arte y la cultura, desde salas de exposiciones, bibliotecas, fábricas de creación o teatros. Para ello, Esteller subrayó la importancia de crear y fortalecer la red empresarial vinculada con la cultura y, para ello, promover no sólo la iniciativa pública, sino también la privada. Asimismo, todos estuvieron de acuerdo en que Barcelona debía convertirse en una ciudad de turismo cultural.
El acto lo cerró José Rosiñol, presidente de la Societat Civil Catalana, quien definió el momento histórico actual como un momento crucial para convertir a España, “uno de los países europeos más complejos”, en un referente para Europa. Al final, lo que quedó claro es que Barcelona no es un Titanic. Su potencialidad cultural es enorme, pero la pregunta es hasta qué punto los políticos, los presentes y los ausentes, son capaces de evitar que la ciudad choque contra un iceberg que, independientemente de cómo se le llame, todos parecen vislumbrar a lo lejos.