Título original: Antonio Vega. Tu voz entre otras mil
Año: 2014
Duración: 124 min.
País: España
Director: Paloma Concejero
Guión: Paloma Concejero
Música: Antonio Vega
Fotografía: Juan Carlos Concejero
Reparto: Documentary, Antonio Vega
A pesar de que el cine nació como un instrumento para captar la realidad, y ha de recordarse que la primera película es la salida de unos obreros de la fábrica, no pasó mucho tiempo antes de que creadores de genio como George Méliès advirtieran las infinitas posibilidades que ofrecía para la creación artística. Ese primer impulso documental, sin embargo, se ha mantenido, con mayor o menor presencia en las pantallas, desde sus inicios. Nadie puede discutir que Man of Aran, de Robert Flaherty, por ejemplo, sea una de las joyas del séptimo arte, y que sus aciertos visuales no hayan influido poderosamente en un buen número de directores, como John Ford, por ejemplo, en Las uvas de la ira, pongamos por caso, del mismo modo que directores a medio camino entre el documento y la ficción, como Eisenstein, influyeron, sin duda, en Flaherty.
Lo evidente es que vivimos en nuestros tiempos un auge del género, y no pocos documentales recientes han alcanzado éxitos de público impensables cierto tiempo atrás, como es el caso de Bowling for Columbine, de Michael Moore, la muy reciente Searching for Sugar Man, cuyo director, por cierto, Malik Bendjelloul, acaba de suicidarse hace unos días, o la impactante Inside Job, de Charles Ferguson, que diseccionó espectacularmente las miserias del capitalismo contemporáneo que gestaron la última y terrible crisis de la que aún no hemos salido, esa misma que, desde la vertiente de la ficción desnudó con absoluta eficacia y contundencia, y con un tono inequívoco de documental, Costa-Gavras en El capital.
La película documental que se acaba de estrenar, Antonio Vega. Tu voz entre otras mil, tiene un subtítulo bien poco inspirado, la verdad, porque le resta al biografiado la inquietante singularidad que lo define. La ambigüedad de ese subtítulo: rescatar y privilegiar, por un lado, su voz entre las muchas que contribuyen a escribir su historia, y, por otro, el pálido intento de singularización en el contexto de una época como la famosa movida madrileña, no es una dicotomía que le haga justicia. La película se estrena con la oposición de su familia, que ha querido ver en ella una visión excesivamente parcial de la vida de Antonio Vega, un artista que buscó en la drogadicción una vía de evasión de la dificultad de adaptación a la realidad que siempre lo dominó. La realidad era demasiado extraña para este músico y poeta que nos ha legado algunas de las más bellas canciones que nos quedarán de esa época compleja y peligrosa que fue la movida madrileña de los primeros años de los 80. La directora no ha querido hacer una hagiografía, que es lo que quizás le hubiera gustado a la familia, sino una biografía sincera que no escondiera nada de la dura vida de su biografiado y que le concediera la exacta importancia que reamente tuvo en su vida ese take a walk on the wild side del frágil artista. La evolución física que muestra la película es estremecedora a ese respecto.
La película se estructura, al modo tradicional de las biografías que mezclan materiales de archivo y entrevistas a las personas que convivieron con él y que tuvieron un contacto privilegiado. En términos generales hay una adecuada selección de personajes, desde los familiares hasta amistades o parejas del artista, que permite al espectador no solo seguir con interés la aventura biográfica del personaje, sino hacerse una idea clara del momento histórico en que se desarrolló esa vida llena de claroscuros. Destaca la aparición del protagonista de Arrebato, de Iván Zulueta, Will More, de nombre civil Joaquín Alonso Colmenares-Navascúes García-Loygorri de los Ríos, quien junto con su hermana Carmen interpretan lo que podría considerarse una breve performance de cine de terror, al estilo del duelo interpretativo de Qué fue de Baby Jane? entre Bette Davies y Joan Crawford.
El proceso de degradación física contrasta, sin embargo, con la capacidad creadora que mostró el cantante en sus últimos años, cuando alumbró canciones como las contenidas en el que a mí me parece su mejor álbum: De un lugar perdido, de 2001, donde hay piezas de un lirismo y una fuerza musical tan espectaculares como A medio camino, Seda y Hierro o A trabajos forzados, ésta última sobre un maravilloso soneto de Antonio Gala. Ello no obsta para que junto a éstas, canciones como El sitio de mi recreo o Se dejaba llevar por ti contribuyan a completar un repertorio que convierten a Antonio Vega en un músico cuya figura irá engrandeciéndose con el paso de los años para ocupar un lugar privilegiado en la historia del pop español de todos los tiempos.
El espectador que contemple ese proceso de degradación, dramáticamente contrastado con las innumerables películas familiares que solía rodar el padre del artista, y que llegan hasta la juventud del protagonista, no dejará de pensar en una película como El desencanto, de Jaime Chávarri y en un personaje, el poeta Leopoldo María Panero, recientemente desaparecido, y cuyas últimas imágenes provocan el mismo escalofrío de horror que las de la consunción del cantante, figura maldita probablemente a su pesar, porque su conflicto con la vida tiene una raíz metafísica que él explica a la perfección en las grabaciones que sirven de hilo narrativo a la película, hechas por su biógrafo, Juan Bosco: "el mundo se me queda pequeño", confiesa un Antonio Vega adicto, además de a los paraísos artificiales, a la astronomía, del mismo modo que, de joven, lo fue a alpinismo como contacto extremo con la naturaleza, a la que, como él confiesa, "abrazaba" en aquellas ascensiones, luego sustituidas por otros viajes de tenebrosos efectos colaterales.
La vida de Antonio Vega es una muestra triste del dramático tributo que la inadaptación a la vida corriente de quien ha nacido con un don artístico ha de pagar a cambio de legar a los demás un obra inmortal. No, no es una voz más entre otras mil, la de Antonio Vega, sino la voz única de un músico y poeta inconmensurable. Con el recuerdo de su memorable concierto en el Palau de la Müsica en 2006, apenas dos años después de haberse muerto su compañera, Marga, el amante de su obra, este crítico, no sale satisfecho de la contemplación de la película, sino embargado por la tristeza infinita que siempre provocan los procesos de autodestrucción de artistas de su categoría.