Jorge Bustos (Madrid, 1982) es uno de los jóvenes columnistas más reconocidos del país. A sus 35 años ha sido elegido como nuevo director de Opinión de El Mundo. Pero también él, licenciado en Literatura, ha sufrido como el resto de sus coétanos la crisis económica. Hace solo tres años estaba en el paro, y cuando tuvo trabajo cuenta que era "menos que mileurista". Pese a ello nunca ha sido una voz indignada. Todo lo contrario.
Bustos tiene varios frentes abiertos: Podemos, el nacionalismo catalán y los que le acusan de una prosa cipotuda, que sería una mezcla de un estilo rimbombante y de virilidad exacerbada. Es precistamente este mismo concepto el que da nombre a su nuevo libro, Vidas cipotudas, en el que el autor mira con dulzura ese carácter cabezón y poco refinado tan español que "los nacionalismos autóctonos" y la "propaganda extranjera" convirtieron en leyenda negra.
--Respuesta. El libro sólo es una defensa de España en la medida en que es un aproximación admirativa, a veces patidifusa, a los propios españoles. Yo he escrito este libro con la boca abierta. ¿Cómo pudimos ser tan desaforados, tan insensatos, tan geniales? Hablar mal de nuestra historia, aparte de un alarde de pereza intelectual, es la máxima expresión de cipotudismo: solo un cipotudo calderoniano, quijotesco, de un arrogante idealismo, cae sistemáticamente en el desprecio infundado de lo propio. Quien solo advierte los defectos es porque tiene complejo de austria menor. Al austria menor todo le parece decadencia...
--¿En ese ejercicio que hace de revisar la historia común española y, en comparación con el presente, cree que desde el resto de España se ha perdido ese complejo de inferioridad respecto a una Cataluña supuestamente más culta y avanzada?
--A los que hemos nacido en Madrid de 1982 en adelante, de ese complejo de inferioridad solo hemos tenido noticia por Los Serrano, donde las mujeres sofisticadas venían de Barcelona y la limpiadora de Andalucía. Pero vamos, yo en la vida real no he sentido jamás complejo hacia Cataluña --hacia nadie en general, la verdad--, ni creo que ya nadie de mi generación, haya nacido en Málaga o en Toledo. Eso debería hacer reflexionar a los mitógrafos de la raza superior y del oasis devenido charca del 3%, pero a los demás nos importa poco. El nacionalismo es involución, olor a pedo propio bajo las propias sábanas. Los demás preferimos el aire fresco.
El nacionalismo es involución, olor a pedo propio bajo las propias sábanas. Los demás preferimos el aire fresco
--¿Este “empecinamiento español”, al que usted mira con cierta nostalgia, ¿no es la misma cabezonería que hace que Europa no entienda por qué Rajoy y Puigdemont no hablan?
--Ojo. No lo miro con nostalgia sino con ternura, que es distinto. Yo digo en el libro que menos mal que no somos ya como éramos: hemos progresado, ya no necesitamos hacer las cosas por cojones y a solas, si es que en verdad las hicimos así alguna vez. Ahora, cómo no admirar el coraje solitario aunque lleve al precipicio. Nada que ver con la actitud de Puigdemont, un español prototípico de nuestro tiempo, un pícaro de su propia supervivencia que nos lleva al precipcio sin mostrar por el camino ni un ápice de valentía. El cipotudismo indepe solo es españolismo degenerado, una carlistada por Instagram.
--¿El hecho de que Puigdemont siga impune en Bélgica es un fracaso de Europa o de España?
--De Europa más bien, porque España hasta la fecha ha cumplido con sus leyes y con los tratados europeos. Pero Europa tiene un problema si su capital sirve para cobijar impunemente a golpistas decimonónicos y yihadistas medievales.
Manifestación a favor de la independencia de Cataluña / EFE
Europa tiene un problema si su capital sirve para cobijar impunemente a golpistas decimonónicos y yihadistas medievales
--En el pasado se ha estudiado el papel y los errores de los intelectuales en todas las etapas. ¿Cuál es la responsabilidad de los intelectuales en la actual eclosión populista?
--Es absoluta, claro. Como antaño en la propagación del totalitarismo fascista o comunista. Decía Mises que el peligro del comunismo no eran los tanques de Stalin sino los profesores de Occidente, enganchados al opio marxista. El populismo es la enésima droga que, como la cocaína, agarra primero a los que tienen posición, tiempo y dinero para dedicarse a consumirlo, en lugar de estar currando en el sector privado o vareando aceituna y pagando sus impuestos.
--En su libro habla de la figura de Amancio Ortega. Contrasta con las críticas que Podemos o Gabriel Rufián han lanzado contra el fundador de Inditex… ¿A qué se debe su elección?
--La pregunta, más bien, sería cómo no elegir a un tendero de pueblo que conquista la cima de Forbes vendiendo ropa. Que la izquierda se meta con él es tan natural como que los creacionistas se metan con Stephen Hawking. La vida de Amancio Ortega refuta punto por punto todo el montaje de la visión de clase en el siglo XXI.
Imagen de Jorge Bustos / JEOSM
--Define a los independentistas como “una cuadra de mamones alimentados por la teta-nación” dispuestos a repetir el siglo XX, pero como una farsa. ¿Cree que el desafío independentista y los movimientos populistas de Europa son un farol?
