Un acto tan habitual en Europa como tomar un vaso de leche no es nada común en otros lugares del mundo, como Asia. Un estudio publicado en 2009 reveló que la tolerancia a la lactosa desarrollada por los europeos se produjo hace más de 7.500 años.
Los científicos tenían una sola hipótesis para justificar esta tolerancia: los antiguos pastores neolíticos necesitaban adquirir vitamina D para procesar el calcio y evitar enfermedades mortales como el raquitismo.
Ahora, investigadores europeos acaban de probar que la hipótesis de la vitamina D es válida para los habitantes del norte, pero no en los del sur del continente, según un artículo que publican en en la revista Molecular Biology and Evolution y en el que han participado los científicos españoles Juan Luis Arsuaga catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y José Miguel Carretero de la Universidad de Burgos.
Al analizar ADN de la cueva de Portalón, en el yacimiento de Atapuerca (Burgos) de hace 3.800 años, los científicos comprobaron que nuestros antepasados ibéricos no tenían el gen que les permitía digerir el azúcar de la leche. Sin embargo, los actuales europeos del sur toleramos la lactosa.
La mayoría de los pastores ibéricos de la época no eran tolerantes a la lactosa, pero sí podían consumir fermentados lácticos, como queso o yogur, ya que la fermentación convierte gran parte de la lactosa en grasas digeribles. Los expertos apuntan a que en épocas de hambruna, cuando las cosechas no eran suficientes, se vieron obligados a comer más alimentos procedentes de la leche.
Según esta hipótesis, este cambio en la dieta provocó fuertes episodios de diarrea y otras dolencias –síntomas de la intolerancia a la lactosa– que en personas con problemas de nutrición podían ser graves e incluso mortales. Los autores del estudio creen que el proceso de selección natural permitió desarrollar la persistencia de la lactasa –la adaptación que permite tolerar los azúcares de la leche– en regiones como la península ibérica.
Una selección natural
“Nuestra investigación demuestra que estos genes se desarrollaron gracias a una selección natural. Estos resultados debilitan la teoría de la asimilación de calcio, ya que algo más produjo esta mutación genética”, explica a Sinc Oddný Sverrisdóttir, investigadora del departamento de Biología Evolutiva de la Universidad de Uppsala (Suecia) y una de las autoras del estudio.
La teoría establecida hasta el momento defendía que la tolerancia a la lactosa europea se produjo como respuesta a la necesidad de los antiguos pobladores neolíticos del centro y norte del continente de adquirir vitamina D para procesar el calcio.
“La falta de vitamina D fue un problema importante especialmente en el norte de Europa”, detalla Sverrisdóttir. “Beber y tolerar la leche dio a los europeos una ventaja genética que se extendió rápidamente por el norte del continente”, destaca la investigadora.
Los habitantes de la península ibérica, por su parte, podrían adquirir vitamina D gracias a que estaban expuestos a los rayos UVA del sol durante más horas que sus contemporáneos del centro y norte de Europa.
Genes de Atapuerca
"Si la selección natural impulsa la evolución hacia la persistencia de la lactasa en un lugar donde las personas no tienen problemas para adquirir vitamina D, la hipótesis de la asimilación del calcio no es la única. Esa teoría puede tener cierta relevancia en el norte de Europa, pero no en todas las regiones”, defiende Sverrisdóttir.
Según los expertos, los restos de ADN de Atapuerca demuestran que la tolerancia a la lactosa se ha desarrollado de manera independiente en distintas partes del mundo gracias a otras presiones evolutivas, y no solo la necesidad de asimilar el calcio.