Coloquialmente, se atribuye el sustantivo “corcho” a aquellos profesionales de diversa índole (políticos, empresarios, periodistas, juristas, etc.) que son capaces de aproximarse al poder y salir victoriosos, independientemente del signo del que esté a los mandos. Blas Herrero ha tejido su gran fortuna en los medios con esta peculiaridad y también con aquel pleito ganado a aquella Antena 3 de los inicios de Telefónica en la multimedia que le reportó más de 200 millones de euros a mediados de la pasada década, justo antes de la crisis.
Paradójicamente, ésta es la cantidad que dicen que está dispuesto a poner encima de la mesa, junto a otros empresarios y con el apoyo de Société Générale, para hacer la que, sin duda, sería la operación de su vida: la compra del negocio editorial de medios de Prisa. Es decir, hacerse con El País y la cadena Ser, el periódico y la emisora de radio con más audiencia de España.
La relación con el PSOE asturiano
Pero toda gran historia tiene unos orígenes, en ocasiones insospechados. En el caso de Blas Herrero, sus raices asturianas no hacen extraño que sus primeros negocios tuvieran que ver con el sector lácteo --célebre sobre todo en los años 80 fue la marca RAM, de la que era responsable en alianza con otro grupo asturiano de titularidad pública--, aunque no iba a ser precisamente lo que le hiciera prosperar. Tampoco los concesionarios de automóviles ni sus pasos iniciales en el ladrillo.
Contra pronóstico, lo que dio el empujón definitivo a Herrero y un giro a su carrera empresarial fue su red de conexiones con el PSOE. Primero, en el ámbito regional de Asturias y, posteriormente, en el plano nacional. Asturias era en aquellos primeros años 80, marco del inicio de la larga singladura socialista al frente del Gobierno de la nación, un bastión con mucha fuerza en el partido. Y las relaciones tejidas por Herrero con sus principales baluartes eran inmejorables.
La estrategia mediática de Guerra
De ahí que cuando Moncloa diseñó la estrategia a seguir para la adjudicación masiva de licencias de radio de finales de aquella década, el nombre de Blas Herrero apareciera en posiciones de privilegio dentro de esa hoja de ruta. No es vano, quien estaba al frente del comando de operaciones, como en todo lo que tenía que ver con lo mediático, era el entonces todopoderoso vicepresidente Alfonso Guerra, uno de cuyos principales focos de apoyo en el partido estaba, precisamente, en Asturias. Nunca mejor dicho en relación con los inicios empresariales de Herrero, blanco y en botella.
Aunque en principio no estaba previsto que tuviera un papel tan preponderante, Blas Herrero llegó a ser el líder de aquella operación, bautizada como Arco Iris. A través de diversas sociedades, entre la que destaca Radio Blanca, propietaria de lo que hoy en día es Kiss FM, acaparó las concesiones de emisoras que, a cientos, concedió el gobierno socialista en aquellos años. Se trataba de tener el panorama mediática bajo todo el control que fuera posible, como era habitual en la manera de hacer de Guerra en los medios.
La maniobra con Telefónica
Para cuando el vicepresidente cayó en desgracia y el llamado “felipismo de la beautiful people” terminó imponerse, Herrero ya tenía su imperio mediático establecido. A partir de ahí, iba a ser imposible pararle.
Al logro puramente político le siguió el empresarial. Sus pactos en el entorno mediático le llevó a una alianza con Onda Cero, ya bajo el control de Antena 3 (y ésta como punta de lanza de los inicios de Telefónica en el universo multimedia), según la cual su cadena, Kiss FM, tendría que recibir una determinada cantidad por cada oyente nuevo que incorporara.
Sin precipitación
Alguien no estuvo afortunado a la hora de establecer los controles de riesgos porque lo cierto es que la audiencia de Kiss FM se disparó hasta tal punto que el acuerdo acabó en los tribunales de arbitraje. El laudo favorable a los intereses de Herrero le costó a Antena 3 más de 200 millones de euros, que fueron a parar a las arcas del empresario asturiano.
Después, tuvo la facultad de ser paciente. No precipitarse con la cantidad que había recibido y esperar su momento. Por el camino, algunas inversiones por aquí --Renta Corporación, para no olvidar sus primeros pinitos en el inmobiliario, en su época asturiana--, diversos intentos de salvar Duro Felguera (en los que sigue), por allá; y, en medio, de nuevo como beneficiario de concesiones gubernamentales. Pero, en esta ocasión, televisivas, de la TDT. Y, además, de un gobierno popular.
También con el PP
Herrero ha demostrado moverse bien en cualquier terreno. Logró contra todo pronóstico y para extrañeza de todos una licencia en TDT. Con ella, el empresario asturiano también ha hecho negocio de cualquier manera menos explotándola personalmente, consciente de que hacer dinero en este entorno está muy entroncado con la quimera.
El próximo capítulo promete ser apasionante. Porque si de algo ha podido presumir Blas Herrero durante todos estos años es de haber estado completamente respaldado en cada uno de los pasos que ha dado, pese a que la mayoría han dejado en un primer momento con la boca abierta a propios y extraños. Igual que el del intento de compra de El País y la Ser. Atentos.