Hubo un tiempo en el que los artesanos se agrupaban por calles, según su oficio. De ahí, nombres como Sombrerers (sombrereros), Cotoners (algodoneros), Mirallers (espejeros) y Brocanters (anticuarios) en el nomenclátor de Barcelona. Pero la diversidad, la especialización y, sobre todo, la Revolución Industrial y la liberalización de las profesiones fueron carcomiendo los gremios hasta su desaparición, a mediados del siglo XIX.
Tuvo mucho ojo Jacint Galí cuando, en 1761, transformó el negocio familiar de la calle Corders (entonces conocida como Nou de Sant Cugat) en una cerería. Pero el éxito de que ese negocio siga en pie más de 250 años después también es mérito de sus sucesores. Primero, de los Prat. Luego, de los Subirà. Y hasta ahora.
Tres familias al frente de la Cereria Subirà
Galí murió en 1763 y su hijo, también Jacint, se hizo cargo del negocio. Falleció sin descendencia en 1825, fecha en la que Martí Prat, el encargado del taller, cogió las riendas del obrador. La cerería pasó después a manos de sus tres hijos varones, que abrieron una segunda tienda en la parte alta de la calle Argenteria. Pero la apertura de la Via Laietana --y el derribo del edificio en el que se instalaron-- les obligó a buscar una nueva ubicación a principios del siglo XX. A dos pasos encontraron un local en la Baixada de la Presó, 7 (hoy, Baixada de la Llibreteria), y allí sigue ese negocio, en manos de la tercera familia que lo regenta, los Subirà. La ubicación era inmejorable entonces (a 450 metros de Santa Maria del Pi, a 350 metros de Santa Maria del Mar y a 300 metros de la Catedral) y lo es ahora, en el epicentro turístico.
Cruzar el umbral de la Cereria Subirà supone toparse con un interesante contraste, con una fusión de elementos de distintas etapas. Más allá de que sea el negocio más antiguo de los que quedan en Barcelona, la tienda conserva la decoración original de mediados del siglo XIX, con elementos propios de un comercio de tejidos de la época --como los largos mostradores--, que era su primera función. Por lo tanto, el visitante se adentra en una tienda textil de 1847 reconvertida en una cerería que se adapta a los nuevos tiempos, como sugieren los aromas que desprenden las velas de diseño expuestas en sus estanterías.
Una expropiación y un incendio
“La vela perfumada es la reina en los últimos años”, comenta Pilar Subirà, la propietaria de la cerería desde que su padre, Jordi, dio un paso al lado por motivos de salud y tras 60 años al frente del negocio. Ella, músico de profesión y realizadora de la emisora de radio Catalunya Música, tuvo que decidir en 2014 si seguir adelante con la tienda o echar el cierre. Optó por lo primero. Es la tercera generación de los Subirà. Y aporta más datos sobre su historia. El abuelo Paulí, maestro cerero en Vic, cogió las riendas del negocio en Barcelona en 1939 tras conocer que los Prat habían fallecido en la Guerra Civil. Se trasladó con su familia, y Jordi, el séptimo de sus hijos, decidió entonces que quería seguir con el comercio. Sus hermanos eligieron la universidad.
La Cereria Subirà hace tiempo que externalizó la producción. En los inicios, las velas se realizaban en el obrador, en la parte posterior de la tienda, pero el incendio que sufrió esa zona una madrugada de 1969 precipitó el cambio del modelo de negocio, a pesar de que Jordi Subirà, después de las llamas –se derrumbó el suelo del piso superior, aunque el fuego apenas afectó a la tienda– estuvo un tiempo produciendo material en casa de otro cerero. Para entonces, el Ayuntamiento de Barcelona ya había expropiado todo el edificio, colindante al Museo de Historia (MUHBA). Todo eran problemas. Querían echarlos, pero “era un absurdo que para ampliar el MUHBA se cargasen la historia viva, la tienda más antigua de la ciudad”. Llegaron a un acuerdo. La última gran restauración del local data del 1982.
