Andrés Trapiello inauguró ayer en el Centro Libre de Arte y Cultura (CLAC) el ciclo de conferencias "Don Quijote en Barcelona", dirigido por el crítico y editor Andreu Jaume, que tendrá lugar a lo largo de todo el mes de abril en el Archivo de la Corona de Aragón de Barcelona, donde todavía se puede ver, aunque por pocos días, la exposición Este que veis aquí… Cervantes en Barcelona, donde se exponen 41 piezas originales, entre las cuales destacan siete testimonios autógrafos. En la ciudad del “mar alegre, tierra jocunda, aire claro”, el ciclo de conferencias, en el que, además de Trapiello, también participarán Ignacio Vidal-Folch, Javier Cercas y el propio Andreu Jaume, estará dedicado a la presencia del personaje cervantino –imposible hablar de Don Quijote en pasado– en la ciudad y a la relación, llena de interrogantes –las dudas sobre si Cervantes visitó realmente Barcelona son muchas–, de su autor con la capital catalana, “archivo de cortesía”, en palabras del propio Cervantes.
“A mí no me interesa demasiado si Cervantes estuvo o no en Barcelona, de lo que no hay duda es que Don Quijote sí que estuvo”, comentó Jaume, quien recordó que el desvío a Barcelona no es algo anecdótico simplemente motivado por el libro de Avellaneda –“Barcelona debería hacer una estatua a Avellaneda, gracias a él, Cervantes aleja a Don Quijote de Zaragoza y lo lleva hasta Barcelona”, comentará poco después Trapiello–, sino que es crucial en cuanto es la primera vez que el género de la novela irrumpe en esta ciudad. “Hemos querido que sean tres escritores los que vengan a hablar sobre El Quijote y Barcelona precisamente por este motivo”, comenta Jaume, para quien el testimonio de los escritores no solo permite rastrear la continuidad cervantina dentro de la novela, sino también indagar sobre cómo estos escritores se han enfrentado al legado de una novela tan seminal como es la obra magna de Cervantes.
El editor y traductor Andreu Jaume fue el encargado de presentar al escritor leonés/LENA PRIETO.
No es casual que el ciclo comience con Trapiello, autor que se ha enfrentado directamente con la obra cervantina. Como recordó Jaume, no solo escribió una continuación de El Quijote, sino que recientemente ha publicado su traducción al castellano actual. “En la literatura española hay mucho celo a la hora de enfrentarse a los clásicos, que se consideran intocables y, por ello, hay muchas obras encerradas en sí mismas”, aseguró Jaume, para quien el gesto de Trapiello es "muy interesante”, pues saca de ese encierro las obras y, podría decirse, les da vida, relativizando la idea de una literatura cosificada.
“Cervantes me ha tenido muy ocupado a lo largo de toda mi vida”, confesó Trapiello, un interés que, en gran parte, nace de los textos de Martín de Riquer, quien mejor que nadie analizó la relación de Cervantes con Barcelona. Como para Andreu Jaume, para Trapiello poco importa si Cervantes paseó por ella. El escritor leonés considera que la relación entre el autor y dicha ciudad es fruto de los mitos que, a lo largo de la historia, se han ido forjando alrededor del manco de Lepanto. “Los mitos se forjan en los tiempos y para los tiempos y es, en concreto, en el XIX cuando se fragua la leyenda de que Cervantes pasó por Barcelona” y se fragua también el mito del propio Cervantes, puesto que durante el XIX no solo se “hace de Don Quijote una figura romántica”, sino que se hace de Cervantes “un hombre perseguido por su destino, con una vida desdichada”.
Según Andreu Jaume, en la literatura española hay mucho celo a la hora de enfrentarse a los clásicos, que se consideran intocables y, por ello, hay muchas obras encerradas en sí mismas
De Cervantes se han dicho muchas cosas, sobre todo desde el XIX, cuando apareció la hipótesis de que era judío, hasta la década de 1970 cuando, “durante la ola de liberación sexual, se llegó a decir que era homosexual”, apunta Trapiello, para quien “la prueba de que los mitos y las leyendas nacen en el momento adecuado”, cuando el tiempo histórico los requiere, “es que ahora Cervantes es catalán. La realidad tiene poco que ver con estos mitos y lo cierto es que nos creemos los mitos más que la realidad: paseas por Barcelona y te crees que ahí donde está la placa estuvo realmente la imprenta por la que pasó Cervantes de la misma manera que, cuando vas a Santiago de Compostela, te crees que ahí está el sepulcro del Apóstol, pero todo es mentira”.
