El secretario confederal de UGT, Pepe Álvarez (Belmonte de Miranda, 1956), lleva desde 2016 al frente del sindicato en toda España. El dirigente saca pecho de la evolución positiva de la afiliación y la repercusión de la actividad sindical, pero reconoce que los escándalos por los cursos de formación han hecho mella en la imagen pública de la organización. Respecto a revalidar el cargo en 2025, afirma que aún es pronto para tomar una decisión.
–¿Atraviesan los sindicatos una crisis de reputación?
–No, lo cual no quiere decir que estemos bien o que no tengamos que mejorar cada día. Comparados con 2016, el año en que asumí la secretaría general en la UGT, los sindicatos en España están en una situación sustancialmente mejor. En UGT hemos mejorado en representación. Tenemos unos 11.000 delegados más que en ese ejercicio y hemos crecido entorno al 15%.
–Ahora viene un año sindical movido.
–Es un año importante. Nosotros le hacemos frente con una mejora de la afiliación constante en los últimos seis años. Poco, no son crecimientos anuales muy altos, pero sostenido en el tiempo y que contrasta con la caída anterior. Que conste que esto no me lo atribuyo a mí, sino a las condiciones económicas del país y a la superación de un complejo que arrastrábamos por todo el fango en que nos metimos.
–¿Se refiere a errores propios?
–Puede que alguno sí. Puede que alguien piense que es un error de inicio que los sindicatos cooperemos con el Gobierno en el desarrollo de programas formativos de atención a las personas desempleadas. Puede haber quien piense que no se debería hacer. Pero una vez decidido que se hacía, se puede hacer bien sin dejar puertas abiertas o se puede hacer no tan bien dejándolas. Tenemos organizaciones que han hecho formación profesional, que la están haciendo, y que ha venido la comisión de control económico de la Unión Europea, se ha pasado seis meses verificando papel por papel y han salido con una nota de felicitación. La cuestión importante es: ¿teníamos que haberlo hecho o no?
–¿Cuál es su conclusión?
–Que no. Visto el resultado es mucho más el debe que el haber. Es mucho más el desprestigio que nos ha generado meternos en ello. En algunos casos, por errores de gestión administrativa, que también los hay. En otros, por estirar más de lo que se debería haber estirado, siempre pensando en las funciones del sindicato. Pero creo que no nos deberíamos haber metido. Es tanto así que desde que he llegado a la dirección del sindicato no trabajamos con programas de formación profesional. De hecho, estamos haciendo uno online que nos pidió el Ministerio de Educación pero está externalizado. No quiero de ninguna de las maneras que la próxima generación de dirigentes del sindicato tenga que contestar entorno a los procesos de gestión administrativa, que si los hace una empresa parece que están bien pero si los hace una organización sin ánimo de lucro hay que buscarle 50 vueltas.
Acabo este tema con una cuestión que me parece importante: no hay sentencias condenatorias en el sindicato. A pesar del ruido que ha habido en Andalucía, no hay condenas ni a personas del sindicato ni a la organización. Puede haberlas, no meto la mano en el fuego, pero puede ser que haya recursos y que el recurso se gane. Y todo esto yo no tendría por qué defenderlo, lo defiendo porque creo en ello. He llegado a la dirección de la UGT después de un proceso interno que nos lo ganamos, no tengo por qué defender la gestión anterior. Creo que las organizaciones sindicales sustancialmente hemos tenido una gestión honesta.
–¿Cuál es su futuro en UGT? Lleva seis años de secretario confederal y en 2025 hay elecciones.
–Cuando me presenté en el 2016 parecía que iba a estar cuatro años. En cierta medida, era el sentimiento que tenía la organización, no una cuestión solo personal. Hasta el punto de que en el congreso de hace seis años hubo un debate sobre si en vez de hacer el mandato de cuatro años lo hacíamos de cinco. Había gente que decía de cinco para que si ganaba yo tuviera un poquito más de tiempo para encauzar el proyecto sindical con que nos presentábamos. Pasados cuatro años, cinco porque retrasamos casi un año el congreso, en el país solo asistimos a calamidades. No pudimos hacer absolutamente ninguna gestión más allá de solventar el día a día. Llegamos al congreso y no había ninguna duda de que el proyecto que habíamos iniciado debía continuar.