Velas para todo en la Cereria Subirà
“Al final –relata Pilar–, mi padre consiguió un contrato de alquiler, que renovamos a mi nombre cuando se jubiló, y tengo una concesión administrativa para los próximos… calculé que llegaba a la jubilación con esto”. La propietaria, que gestiona el negocio junto con una prima –tiene cinco trabajadoras en plantilla y refuerza el equipo en fechas señaladas–, valora el hecho de que el ayuntamiento sea el propietario: “Nos hemos preservado, y ante la presión hay una voluntad política de no dar mal ejemplo; tenemos un contrato muy favorable que tiene en cuenta la historia, la expropiación y las vicisitudes del negocio”.
–¿Y la siguiente generación?
–Ya lo veremos.
El principal éxito de esta cerería –han cerrado casi todas en la ciudad; solo se mantienen Cerabella y Gallissà, que, aunque son centenarias, ninguna tiene tantos años– es que se ha adaptado a todo. El cambio es obvio: “Velas y cirios han pasado de ser un elemento de primera necesidad a un elemento ornamental; para todo se necesitaba una vela, no solo en las iglesias”. Pero llegaron la electricidad, por un lado, y el nuevo uso que se hacía de las velas en la liturgia, por el otro. Por el contrario, “la gente se ha aficionado a encender velas para crear un ambiente, una situación”, y eso ha hecho que la Cereria Subirà se haya “reconvertido hacia la vela decorativa, de fantasía y la reina, la perfumada”.
La Iglesia, principal cliente
Por lo tanto, el tipo de cliente ha evolucionado. La Iglesia Católica se mantiene como uno de los principales compradores, pero también la Ortodoxa. “Han llegado comunidades ortodoxas que no existían; la rusa, la rumana, la búlgara, la griega, que consumen velas hechas únicamente de cera de abeja”, y se han convertido en nuevos clientes. Cabe señalar que el Concilio Vaticano II eliminó la obligatoriedad de que los cirios incluyesen un 30% de cera virgen, de mayor calidad. Otro mazazo para el sector.
Pero también se acercan hasta Baixada de la Llibreteria, 7, responsables de restaurantes, salas de fiestas, hoteles, particulares… y turistas, que están más acostumbrados a quemar velas cilíndricas. El negocio no está enfocado a ellos, no hay souvenirs, pero ayudan a sostener la histórica tienda. De hecho, durante la entrevista, entre otros visitantes, un chico oriental pregunta si puede hacer fotos, y una mujer mayor, también extranjera, elige entre varios modelos de vela mientras un hombre pide un cirio bautismal. “Soy el padrino”, aclara a la dependienta. Es difícil ver la cerería vacía en algún momento.
Talleres divulgativos
Aparte de la cerería, Subirà explica que están preparando unos talleres en otro local: “Una de las pocas cosas que podemos hacer para reivindicarnos como artesanos, como conocedores de la industria de la cera y de la manufactura es divulgar estos procesos”. En cualquier caso, venden materias primas y dan asesoramiento a los clientes que lo piden para hacer velas en casa. Venden cera para escultura, para joyería, para dentistas, para cosmética natural… “para muchas cosas”. Y no, no tienen tienda online –“estamos con una duda muy grande”–, a pesar de que si alguien hace un pedido por correo electrónico, lo entregan en destino.
Pilar Subirà hace una vela para 'Crónica Global'
Todo ello le ha servido a la cerería para llegar a estas alturas de la historia. Es cierto que la crisis afectó durante tres Navidades seguidas –la otra gran época del año para el negocio es Semana Santa–, pero lo que más ha notado la caja han sido los atentados del 17A y “las constantes manifestaciones en el centro”. Subirà afea a los medios de comunicación que son en parte responsables del “cambio de percepción” que hay de la zona, con continuadas informaciones sobre robos, narcopisos y navajazos, pero también asume que los hábitos de consumo han cambiado, y es más fácil comprar diez cosas baratas y luego tener que tirarlas que comprar algo de calidad. El futuro de este lugar, sentencia, es responsabilidad un poco de todos.