--De las elites desde luego: ya están mandándole mensajes secretos al Gobierno de negociación, cuando no súplicas desesperadas de ayuda para deshacerse del loco bruselense y volver al fértil enjuague que prolongue su colocación y el pasto en el Presupuesto. En cuanto al pueblo que los vota, no dudo de que su ignorancia y fanatismo sean sinceros: si es por ellos iríamos a la guerra a desahogarnos todos contra todos. Pero para eso deberían estar los líderes ilustrados europeístas: para educar los bajos instintos. Veremos si Macron lo logra.
--Una de las figuras elegidas es Tarradellas. Dice que la historia hubiera sido distinta de imponerse su legado y no el de Pujol. Ahora parece fácil darse cuenta de esto, pero durante décadas Pujol fue visto como leal al Estado e incluso fue elegido español del año por el 'Abc'. ¿Han sido ingenuos o necios los poderes del Estado respecto a los nacionalismos regionales?
--Han querido creer, han querido engañarse. El catalanismo era como el caimán que Jesús Gil se empeñó en domesticar, pero que al final tuvo que entregar al zoo porque el animalito se puso imposible. Y ojo que quien sale peor parado de la comparación no es el catalanismo, sino el bipartidismo. Pero la lealtad es una virtud moral, un pacto entre caballeros, y desde Maquiavelo sabemos que los príncipes no son caballeros. Así que de la lealtad, a partir de ahora, se encargará el Supremo.
El catalanismo era como el caimán que Jesús Gil se empeñó en domesticar, pero que al final tuvo que entregar al zoo
--Su artículo 'Retrato de un indepe' causó gran malestar entre los independentistas. ¿Sigue defendiendo sus palabras o cree que simplificó algo mucho más complejo y transversal?
--He releído la columna y me parece floja, la verdad. No entiendo cómo Gaby Rufián se ofendió tanto. El independentismo será todo lo transversal que quieras, pero cabe en la mitad de espacio que esa columna. El deseo de ser y tener más que el vecino es una pulsión muy vieja y suficientemente tratada, y ninguna columna mía va a mejorar el relato bíblico de Caín y Abel.
--Usted está ahora dirigiendo la sección de opinión de 'El Mundo'. ¿Cuál es su objetivo para esta etapa?
--Mi objetivo es sencillo y a la vez arduo: lograr que se lea íntegra. Que despierte el suficiente interés para que la gente se pare en cada columna, en cada editorial, en cada tribuna. Los columnistas funcionan solos, más allá de avizorar fichajes y evaluar bajas, lo que me lleva a un permanente estado de vigilancia para otear talento; a ser posible talento fresco: no negaré cierto prurito generacional, pero para eso me han puesto a mí y no a un perfil gerontocrático.
--¿Algunas novedades?
--Ahora por ejemplo hemos creado una sección de postales de nuestros corresponsales que está funcionando realmente bien. Las tribunas en cambio dan mucho trabajo: la selección plural -he publicado a políticos de PP, PSOE, Cs y Podemos-, el encargo, sobre todo la denegación: gasto muchísimo tiempo en decir que no -me llegan cientos al mes, y de gente de élite-, operación fundamental para luego poder decir que sí. Pero de lo que más me ocupo es de los editoriales, que estoy sometiendo con ayuda de mi equipo a un proceso de inteligibilidad. Se acabó ese lenguaje retórico que denunciaba Orwell, esas frases hechas y esa profusión de subordinadas: hay que opinar recto y claro, con todos los matices pero con toda la fuerza. Se nos siguen escapando muletillas, pero confieso que mi mayor alegría en esta etapa ha sido aquel editorial de Forcadell (Y al fracaso se sumó el deshonor) que se colocó como lo más leído del día El Mundo. Eso, con un editorial, no había pasado nunca. La respuesta de los lectores está siendo buena, y la de los jefes también. Así que solo me quejo de que ya no tenga un minuto libre al día para hacer absolutamente nada. Por lo demás, todo genial.
--Usted es joven, ocupa un cargo importante y se le puede considerar conservador. ¿Se considera un 'rara avis'?
--Solo me considerará conservador quien no me haya leído. O quien me haya leído con las entendederas deformadas por la propaganda binaria del populismo que patrulla Twitter. Lo que me sucede es que, a diferencia de la mayoría, jamás he sentido un especial respeto por la izquierda española. Qué le voy a hacer. No he necesitado practicar genuflexiones preventivas a sus tópicos. Eso de la superioridad moral yo siempre la he sentido al revés, porque veía que tenía más lecturas que mis adversarios, y entiendo que semejante insolencia cause algún modesto rechazo. Pero lo cierto es que los conservadores me matan de tedio y los marxistas me matan del susto. Comprendo que genere cierta sorpresa que un joven periodista español no haga carrera impostando compromisos tremebundos, sino saludando lo bueno que tenemos y pidiendo reformas para lo demás. Cuando era menos que mileurista o estaba en paro --hace solo tres años-- defendía el sistema liberal tanto como ahora, que me va mejor. Toda mi originalidad se reduce a perseguir una cosa muy elemental: que tu vida sea coherente con tu pensamiento.