Ahora, a un año y medio del nuevo congreso, creo que lo peor que podría hacer es abrir un debate que nos despiste del trabajo que debemos realizar. Vamos a dejar pasar el tiempo hasta que el comité confederal convoque el 44º congreso de la confederación. En ese momento veremos qué es lo que vamos a hacer. Soy plenamente consciente de que llegaré a ese momento con 69 años.
–Los más críticos cargan con el hecho de contar con un secretario confederal que es un jubilado.
–En ningún sitio se dice que un jubilado no pueda ser secretario general de la UGT. Apunto que en la confederación europea de sindicatos no soy el mayor. Aunque si alguien quiere que me vaya, me parece más honesto que me diga que no se está de acuerdo conmigo que no achacarme problemas de edad. Hasta ahora no me ha echado la pierna por delante en dedicación ningún joven del sindicato. ¿Esto quiere decir que me voy a volver a presentar? No. Sencillamente, quiere decir que tenemos que cerrar este periodo hasta que falte un año para el congreso cumpliendo algunas de las cuestiones con las que nos hemos comprometido en el anterior. Tengo muy claro que no voy a estar dirigiendo la UGT ni medio minuto más del que crea que sea útil. Si tengo la más mínima percepción de que una parte del sindicato, ni siquiera hablo de mayoría, que cree que es la hora de relevo, me apuntaré a ello sin ningún tipo de problema. Pero no es razonable que empecemos la casa por el tejado.
–¿Cuáles son los hitos de este mandato, lo que se ha hecho y lo que queda por hacer?
–Desde el punto de vista político, hemos cumplido en este año y medio una parte muy importante de los objetivos. No se ha valorado suficientemente el cambio de la reforma laboral. Es un giro de 180 grados al sistema de relaciones laborales que teníamos en España y se ha hecho de acuerdo con la patronal. Hoy resulta que uno de cada dos contratos que se firman en España son indefinidos. Teníamos uno de cada 10 y hemos pasado a uno de cada dos. Hemos hecho la reforma de las pensiones. Nadie daba un duro en 2016 de que fuéramos a derogar la reforma de Rajoy, pues la hemos derogado. Punto pelota. Con las pensiones hemos ido a la reforma de 2011. Pero hemos hecho más en la Seguridad Social, la hemos puesto en marcha hasta 2050. La perspectiva con los parámetros económicos previsibles nos genera una Seguridad Social saneada. Hemos conseguido que el gobierno ponga 21.000 millones de euros cada año, que son los gastos que soportaba que no eran propios. Nos queda la segunda parte de la reforma laboral que no hemos logrado; situar el salario mínimo interprofesional en una rampa de crecimiento permanente, lo más similar al salario medio; volver a causalizar el despido y normalizar el método para efectuar los despidos colectivos en las empresas.
–¿E internamente?
–Debemos terminar de consolidar las estructuras de 2016. En aquel año se hizo un cambio brutal, se pasó de seis federaciones a tres. Eso hay que digerirlo y hay que conseguir que el sindicato lo haga con más participación. Es una tarea pendiente, reconozco que no hemos tenido tiempo para abordarla. Además, me parece un principio básico que el sindicato no firme convenios colectivos sin que previamente sean ratificados por los afiliados. Hay algunas empresas que lo han hecho, como Seat en Martorell. Eso es trasladar sentimiento de sindicato y de participación a los trabajadores. Y, a la vez, sentar una diferenciación con quien no está afiliado, porque lo va a cobrar pero no va a decidir. Además, finalmente tiene un trasfondo que hace a UGT más transparente y con un comportamiento más democrático.