Más allá de mentiras y verdades, de lo que no cabe duda es que poco se sabe de Cervantes y, sin embargo, mucho de Don Quijote, que “para muchos tiene mucha más entidad ontológica que el autor”. ¿Por qué gusta tanto El Quijote? ¿Por qué esta empatía con su protagonista? Para Trapiello la respuesta es fácil: “Cuando hablamos de El Quijote no estamos hablando de una novela, sino de una biografía. La diferencia es importante: al contarnos un año de la vida de Don Quijote, el escritor nos cuenta la vida de un hombre”. Sin embargo, esta vida que todos conocemos –es difícil encontrar a alguien que, ni que sea sumariamente, no conozca la historia del hidalgo y de Sancho– no es tan leída como se pudiera imaginar, si es que así se imagina. Esto tiene que ver, apuntó Trapiello, con la dificultad que para muchos lectores supone la lengua de Cervantes, una dificultad de la que él fue consciente tras publicar Al morir don Quijote, pues durante la promoción “muchos me decían: ‘Tras leer su libro, me entraron muchas ganas de leer El Quijote, pero cuando lo hice me di cuenta que no era como su novela. El Quijote es muy complicado”.
Trapiello, visto en 'sfumato', durante su conferencia sobre Cervantes/ LENA PRIETO.
Los comentarios de los lectores fueron los que empujaron a Trapiello a dedicar 14 años a la traducción de la obra de Cervantes. Sin embargo, ya con Al morir don Quijote y, tiempo después, con El final de Sancho Panza y otras suertes, el escritor y ensayista tuvo que enfrentarse al tema de la lengua: ¿escribir estas continuaciones en la lengua de Cervantes o no? “Escribí estos libros utilizando una lengua sencilla, legible, sin pastiches y sin intentar emular, como hacen en El ministerio del tiempo, del que solo he visto medio capítulo”, comenta Trapiello, para quien lo esencial es hacer que la obra de Cervantes sea comprensible y, por tanto, accesible a todos los lectores.
“A lo largo de la historia, se han hecho muchas continuaciones de El Quijote, pero siempre se ha tratado de emular la lengua cervantina. El primero que escribió con su propia lengua fue Azorín: el mundo que narra es el mundo de Cervantes, el sentido de su texto es el sentido de Cervantes, pero el léxico es su léxico moderno”. En este sentido, Trapiello sigue la estela de Azorín, defendiendo, como hizo ayer, la idea de que casi toda la literatura se ha leído siempre en traducción: “La extensa mayoría de nuestra cultura es cultura de traducción. Leemos a Homero en nuestra lengua y no en griego. Todo lo que leyó Shakespeare lo leyó en inglés, no es latín ni en ningún otro idioma” y es que, concluye Trapiello, “tenía razón Goethe cuando decía que el esfuerzo que requieren ciertas lenguas no vale la pena si se cuenta con buenas traducciones”.
Trapiello: 'El Quijote' debería leerse como cualquier otra novela, en cuatro o seis días. Es un libro muy divertido, pero solamente si lo entendemos como lo entendían los contemporáneos de Cervantes"
Traducciones aparte, lo cierto es que todavía El Quijote es un libro tan conocido como poco leído y la prueba la tuvo, hace pocos años, el propio Trapiello cuando, junto con Joaquín Leguina, propuso al CIS realizar una encuesta para conocer cuánta gente había leído realmente El Quijote. A la pregunta ‘¿Diría usted que El Quijote es fácil o difícil?’, solo el 23% afirmó que era fácil. A la pregunta '¿Ha leído usted El Quijote en su totalidad, algunos capítulos o no lo ha leído?', la respuesta es toda una evidencia: el 42% no lo había leído y solo el 21% reconocía haberlo hecho, un reconocimiento que, sin embargo, no parecía del todo veraz a tenor de las respuestas a las siguientes preguntas. Solamente el 16% supo decir el nombre real de don Quijote y solo el 8% contestó acertadamente a la pregunta acerca del nombre verdadero de Dulcinea. Por si estos datos no fueran suficientes, Trapiello aporta algunos más: “El 35% de los encuestados reconoció no haber leído ni un solo libro en los últimos 12 meses y solo el 13% reconoció haber leído entre 6 y 8 libros en el último año”.
Estando, así las cosas, no resulta descabellado buscar las maneras de acercar la literatura a todo tipo de potenciales lectores y, especialmente, acercar El Quijote, “un libro que debe leerse por varios motivos”, concluye Trapiello, “primero porque es muy divertido, pero es muy divertido solamente si lo entendemos y, por tanto, si lo leemos de la misma manera que lo leían los contemporáneos de Cervantes, que comprendían perfectamente el texto".
Lo preferible es leerlo en su versión original, aunque no hay que excluir la posibilidad de las traducciones y, recordando las palabras de Juan Ramón Jiménez –“Quien escribe como se habla, irá más lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”– añade Trapiello, “El Quijote debería leerse como cualquier otra novela, en cuatro o seis días”. El segundo motivo por el cual vale la pena leer El Quijote es por la mirada compasiva de su autor: “En la novela hay una mirada compasiva, sentimiento de compasión hacia todos los personajes. No hay ensañamiento”. Lo paradójico, termina así Trapiello, es que “en este país nuestro que se precia mucho de ser cervantino, no lo es. España es un país cruel, más quevedesco y barroco. Quevedo lo primero que hace al ver un manco es reírse, mientras que Cervantes siempre que ve a un cojo siente piedad. La literatura española es más quevedesca que cervantina, por eso a los cervantinos nos va como nos va”.